viernes, 29 marzo 2024

carlos-moro-matarromeraEn este tiempo de fuertes incertidumbres, muchas voces alertan de la ausencia de un modelo de cambio estructural de la economía productiva en España que permita olvidar los efectos de la crisis. En mi opinión, en la mayoría de los análisis sobre el modelo productivo de España se busca probablemente donde ya no se puede encontrar, y por ello resulta imprescindible encontrar nuevos espacios.

Coincidiremos en que el país pasa por momentos especialmente delicados en la competitividad motivados por el progresivo proceso de desindustrialización y la falta de compensación por el crecimiento de los servicios. No disponemos de reservas financieras significativas ni materias primas estratégicas, como minerales o la energía. A pesar de los esfuerzos, nuestros ratios económicos no resisten la comparación con otras economías avanzadas ni en balances de exportación-importación, composición de capital de las empresas, número de empresas transnacionales de capital español o flujos de profesionales especializados.

Sin embargo, es imprescindible destacar algo esencial de nuestro factor competitivo y diferencial: España es suma de territorio y capacitación técnica y profesional. El motor de producción en España sobre el que dirigir con éxito nuestro esfuerzo es la interactuación entre el desarrollo tecnológico vía I+D y el territorio, éste en lo relativo a la base agroindustrial y al sustento del turismo.

Es imprescindible un cuádruple cambio con visión estructural a largo plazo:  político, empresarial, social y cultural.

En el terreno político, asistimos una vez más a la ausencia de un gran consenso que otorgue estabilidad institucional e impulse a todas las fuerzas a construir en una misma dirección. Es tiempo de reforzar las visiones compartidas en lugar de las diferencias interminablemente subrayadas. Empleo y desarrollo de país dependen de ello.

Desde la empresa, que es la demandante natural de tecnología, corresponde asumir la responsabilidad y el protagonismo del desarrollo tecnológico: la omisión de esta tarea posibilita que, entre otros, la I+D pública elija objetivos de desarrollo que no responden a las demandas de la sociedad.

En este sentido, cabe citar al líder de la administración moderna, Peter Drucker, que defendía que “la prueba de una innovación no es su novedad, ni su contenido científico, ni el ingenio de la idea… es su éxito en el mercado”. El mercado no juzga la investigación, que es sin duda parte esencial del proceso, pero per se la investigación no genera productos o servicios innovadores. Hace falta estrategia y mercado.

Asistimos a un tímido crecimiento de la base de empresas emprendedoras que se verá espoleado en adelante. Pendientes de un saneamiento de las entidades financieras, esperado más de lo necesario, y que permita que el crédito retorne a la economía productiva, esta sintomatología económica de emprendimiento representa un importante cambio cultural de mentalidad en los individuos y de dinamismo empresarial.

Para emprender hay que innovar. Hacerlo hoy además representa una dificultad añadida por las graves dificultades de capitalización. Innovar hoy supone captar fondos de proyectos de I+D disponibles en los mercados, tanto en el marco europeo como internacional. El caudal público español se ha retraído pero eso no debe hacer retroceder a la empresa española. Una certeza: la I+D requiere que la empresa tenga un cierto tamaño, no puede ser demasiado pequeña.

La respuesta económica por la vía de la innovación vendrá de la creación de cultura tecnológica dentro de la empresa, desde su primer ejecutivo hasta la implicación de cada actor de la misma, en cada una de las áreas de desarrollo y con espíritu de permanencia. La innovación debe realizar una inmersión en cada departamento de la empresa. Esa cultura es clave en la expansión del tejido industrial.

Así bien, parte sustancial en la solución a la evolución del modelo productivo pasa por un pacto de estado en lo económico, empresas en el primer plano del impulso tecnológico y una cultura innovadora, potenciando nuestros principales valores diferenciales que son territorio y capacitación profesional, con individuos concienciados de la necesidad de acogerse a una cultura del trabajo y del esfuerzo que hoy por hoy en determinadas ocasiones no existe.

No todo son malas noticias para la economía española. La industria de alimentación y bebidas sigue apostando por las exportaciones ayudando al país a compensar el déficit comercial. No es casual.

¿A qué se debe el tirón del sector de alimentación y bebidas? Es competitivo en precios y además apuesta por introducir de forma creciente soluciones biotecnológicas. Es decir, rotura en los procesos y en nuevos conceptos de productos y servicios, mejoras de presentaciones y, en definitiva, ampliación de la base de competitividad de nuestras empresas agroalimentarias en el mercado global.

La biotecnología agroalimentaria gana peso desde hace años como iniciativa privada y como espaldarazo a las políticas de cluster: cooperar para crecer, aunque sea con la competencia. Además, la vía de la compra pública innovadora fomenta la innovación desde la demanda y potencia el desarrollo de nuevos mercados, nuevos productos y servicios.

Existen razones por las que creer que este país crecerá durante los próximos años con más fuerza si cabe. En España tenemos elementos a los que sacar partido: caudal humano dispuesto y preparado para trabajar, iniciativa y territorio. Ante ello es esencial proteger y potenciar la I+D, con especial énfasis en el sector agroalimentario, una seña de identidad muy propia, y creer en nuestra propia fuerza, en nuestra capacidad e iniciativa para lograr estar donde queremos y debemos estar.

Carlos Moro González
Presidente del Grupo Matarromera y Premio Nacional de Innovación 2016

 

Nota de Redacción: Carlos Moro será el ponente invitado a la entrega de los II Premios Viñápolis que se entregarán este 25 de octubre, martes, en Olite. 

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