jueves, 18 abril 2024

Soñar con Samarcanda

Hay nombres de ciudades entre lo real y lo fantasioso que ofrecen imágenes misteriosas y evocadoras: Tombuctú, Pernambuco... Samarcanda. Y es quizá esta última la que más hace soñar. Grandes personajes están unidos a ella en la memoria de la Historia: Alejandro Magno, Gengis Kan, Tamerlán, el español Ruy González de Clavijo y, por supuesto, Marco Polo. Hoy nos apetece soñar con ella para poder hacer realidad nuestro próximo viaje, una vez pase la alarma por coronavirus.


Pamplona - 2 mayo, 2020 - 05:45

De día y de noche, Samarcanda es una de las ciudades más bellas del mundo. (Fotos: cedidas)

Es conocida como la joya más preciada de Asia Central y su plaza Registán es, probablemente, la más bella del mundo. Samarcanda lo tiene todo, aunque la primera impresión al llegar a ella decepciona, especialmente si antes se han visitado las pequeñas y armoniosas joyas de Bujará y Jiva en Uzbekistan. Y es que antes de descubrir los tesoros de Samarcanda, uno se encuentra con una ruidosa y activa ciudad de casi tres millones de habitantes, moderna, cuidada y con tráfico intenso. Por supuesto, también con grandes centros comerciales y tiendas de moda… los zocos y bazares hay que ir a descubrirlos. Y también los imaginados callejones estrechos, arcos entre las casas, ventanucos de madera y numerosos minaretes llamando a la oración cinco veces al día.

El mérito de Samarcanda no es casual, está en la encrucijada de culturas, de saberes, de lenguas venidas de aquí y de allá… No es extraño la serie de definiciones a cual más bella que ha recibido a lo largo de la historia: Centro del Universo, Espejo del Mundo, Jardín del Alma, Perla del Este, Joya del Islam… Este fabuloso oasis en el borde oriental del desierto de Kyzylkum ha tenido comerciantes y soldados, poetas y peregrinos con letras líricas durante casi tres milenios. Hace poco se celebraban los 2.750 años de la fundación de la ciudad, siendo por lo tanto uno de los lugares poblados de forma continuada más antiguos del mundo. Antes de convertirse en capital cultural del Islam, hubo de sufrir asedios y destrucciones.

La mezquita Bibi Xanom.

La primera vino con Alejandro Magno en el año 329, que antes de destruirla afirmó: “Todo lo que he oído de Marakanda (su antiguo nombre en griego) es cierto, excepto que aún es más bella de lo que imaginaba”, lo que no le impidió arrasarla, luego fueron los chinos y persas quienes se ensañaron con ella y solo los árabes en el siglo VIII le dieron un primer auge cultural, aunque duró poco y hubo de pasar de mano en mano durante siglos entre turcos, árabes, samánidas, qarajánidas, de nuevo turcos selyúcidas, mongoles… hasta que Gengis Khan la destruyó otra vez.

Finalmente, otro guerrero, el cruel Tamerlán (Amir Temur), que sin embargo era un gran protector de las artes y el saber, fue el que la embellezó y la convirtió en capital de Uzbekistán y de Asia Central, en 1370. Casi cien años antes el intrépido viajero Marco Polo atraído por su fama, por sus fiestas, su lujo y su fasto del que daban muestra sus 40.000 jaimas decoradas con riquísimas sedas y joyas pasó por allí en su camino por la Ruta de la Seda y, aunque todavía no pudo apreciar todo su esplendor ya descubrió que la ciudad prometía. Hoy, el veneciano es uno de los iconos permanentes en Samarcanda y en todo Uzbekistán.

Hay que llegar cuanto antes a la plaza Registán y disponerse a permanecer allí durante horas y regresar a ella siempre que se pueda, pues es un gigantesco escenario que parece dispuesto para su contemplación. Su espectáculo visual es incomparable: mosaicos celestes de mayólica, cúpulas que compiten en color y brillo con el propio cielo, alabastros tallados, columnas con grabados enrevesados, espacios amplios y proporcionados, minaretes de acceso prohibido (aunque con una propina a los vigilantes todo se consigue) desde los que contemplar la ciudad a vista de pájaro… o de ángel habría que decir.

OTRAS JOYAS CERCANAS

Aunque cuesta trabajo alejarse de Registán y uno se hace la promesa de regresar al atardecer o por la noche y disfrutar su magnífica iluminación, hay mucho que ver en la ciudad y la mayoría de los grandes monumentos están muy cerca. La siguiente visita tiene nombre de mujer y, como tantas cosas en este país, está asociado a una leyenda, o historia, vaya usted a saber. El nombre es Bibi Khanum y fue la esposa favorita de Tamerlán. Durante una de las largas ausencias de su belicoso marido, ella quiso darle la sorpresa de esta gran mezquita, la más grande y ornamentada que jamás hubiesen visto sus ojos, en la que trabajaron los mejores artesanos para hacerla realmente hermosa, empleándose incluso zafiros y turquesas para engalanar tan magna obra.

Frente a ella, y contrastando con su grandiosidad, está el mausoleo de la propia Bibi Khanum, con cinco tumbas y preciosas estalactitas pintadas, pero poco más. Parece que, en realidad, Bibi no está enterrada aquí, sino su madre y otras dos mujeres de su familia.

Tras la visita, no está mal hacer un alto en el Siob Bazaar, un enorme mercado moderno con cientos de puestos que venden de todo y con simpáticos y amables tenderos que dan aprobar sus productos de forma gratuita. Los puestos de frutas, verduras y especias son especialmente olorosos y coloristas. Llama la atención el gran espacio que se dedica a la venta de halva, un empalagoso dulce típico de la ciudad.

Tal vez sea este un buen momento para hacer un alto y disfrutar de la gastronomía de Uzbekistán, que, como centro que fue de la Ruta de la Seda, tiene influencias de muchos países. El plato tradicional del país es el Plov del que hay hasta 60 variantes y, como casi todo aquí, parece que fue un invento del gran Tamerlán. Se cocina con carne de cordero mezclada con arroz y acompañada de cebolla, zanahoria, pasas y especias como el comino y el cilantro. También son frecuentes en cualquier comida los Shashlik, pinchos de carne de cordero, ternera, pollo o hígado de ave, a menudo servidos con cebolla cruda y las Samsá, unas empanadillas cocidas en horno de barro con diferentes rellenos de carne picada con cebolla, calabaza, patatas o verduras.

TUMBAS, REYES Y SABIOS

Uno de los lugares más emocionantes, sagrados y bellos de Samarcanda es Shah-i-Zinda, una impresionante avenida de mausoleos, que contiene algunos de los mosaicos más ricos y vistosos del mundo musulmán. El nombre, que significa ‘Tumba del Rey Viviente’, se refiere a su santuario original, más interno y más sagrado: un complejo de habitaciones frescas y tranquilas alrededor de lo que probablemente sea la tumba de Qusam ibn-Abbas, un primo del profeta Mahoma, quien se dice que llevó el islam a esta área en el siglo VII. Es un lugar de peregrinación, por lo que hay que vestir correctamente y ser respetuoso. Al final del camino entre los mausoleos, el complejo se abre hacia el cementerio principal de Samarcanda, que es un lugar fascinante para caminar en silencio.

Desde el punto de acceso hasta el final de la avenida principal hay unos veinte mausoleos de importancia histórica y artística, además de algunas mezquitas y madrasas que salpican el camino. Sin contar el importante número de tumbas menores pero antiguas que yacen a los pies de los mausoleos donde reposan personajes ilustres de antes, después y durante la época timúrida.

UN RECUERDO PARA EL CRUEL TAMERLÁN

La última visita en Samarcanda (bueno, la penúltima porque en esta ciudad siempre queda alguna sorpresa) debería haber sido la primera, aunque la tentación de Registán hace que se invierta el recorrido. Se trata de Gur-e Amir, el mausoleo del conquistador Tamerlán, también conocido como Timur, que en el fondo y con la ayuda de sus descendientes fue quien dio máximo esplendor a la ciudad. Ocupa un lugar importante en la historia de la arquitectura turco-persa como precursor y modelo de las grandes tumbas de la arquitectura mogol posteriores, incluida la Tumba de Humayun en Delhi y el Taj Mahal en Agra, construido por los descendientes persas de Timur, la dinastía gobernante de Mughal del norte de la India.

Detalle de los mosaicos dorados y turquesas.

El amarillo y el verde compensan el azul turquesa mientras la luz y la sombra juegan con el tono de mosaico. Igual de espectacular es el interior del mausoleo, al que se accede a través de una galería oriental. Las baldosas hexagonales de ónix dan a las paredes inferiores un translúcido verdoso, coronado por inscripciones coránicas talladas en mármol y pintadas en jaspe. Los paneles geométricos brillan con estrellas radiantes, junto a nichos colgados con estalactitas moldeadas de papel maché pintado de azul y oro. La cúpula interior gotea un intrincado revestimiento dorado alrededor de las ventanas de celosía altas. Si se entra al mausoleo después del anochecer, la cámara central brilla cuando la luz parpadea desde la colosal araña de cristal que cuelga debajo de la cúpula. El dorado en el techo parece brillar, y se tiene la certeza de estar en un lugar muy sagrado.

(TEXTO: Enrique Sancho)

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