Hace poco leí una noticia en la que se afirmaba que la división del trabajo en función del género se llevó a cabo mucho antes de lo que creíamos… antes incluso del neolítico. Se especializaron los distintos miembros del grupo “humano” en función de capacidades, habilidades y destrezas de cara a domeñar el medio y perpetuar la especie. De ahí al estereotipo Disney se nos fueron poco a poco anquilosando los papeles.
Creo que es a Susan Sontag a quien se le atribuye una frase cuyo sentido venía a decir que “los primeros movimientos feministas lanzaron a las mujeres a las calles al grito de “no escribiremos más al dictado” y en unos cuantos años, Estados Unidos contaba con una legión de Mecanógrafas.” Señalaba así la genial fotógrafa, escritora y pensadora una realidad social indiscutible: la mecanografía, el textil, la docencia y la enfermería fueron los primeros reductos laborales de las mujeres más allá de las labores domésticas y sus extensiones sociales.
Y hemos seguido “escribiendo al dictado” mientras conquistábamos otros dominios económicos y académicos, siempre midiéndonos con el baremo tan masculino de la jerarquía, la eficiencia, la eficacia o la productividad al ritmo de vertiginosos tacones que repiqueteaban fuera de la oficina al son del amor, el cuidado, la gestación de vida, el servicio…
Y así llegamos a estar “hasta el moño de ser superwoman”, mientras nos colgábamos medallas. Hemos igualado sino superado al varón en número de emprendimientos –si bien los nuestros suelen ser más modestos en apalancamiento y más arraigados a nuestro entorno en sus rendimientos-, en número de licenciadas o doctoras… Incluso según un reciente estudio del Banco Federal de Saint Louis, que destaca Koro Cantabrana, Presidenta de Madre Líder, la mujer que combina trabajo y maternidad es más productiva que el varón… Y seguimos rompiendo mitos de papel mientras la realidad sigue tozudamente retribuyéndonos hasta un 30 % menos.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte la radical innovación en términos de género no debe ni puede quedarse ahí. Aproximadamente el 51 % de la población es de sexo femenino. Ser mujer en un país occidental es un reto, pero serlo en un país en desarrollo es una heroicidad. Se hacen estudios y rankings sobre dónde es más difícil ser mujer… y hay países que ni siquiera dan cifras. Ahora bien, incluso Egipto, uno de los más arduos para la vida femenina, ve florecer iniciativas que rompen sus esquemas.
La verdadera innovación social de la mujer trabajadora se producirá cuando consigamos incorporar al reino del trabajo, al dominio del desempeño profesional condiciones, valores y vibraciones propias de su sexo. Hombres y mujeres vibramos diferente, hacemos distinta “música”, como decía el famoso humorista norteamericano Mark Gungor tenemos “cerebros diferentes”… Y el cerebro vinculado a lo femenino nos susurra estándares bien diferentes. Nos habla de bienestar, nos cuenta de emociones, nos susurra un parloteo de penas y alegrías compartidas, nos borra jerarquías cuando se arrodilla a nuestro lado, nos acaricia despacito cuando nos hacemos pupa y convierte en mágicos los besos entregados en la comisura de cualquier sonrisa…
Recientemente escuché a una gerente a la que admiro profundamente, Ascen Cruchaga, decir que el premio que realmente desearía recibir es el de su equipo reconociendo sus cuidados y la cohesión de sus lazos profesionales, de confianza y afecto. Este es un aporte radicalmente femenino a las nuevas formas de hacer empresa, economía y profesión que deberíamos poder escuchar en boca de varones y de féminas por igual.
El 51 % de la población piensa en términos femeninos, el 49 % restante tiene también una parte femenina que respiraría aliviada si se le permitiera asomar en entornos laborales. Estamos por tanto, desperdiciando unos recursos de incalculable valor que nos ayudarían sin lugar a duda no sólo a medir de forma diferente nuestro desempeño profesional, sino a innovar en objetivos empresariales y a revolucionar nuestros modelos de negocio.
La verdadera innovación de la incorporación de la mujer está al caer, lo digo yo, que lo se, porque me encuentro con muchas mujeres como yo empujándola para que caiga…