Nada más despertarse, lo primero que escuchaba era todo un popurrí de onomatopeyas. ¡Muuuuu! ¡Oinc, oinc! ¡Kikiriki! Todavía medio dormido, se levantaba de la cama y, junto a su hermana, corría hacia donde se encontraban los conejos. “Vosotros os encargáis de cuidarlos”, les recordaba su padre al tiempo que ellos asentían y depositaban contentos la comida en las jaulas. Aunque con el tiempo aquellas labores dejaron de atraerle tanto, lo cierto es que ser hijo de ganaderos y agricultores le permitió vivir infinidad de anécdotas. Hoy, Antonio Suberviola no puede evitar sonreír al viajar al pasado, con Los Arcos, su querido pueblo natal, como escenario principal.
Nunca tuvo clara su profesión soñada, pero sí sabía cuáles no lo eran: “No quería ser ni granjero ni agricultor. Mi padre no tenía domingos, ni vacaciones… Es un trabajo muy esclavo”. Así, cuando en el colegio comenzaron a llamarle la atención las matemáticas, comprendió que recoger espárragos y cuidar a los conejos se quedaría tan solo en recuerdos de su infancia. Su vocación se encontraba en los números. Por eso, más tarde se decantó por estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Pública de Navarra (UPNA).
¿Residencia? ¿Colegio mayor? ¿Piso de estudiantes? Cuando uno comienza una carrera, de pronto parece que el mundo le brinda numerosas opciones. Antonio optó por pasar los primeros años en una residencia y después mudarse a un pequeño apartamento para vivir así la “experiencia universitaria al completo”. Su día favorito de la semana era el jueves y, cuando tenía mucho que estudiar, su lugar predilecto era la biblioteca. “Los estudiantes buscábamos un sitio donde compartir nuestro agobio. Allí me juntaba con mis amigos”, rememora entre carcajadas. Nuestro protagonista todavía no lo intuía entonces, pero aquella no sería la primera vez en la que, entre libros y apuntes, una biblioteca cambiaría su vida.
EL ATERRIZAJE EN FRANCIA
El último año de carrera, le concedieron una beca para marcharse al extranjero. Con un par de maletas y toda la ilusión del mundo, se subió a un avión y aterrizó en Rennes (Francia). “Allí conocí a gente maravillosa”, recalca segundos antes de narrar cómo se gestó su posterior desembarco en París. Orgulloso de sí mismo, todavía recuerda el día en que acudió a un congreso de ingenieros en Pamplona, cuyos folletos tenían la imagen de la Torre Eiffel. “Algún día iré allí y repetiré esa foto”, pensó nuestro protagonista. Cumplió su deseo.
“Siempre he tenido carácter de conocer y hacer cosas, me gusta probar”
En la capital gala trabajó como asistente de desarrollo profesional y comercial, concretamente en la compañía Mediakeys. Pero los precios de la ciudad eran “inverosímiles”, así que, después de casi tres años, decidió regresar a España. “¡Incluso tomarte un café te salía caro!”, apostilla. Entonces aterrizó en Madrid y probó suerte en el mundillo del marketing de la mano de VSA Comunicación, donde ocupó el cargo de controller. Después de unos meses, y con el fin de ampliar sus horizontes, la firma le propuso poner en marcha una delegación en Andorra: “Se trataba de empezar desde cero, y ese desafío me gustaba. Me encargué del plan de desarrollo, la creación de la estructura, la gestión y contratación de los proveedores…”.
Todavía sin una oficina en la que poder desarrollar sus tareas, Antonio acudía a una biblioteca para trabajar. Y fue allí, precisamente, donde conoció a su esposa. “Yo era el okupa de la biblioteca. A veces parece que es un espacio donde nunca pasa nada, pero se cuecen cosas interesantes”, bromea. Finalmente, logró abrir la delegación, que dirigió durante más de diez años. Y, en paralelo, completó su formación a través de un Máster en Project Management por la Universitat Ramón Llul. Así, con los conocimientos adquiridos, se aventuró a emprender: “Siempre he tenido carácter de conocer y hacer cosas, me gusta probar”.
CUIDAR A PERSONAS A DOMICILIO
La idea de ayudar a otras personas siempre le llamó la atención. Por eso decidió fundar Cuida’m, la primera compañía de Andorra especializada en la atención a domicilio de personas mayores o en situación de dependencia. “Creía en un servicio integral de calidad, con buenos profesionales y buenas soluciones”, precisa.
“Creía en un servicio integral de calidad, con buenos profesionales y buenas soluciones”
Durante nueve años, la empresa funcionó “de maravilla”. Con una plantilla de treinta profesionales, se trataba de un trabajo “muy bonito”, que los usuarios agradecían. Pero llegó la pandemia, y todo se truncó. A sus 50 años, Antonio todavía lamenta el cierre de la compañía: “Me entristece pensar que dejamos huérfana a tanta gente, con lo bien que lo hacíamos. Nuestro modelo de negocio requería unos ingresos que no se estaban dando, y decidí dar un paso atrás, a pesar de haberme entregado por completo. Como buen navarro, cerré la empresa con el orgullo un poco herido”.
Entonces, llegó el momento de parar y coger aire. Regresó a Pamplona, donde estudió un Máster en Dirección de Comercio Internacional por la UPNA al tiempo que consolidaba sus conocimientos de francés, inglés y catalán. Después de un año enfocado en su “reconstrucción personal”, regresó a Andorra, decidido a continuar ayudando a las personas, aunque en esta ocasión se decantó por los niños. Hoy, Antonio ejerce como profesor de tecnología en un colegio del principado, donde transmite sus conocimientos a alumnos de entre 12 y 15 años. De hecho, incluso les ha inculcado su espíritu rojillo: “Entro en clase y enseguida se ponen a cantar ‘¡Osasuna nunca se rinde!'”.
Lo cierto es que lleva su legado navarro allá a donde va. Tanto es así que el ajoarriero es uno de los platos estrella que elabora. Y aunque reside en Andorra desde hace más de veinte años, reconoce que echa de menos su querido pueblo. “A veces extraño salir a tomarme un pincho un jueves cualquiera”, concluye con ternura.
Esta entrevista forma parte de la Estrategia NEXT del Gobierno de Navarra.