Existe una clara relación a largo plazo entre la Bolsa y la economía. Ambas suben porque se incrementa la productividad y la innovación, y eso ocurre contra viento y marea. A pesar de grandes shocks que sacuden a las economías periódicamente, como la burbuja inmobiliaria que se extendió en Japón a partir de 1980 y en Estados Unidos y España en la primera década de los años 2000, o ahora la crisis del Covid-19, las Bolsas y la economía siguen su imparable rumbo alcista. Esto es algo fácil de ver cuando conseguimos abstraernos de los numerosos y frecuentes eventos de corto plazo, alejándonos del ruido mediático que permanentemente influye en nuestra percepción de la realidad.
Siempre que parezca que “esta vez es diferente”, conviene recordar este gráfico de la Bolsa americana durante los últimos 120 años. No significa que “todo” sube a largo plazo. De hecho, los que suben (y hacen que los grandes índices de Bolsa como el SP500 sigan subiendo) son siempre unos pocos. Los ganadores de la feroz competición del sistema capitalista son siempre escasos y los perdedores son muchos. Por eso es tan importante diversificar. Algunas empresas se irán a cero al cabo de años o décadas, pero otras se multiplicarán por 10, por 100 o incluso por 1000. Amazon es hoy día un buen ejemplo de lo que citamos.
En definitiva, invertir en Bolsa es apostar por el crecimiento y la innovación, sin necesariamente acertar o aventurarse por quién ganará esa aguerrida carrera, porque es casi imposible. La mejor forma de beneficiarse de los futuros éxitos de una vacuna contra el coronavirus es invertir en todo el sectorial de las farmacéuticas y biotech, en temáticas especializadas como el healthcare o cuidados de la salud, la alimentación y la nutrición saludable. En definitiva, en todo lo relacionado con las ciencias de la salud, que tenga cierto apego a la tecnología y a la digitalización. Nadie puede ni debe encontrarse en la obligación de prever ni anticipar si será Pfizer o cualquier otra empresa la que encuentre la vacuna antes. Lo mismo puede decirse con el coche eléctrico, aunque en este campo podamos tener más pistas.
Dicho todo esto, conviene saber que la Bolsa no funciona como la mayoría del público, inversores o no, suele pensar. La relación entre Bolsa y economía es más retorcida de lo que parece. A menudo ocurre, y es normal, que la Bolsa sube en medio de una profunda sensación generalizada de crisis. Esto ocurre especialmente en las salidas de las grandes crisis, como en 2012, cuando el Ibex empezó a subir más de medio año antes de que oficialmente acabara la recesión.
“Es normal que la Bolsa suba en medio de una profunda sensación generalizada de crisis. También puede ocurrir el escenario contrario”.
También puede ocurrir el escenario contrario y que caiga en medio de una sensación generalizada de optimismo. Esto es así por varios motivos, pero tengamos claro que es muy normal y no hay nada malo en ello.
La Bolsa se anticipa, a veces mucho antes de que podamos imaginar o intuir en la sociedad que las cosas van a ir mejor… o a peor. Ya sabemos que, en el precio de los activos, se están cotizando y poniendo en valor todas aquellas expectativas de noticias futuras que los “actores inteligentes” del mercado posiblemente ya conocen y descuentan.
En la situación actual, existe un poderoso factor que apoya a las Bolsas: la liquidez mundial que los bancos centrales se han visto obligados a inyectar para apoyar a las economías. Más liquidez significa más gasolina para la economía y para la Bolsa, y es un factor que puede desequilibrar el equilibrio entre oferta y demanda de acciones. Una mayor demanda tiende a hacer subir el precio de las acciones a corto y medio plazo.
“La tendencia alcista de fondo siguió su curso después de la elección de Trump, que en teoría era populista y peligroso para los mercados”.
Por supuesto, a largo plazo las acciones reflejan los beneficios que las empresas son capaces de generar. Pero en plazos relativamente cortos (2-3 años) se pueden producir distorsiones cuando, por ejemplo, la Bolsa acelera más rápido y la economía tarda en ir detrás, suponiendo que finalmente lo haga.
También ocurren otras distorsiones de muy corto plazo, cuando la Bolsa no se comporta como a priori parecería lógico. En esos casos, lo que está equivocado no es el mercado, sino “nuestra lógica”. Un buen ejemplo lo tenemos en lo que sucedió tras la elección de Trump en 2016. Durante las encuestas previas, salía perdedor. Cuando resultó elegido, los futuros de la Bolsa americana cayeron un 5 % en cuestión de cuatro horas… Y, de repente, sin ningún motivo, empezó a recuperarse y el contado del día siguiente acabó subiendo un 7,5 %. Esa extrema oscilación del mercado no tiene ningún fundamento económico: es pura psicología. Al final, todo se convirtió en un enorme movimiento de gran volatilidad, y la tendencia alcista de fondo siguió su curso durante un año y medio después de la elección de Trump. Un presidente que en teoría era populista y peligroso para los mercados.
“No debemos hacer caso a juegos cortoplacistas, sino pensar en el rendimiento a largo plazo”.
Otro ejemplo es el Brexit. El 23 de junio de 2016, los británicos votaron sorprendentemente a favor de salir de la Unión Europea. ¿Cómo afectó eso a la Bolsa del Viejo Continente? Durante los días previos al referéndum, subió, pero anteriormente había estado cayendo. En los meses anteriores, la inercia era lateral-bajista y el referéndum provocó muchos nervios, primero subiendo antes del día de la elección, después bajando fuerte y, finalmente, recuperando todo lo perdido durante las semanas siguientes y retomando la senda alcista para finales de año.
No estamos aquí para hacer caso a este tipo de juegos cortoplacistas. Invertir significa comprar participaciones de empresas que producen bienes y servicios que la sociedad consume, pensando en el rendimiento que esa actividad va a generar a largo plazo, al margen de la volatilidad de corto y medio plazo, a menudo provocada por noticias y sucesos sociopolíticos que sirven ante todo como entretenimiento para vender periódicos.
LAS FUERZAS QUE MUEVEN LA BOLSA Y LA ECONOMÍA
El coronavirus está provocando muchos cambios en la economía, pero no necesariamente modificando su rumbo, sino quizá acelerándolo y potenciándolo a nivel mundial. Que hayamos vivido, especialmente en Europa, un parón económico brutal durante uno o dos trimestres no significa que hayamos entrado en una crisis económica ni de lejos parecida a 2008 o 2012, donde la parálisis de múltiples sectores de la economía (bancario, inmobiliario, construcción y, por contagio, otros muchos), provocó una espiral de autodestrucción sin precedentes. La expansión del Covid-19 tendrá un límite, con o sin vacuna, y la actividad económica que se detiene de forma temporal para hacer frente a la ola de contagios se reanudará después en mayor o menor medida.
“La expansión del Covid-19 tendrá un límite y la actividad económica se reanudará después en mayor o menor medida”.
Además, cuando hablamos de invertir nos referimos siempre a un enfoque mundial, donde Asia y Norteamérica son los continentes de más crecimiento e innovación, en los que hay que estar presentes permanentemente más allá de la vieja Europa. Por supuesto, hablamos también de los sectores más punteros en Asia y América, donde se producen la mayoría de las innovaciones.
La realidad más crucial es que estamos de lleno en una revolución tecnológica, refrendada por un tráfico de datos en internet que sigue expandiéndose. Y hay múltiples caras en este salto o escalón tecnológico que estamos viviendo: las criptomonedas, que son quizá la parte más sofisticada de esta revolución; los coches eléctricos; la adaptación de la mano de obra al teletrabajo en casi todos los hogares; o el comercio online. Pero hay mucho más, como las empresas de biotech, de energías renovables y con objetivos medioambientales, de inteligencia artificial, de robótica, o las vinculadas con internet y la tecnología en general. Son fuerzas más abstractas que la crisis sanitaria, a la que es fácil poner “cara”, pero no por ello menos reales. De hecho, son las fuerzas que realmente mueven la economía y la Bolsa a largo plazo y, por eso, son las fuerzas que realmente importan.
Jesús Mariñas
Socio director de JDS Capital