Las oficinas enseguida provocan en nosotras una sensación un tanto hogareña. Una elegante fotografía horizontal tinta la pared, mostrando una imagen de espigas de trigo en blanco y negro. La luz suave que se filtra a través de las cortinas acaricia la superficie y resalta los pequeños detalles de la mesa de trabajo de Carlos Álvarez, donde descansan varios botellines de cerveza vacíos, colocados con una pulcritud exquisita. Asomado a la ventana, nuestro protagonista contempla las espectaculares vistas que le brinda el centro de Pamplona desde este rincón.
Natural de Córdoba, su infancia transcurrió en el campo, con los dedos manchados de tierra y el corazón lleno de cielo. Cada mañana, al despertar, contemplaba el paisaje andaluz y admiraba cómo el sol doraba el suelo, desperezando al planeta con sus rayos, capaces de abrazarlo todo. Su padre era agricultor, y de él aprendió el lenguaje de la naturaleza y los ritmos de la cosecha. Cada espiga que crecía, cada semilla que brotaba, era un recordatorio de la vida en su forma más pura y sencilla. El campo lo hacía sentirse en casa.
Aunque de niño se imaginaba surcando los cielos como astronauta, pronto cambió la luna por la tierra. Descubrió que no necesitaba marcharse tan lejos para sentirse parte de algo grande: el campo le ofreció una conexión que ningún planeta lejano podría igualar. Así, se decantó por estudiar Ingeniería Agronómica en la Universidad de Córdoba, especializándose después en la rama de la Fitotecnia, que abarca todo lo relacionado con las plantas, desde el diseño de una siembra hasta el manejo del cultivo y la comercialización de la cosecha.
Al finalizar su formación, fichó por Limagrain, compañía francesa especializada en la obtención, producción y comercialización de semillas para cultivos extensivos. Lo que comenzó como una “aventura de becario”, acabó convirtiéndose en una larga etapa profesional que duró más de dos décadas: “Al terminar las prácticas ejercí como comercial, después como director comercial y, finalmente, fui director general. Me dio tiempo a todo”. Aunque en un inicio trabajó en la filial ubicada en Andalucía, más tarde se trasladó a la localidad navarra de Elorz, donde la firma posee sus oficinas centrales. Todavía recuerda aquel gran cambio. “Son regiones muy diferentes, pero todo suma. El campo navarro es maravillo, aunque es cierto que echo de menos la luz del sol. Aun así, es importante saber que no hay que mirar lo que dejas atrás, sino lo que tienes ahora”, apostilla.
DE LAS SEMILLAS A LA MALTA
Pensó que se jubilaría en el sector de las semillas. Pero la vida le deparaba algunas novedades: “Me surgió la oportunidad de continuar en la agroindustria, en esta ocasión en el ámbito de la malta. Acepté el desafío y comencé mi trayectoria en Intermalta como director general”. Ya son siete los años que Carlos lleva liderando la firma navarra, que posee tres sedes en San Adrián, Albacete y Sevilla.

La malta de la empresa navarra está presente en dos de cada tres cervezas españolas.
Proveedora de la industria cervecera, Intermalta anunció el año pasado una ambiciosa estrategia para aumentar la capacidad productiva de sus plantas con el objetivo de “satisfacer la creciente demanda de cerveceros y consumidores de malta en toda la Península Ibérica“. En este sentido, la firma prevé pasar de las 350.000 toneladas actuales a 450.000. Para ello ampliará su fábrica navarra, cuyas obras finalizarán en unos dieciocho meses. El crecimiento experimentado por la compañía también se refleja en su facturación anual, que ascendió a 203 millones en 2024.
“Nuestra malta se encuentra en dos de cada tres cervezas que se consumen normalmente. Trabajamos para los cinco grandes grupos cerveceros de España”, detalla nuestro protagonista para acto seguido nombrar a Damm, Heineken, Hijos de Rivera, Grupo Ágora, Mahou San Miguel y Compañía Cervecera de Canarias. “La verdad es que el sector cervecero de España es muy potente, estamos en el ‘top’ diez mundial. Tenemos el segundo puesto, justo después de Alemania“, añade satisfecho.
EL PROCESO
Toda la cerveza posee una malta concreta que recibe el nombre de “pilsen”. Más del 90 % de la producción de la compañía navarra pertenece a esta tipología, aunque con diferentes especificaciones según el modelo de cerveza. “Nos adaptamos a las determinaciones de cada cliente, y también producimos maltas especiales, como la Múnich o la caramelo”, explica justo antes de entregarnos varias muestras para que entendamos las diferencias entre cada una de ellas.
La malta surge de la cebada germinada y necesita una humedad, oxigenación y condiciones de temperatura muy concretas. El proceso se inicia hidratando la cebada en agua y, después de mantenerla a una humedad superior al 40 % y controlar su oxigenación, se tuesta. Para hacer frente al “alto consumo energético” que supone este proceso, Intermalta proyecta reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en más de un 50 % “en todas las instalaciones”. De hecho, en la maltería de San Adrián se implantó recientemente una instalación fotovoltaica, mientras que la factoría de Albacete posee un “proyecto definido más complejo, con diferentes tecnologías para conseguir reducir también drásticamente las emisiones”.

Además de sentir una profunda devoción por la cerveza, a Carlos Álvarez también le apasiona el vino.
En este sentido, Intermalta celebró recientemente un nuevo hito, adelantado Navarra Capital: la puesta en marcha de una planta de biomasa en sus instalaciones de Sevilla, cuya inversión asciende a 14,6 millones de euros. En concreto, dará empleo a cinco profesionales, que se enfocarán en las tareas de mantenimiento: “Llevamos más de dos años trabajando en este proyecto. Usaremos biomasa sostenible certificada para producir el calor y la electricidad que la fábrica necesita. Hay poca maltería tan descarbonizada como la nuestra, porque consideramos que es importante consumir energía limpia”.
Pero si hay algo de lo que nuestro protagonista se siente “especialmente orgulloso”, es de su familia. A sus 55 años, asegura con una sonrisa de oreja a oreja que su mujer y sus cuatro hijos son un regalo maravilloso. Y aunque siente una profunda devoción por la cerveza, también le apasiona el vino. “Conocer los procesos de elaboración, la vinculación del vino con el terreno, descubrir quién se encuentra detrás de las bodegas, qué clima se necesita, cuáles son las condiciones que debe tener el suelo…”, suspira reflexivo. En su voz hay algo más que simple curiosidad: un anhelo casi místico, como si al descorchar una botella buscara, más que una copa, dibujar una conversación con la tierra misma.