Charlar con ella genera endorfinas… y un deseo total de lanzarse directo al arte de la cocina. Porque la mujer con más estrellas Michelin de España, siempre optimista, enérgica, cariñosa y, sobre todo, divertida, nunca causa indiferencia. Carme Ruscalleda desprende una personalidad tan fuerte como la sombra de su trabajo en el panorama culinario nacional. Un buen hacer gastronómico que despegó cuando, tras estudiar comercio mercantil, se incorporó al negocio familiar (una charcutería) junto a su marido, Toni Balam.
Pronto incorporó una sección de platos caseros para llevar que sumó tal éxito que no tuvieron más remedio que comprar la torre de delante de su tienda para abrir, en julio de 1988, el famosísimo restaurante Sant Pau, de San Pol de Mar. En solo tres años, récord total para la época, consiguieron su primera estrella de la Guía Michelin. La segunda llegaría en 1996. Y diez años después, en 2006, la tercera.
Pero Ruscalleda, que realiza metódica sus cinco comidas diarias, sigue siendo la misma Carme sencilla de siempre. Esa mujer no vegetariana, pero sí “muy practicante”, que acostumbra a cenar solo una manzana, “porque cuando se va la luz nuestro cuerpo se relaja y descansa”. Eso sí, desayuna cada amanecer “una o dos piezas de fruta de temporada, un yogurt, galletas integrales y un café con leche de soja”. Siempre con su mesa mirando al Mar Mediterráneo. Ese cálido e inspirador océano que también adjetiva a la mejor dieta del mundo. La que, esta semana, la chef más popular de nuestro país defendió con garra en una nueva charla virtual del ciclo CaixaBank Talks LIVE, formato de coloquios y talleres impartidos por expertos de primer nivel que ofrece CaixaBank para clientes y no clientes de la entidad, a la que fue invitada Vanity Capital.
Y así fue. ¡100 % esencia mediterránea! Más en una época de post-confinamiento en la que muchos han descubierto un talento que pensaban que no tenían, y se han atrevido a adentrarse entre fogones. “La actitud delante de la cocina también se traslada al plato. Hay que atreverse a entrar en la cocina, como te atreves a dar un beso a una persona, que puede ser la equivocada. Pero ese descubrir, experimentar, te inyecta un bagaje importantísimo para rendir más y mejor. Una receta es como una partitura con la que trabajar, modificar, alterar, completar… Pero en la acción de cocinar se halla la diferencia. En dicho acto está que la alimentación sea mera supervivencia, o una lujuria, una experiencia gustosísima. En definitiva: ¡una maravilla! Trabajar en la cocina es invertir tiempo en salud. Porque la salud entra por la boca“, aseguró Ruscalleda, al mismo tiempo que clamó por el respeto a la lechuga o a un buen plato de bravas.
“Ahora todas las personas que, por ejemplo, no ponían atención al pedirse unas bravas, como las han cocinado durante el confinamiento, seguro las van a valorar muchísimo más. Dónde comprar la patata, cómo cortarla, cómo cocinarla, cómo presentarla… Es el mismo respeto que merece una buena lechuga. Si la has adquirido con cariño, no puedes dejarla morir en el frigorífico. O como la deferencia que se debe tener ante una lubina recién pescada. Si el cocinero se la carga o la quema en el horno, debería estar obligado a encender una vela por el alma de ese bendito pescado”, exclamó entre risas la cocinera catalana más popular.
La misma que no quiso dejar pasar la oportunidad para mencionar ese componente “ilusionante” que encierra toda gastronomía: “Al final, en la pasión por cocinar está la pasión por comer. Esa ilusión por comer, que es vida, es lo que te carga las pilas para cocinar. Si eres un tío perezoso, la cocina no es lo tuyo. Porque después de cocinar, y de comer, queda por limpiar la batería. Por ello, cuando alguien ha cocinado para ti, al finalizar la velada debes levantarte y aplaudir. Porque la cocina profesional es un negocio, claro está, pero cuando alguien cocina en casa para otro… ¡eso es un acto de amor! Y debemos mostrar respeto“.
Preguntada por si, en el día a día, la mayoría de los mortales ponemos en valor la alimentación, Carme Ruscalleda, enamorada desde niña de los productos frescos, “a los que deberíamos sacar el máximo rendimiento”, no dudó al recomendar el siguiente consejo: “Enamoraros del producto de temporada. Cada vez tenemos más claro que la salud va de la mano de la alimentación. Los que somos herederos de la cultura mediterránea tenemos la obligación de dar cuerda al mercado, para que no cierre. Dar trabajo al que pesca, al que cultiva, al ganadero… A quienes les parezca que todo esto son pamplinas, pues nosotros les atraparemos con nuestra gastronomía”. Con las virtudes de la dieta mediterránea. Con esos productos de temporada que, al entrar en nuestro organismo, nos preparan “para nuestro alrededor”. “Una suma de culturas tan ricas como la griega, romana, árabe, con una tradición milenaria de exquisita combinación de ingredientes. Por algo la cocina mediterránea es de las más longevas del mundo“, detalló Ruscalleda.
Apetitoso hábito culinario que ella bien practica desde hace décadas en su Sant Pau, defensor de esas recetas locales que también triunfan en Tokio o Barcelona. Un restaurante que apuesta, desde sus inicios, por la naturaleza, bebe de fuentes locales, y las lanza al panorama internacional. Siempre, por supuesto, mimando hasta el más mínimo detalle. Porque como bien precisó en la charla Carme, el atrezzo también es fundamental en la cocina. Una parte imprescindible: “Todo el mundo ha descubierto que los macarrones, bien servidos en un plato bonito, saben mucho mejor”.