Esta ruta no necesita billetes de avión ni pasaportes. Solo ganas de descubrir, de respirar, de cuidarse. En tres días, puedes comer, rezar y amar. Y hacerlo sin salir de Navarra. Una tierra que tiene algo de película… y mucho de verdad.
Día 1: COME – Entre quesos, cervezas y praderas infinitas
Nada como empezar un viaje por el estómago. Y en Navarra, eso significa abrazar los sabores de la tierra en su versión más auténtica y sostenible. Nuestra primera parada es Iturgoyen, a los pies de la Sierra de Urbasa-Andía, un enclave donde el pasto verde y los bosques se dan la mano.
Allí, la quesería Axuribeltz no solo elabora quesos de oveja de forma artesanal, sino que ofrece experiencias inolvidables: puedes conocer a las ovejas, probar su leche recién ordeñada y, si te atreves, convertirte en pastor por un día, acompañando al rebaño entre los montes. Sí, como lo lees: andar, respirar hondo y dejarse llevar por el ritmo lento de la naturaleza.
Y cuando la sed aprieta, nos vamos hasta Ameskoa Baja, donde el proyecto Elkea lleva la agricultura ecológica al siguiente nivel. Aquí producen su propia cebada y lúpulo, con los que elaboran las cervezas Urederra Garagardoak. Un producto local, consciente y delicioso. Pero hay más: también cultivan frutas, legumbres y elaboran aceite, todo bajo el mismo respeto por el entorno.
Para cerrar el día, nada como mirar el mundo desde las alturas. El mirador de Lazkua, ese balcón natural abierto sobre la sierra, nos regala una de las puestas de sol más bellas que puedas imaginar. Un brindis con cerveza en mano y queso en el paladar. ¿Se puede empezar mejor?

«El Mirador de Lazkua» es un balcón cortado de manera natural, en un paredón calizo.
Día 2: REZA – Monasterios, silencio y la belleza del recogimiento
La jornada nos invita ahora a bajar el ritmo, a sumergirnos en la calma. Porque rezar, aquí, no tiene por qué ser un acto religioso, sino una forma de reconectar. De encontrarse. Y Navarra es tierra de monasterios, de piedras que han escuchado siglos de silencio.
Arrancamos en Estella, con el majestuoso Monasterio de Irache. Fue hospital, universidad y ahora museo. Aquí, el arte románico y gótico se entrelazan como las páginas de un libro antiguo. Y por cierto, no te vayas sin probar su mítica fuente del vino, abierta para los peregrinos del Camino de Santiago.
La siguiente parada es el Monasterio de Iranzu, encajado entre montañas en el Valle de Yerri. Un lugar que corta la respiración por su belleza sobria, con un claustro gótico que parece suspendido en el tiempo. El silencio aquí no pesa: acaricia.
Seguimos hacia el Santuario de Nuestra Señora de Codés, en lo alto de Torralba del Río. Las vistas, ya solo por eso, merecen la subida. Pero además, su iglesia románica y los senderos que lo rodean son una invitación constante a la contemplación.
Terminamos el recorrido en el Monasterio de Azuelo, más humilde pero no menos impactante. Pequeño, rodeado de campos, es el sitio perfecto para sentarse en un banco, respirar hondo y escuchar el sonido del viento. Que también es una forma de orar.
Día 3: AMA – Spa, desconexión y amor (en todas sus formas)
Después de comer y de rezar, toca amar. Pero no hablamos solo del amor romántico —aunque hay sitio para ello—, sino también del amor por uno mismo, por el descanso, por el arte de cuidarse.
Y si de cuidarse se trata, Navarra tiene opciones que son puro mimo. Empezamos por Gallipienzo, un pueblo medieval que parece sacado de un sueño. Allí está el Heredad Beragu Hotel, solo para adultos, con vistas infinitas y una atmósfera de calma total. Ideal para una escapada en pareja.
Si buscas algo más exclusivo y escondido, apunta este nombre: Arantza Hotela. En plena montaña, con ventanales gigantes y un spa privado que puedes reservar solo para ti y tu acompañante. Una joya en mitad del bosque, donde el tiempo se detiene.
¿Prefieres el ambiente urbano? Pamplona tiene hoteles con mucho encanto, como el Gran Hotel La Perla, lleno de historia; el Hotel Pompaelo, con spa en pleno centro; o el Hotel Catedral, al lado de las murallas. Ciudad y relax no tienen por qué estar reñidos.
Y si lo tuyo son las aguas termales, los balnearios de Fitero y Elgorriaga te están esperando. El primero, al sur, es historia líquida: centenario, elegante, con un monasterio anexo que te dejará sin palabras. El segundo, en el norte, moderno y rodeado de verdes valles. No te vayas sin probar su flotarium, una experiencia de ingravidez total en una de las aguas más saladas de Europa.

En Arantza Hotela el amor se vive en los pequeños detalles: spa privado en la intimidad de la pareja.