Navegamos con un sistema de salud ineficaz a pesar de contar con excelentes profesionales. Ante la llegada del tsunami del coronavirus, la falta de previsión, planificación y vigilancia se ha hecho visible y no sólo es consecuencia de recortes y privatización. La raíz de nuestra incompetencia colectiva está en la falta de equidad, transparencia y gobernabilidad en todos los niveles organizacionales del sistema nacional de salud.
Confiábamos en que nuestro sistema de vigilancia sería capaz de detectar y actuar a tiempo ante nuevos virus o riesgos para la salud pública. No ha sido así, a pesar de toda la teoría, literatura, ensayos y simulaciones. Y ni siquiera la observación de datos y medidas adoptadas durante los meses de avance desde pacientes cero en otros países ha sido suficiente para que nuestros expertos en epidemiología se hayan anticipado avisando al país para que se preparara a tiempo.
El resultado de esta pésima vigilancia ha sido la falta de información para tomar decisiones, responsable de la incapacidad para identificar y detener los focos iniciales de la epidemia, la demora en la puesta en marcha de medidas eficaces para aplanar la curva de prevalencia y la falta de anticipación para dotarse a tiempo del necesario material de protección, equipamiento y recursos humanos. Así que ciudadanos, profesionales y pacientes están sufriendo ya las consecuencias. Teniendo en cuenta que la demanda mundial está creciendo exponencialmente, limitando la disponibilidad de los productos fabricados, es urgente utilizar con autoridad la capacidad tecnológica y productiva de nuestras empresas para fabricar lo necesario como en tiempos bélicos porque, ciertamente, estamos combatiendo colectivamente en una guerra mundial contra un virus (#WWV).
La permanente improvisación evidencia la necesidad de tener información, planificación y procesos de decisión eficaces. Además, la falta de transparencia sobre quién toma cada decisión, qué escenarios y opciones se plantean y quiénes son los expertos que asesoran y sus fuentes garantizan que se perpetúe la ausencia de rendición de cuentas y la reflexión para impulsar procesos de mejora en el sistema.
Además de seguir mejorando la vigilancia, la ciudadanía y los profesionales necesitan más transparencia. No es suficiente con publicar datos retrospectivos de pacientes e ingresados en hospitales o servicios especializados; es necesario también tener cuadros de mando y herramientas digitales para gestionar flujos de pacientes, con datos de disponibilidad de recursos críticos en tiempo real y previsiones de ocupación en próximas horas, días y semanas basadas en modelos y algoritmos permanente actualizados.
En estos momentos, la capacidad de atender a pacientes críticos que necesitan tecnología para respirar está casi saturada y es urgente anticiparse a la demanda de camas de UCI que van a hacer falta en pocas semanas. Podemos estimarlo porque conocemos el porcentaje de pacientes que necesitan cuidados críticos y contamos con las recomendaciones recientemente publicadas por la sociedad española de medicina intensiva (SEMICYUC) en un documento que también contiene un protocolo con criterios clínicos y éticos para el proceso de triage, que servirá para seleccionar a los pacientes críticos que no puedan ser atendidos con el equipamiento adecuado por falta de capacidad, recibiendo cuidados paliativos.
La permanente improvisación evidencia la necesidad de tener información, planificación y procesos de decisión eficaces.
El departamento de salud tiene la responsabilidad de estimar y decidir cuántas camas de UCI hacen falta. Pienso que en pocas semanas necesitaremos al menos triplicar nuestra capacidad de atender a pacientes críticos con #COVID19 y deberíamos ser capaces de atender simultáneamente al menos a 400 pacientes críticos por millón de habitantes, quizás a muchos más. Es un gran reto organizativo y logístico. Sin embargo, es necesario y posible si se actúa con audacia delegando en líderes clínicos las decisiones organizativas, y en directores de proyecto la misión de poner en servicio en pocas semanas la infraestructura y tecnología necesarias, con autoridad para dirigir nuestro ecosistema industrial y para utilizar o fabricar lo que haga falta. Si construimos más camas de las necesarias, habremos malgastado algo de dinero; si hicieran falta más de las que podamos llegar a tener, probablemente la mortalidad se disparará.
Como la red de vigilancia ha fallado, el alejamiento físico es necesario para minimizar los contagios. Sin embargo, el confinamiento estricto en nuestras casas puede no ser imprescindible y, si se prolonga demasiado, será inadecuado para mantener nuestra salud física y mental. Deberíamos ser capaces de equilibrar el confinamiento domiciliario con salidas a la calle responsables, para pasear y hacer deporte manteniendo el necesario distanciamiento físico. Si fuera necesario, se podría contar con policía, servicios sociales y redes de voluntariado para ordenar y coordinar las salidas con la máxima seguridad para la salud. Impulsar la colaboración, compasión y cercanía social es compatible con garantizar el distanciamiento físico que requiere la pandemia.
Es necesario tener cuadros de mando y herramientas digitales para gestionar flujos de pacientes.
Tecnológicamente, estamos mejor preparados que nunca para luchar contra esta nueva enfermedad, y se han habilitado fondos extraordinarios para acelerar la innovación y el desarrollo. Estamos luchando globalmente contra un virus que contiene tan solo 30kbit de material genético, con su ARN secuenciado con precisión desde enero, y se está monitorizando en tiempo real su propagación planetaria y sus mutaciones. Se han diseñado test rápidos para detectar y cuantificar con precisión la presencia de virus en personas, superficies de objetos y fluidos, y también tenemos la capacidad de detectar la presencia de biomoléculas para constatar el grado de inmunidad de quien haya superado la enfermedad. Teniendo en cuenta que personas sin síntomas están contagiando el virus, la Organización Mundial de la Salud recomienda la estrategia de medir sistemáticamente en toda la población la carga viral y la presencia de anticuerpos. El coste de hacerlo es infinitamente menor que el de las consecuencias de seguir combatiendo a ciegas esta pandemia, aunque es necesario superar retos logísticos importantes y, sobre todo, tomar la decisión correcta.
Start-ups de biología sintética están diseñando digitalmente, en tiempo récord, moléculas y código genético para curar y prevenir la enfermedad, colaborando con empresas de biotecnología industrial para acelerar y escalar la fabricación. Seguramente habrá que esperar bastante más de un año para tener una vacuna, aunque ya se están empezando a hacer ensayos clínicos con los primeros prototipos. Sin embargo, confiamos en contar en pocos meses con nuevas medicinas probadas, seguras y efectivas. Por humanidad, nuestros gobiernos deberían garantizar que la propiedad intelectual de medicinas y vacunas pertenezca a toda la sociedad y sea utilizada con criterios de equidad y necesidad. La economía de mercado debería estar al margen cuando la salud global está en juego.
Tenemos la responsabilidad de transformar nuestro sistema de salud con mejoras disruptivas. Ante los retos que plantea esta emergencia mundial, no podemos olvidar todas las necesidades de salud y justicia, especialmente de las personas mayores y vulnerables, así como de las que no tienen casa, sufren injusticias o están hacinadas en campos de concentración de refugiados.
Lo mejor de muchas personas está aflorando en estos momentos de crisis, y hay una nueva oportunidad para reflexionar y hacer posible nuestra metamorfosis, desplegando las alas de una sociedad más solidaria, más justa y mejor.
Salud, libertad y justicia.
Juanjo Rubio
Ingeniero biomédico; exgerente del Servicio Navarro de Salud, Osasunbidea; y exdirectivo del Servicio de Emergencias de la Comunidad de Madrid.