Postular a aquel puesto de vigilante nocturno era tan solo un ardid. En el fondo, Igor Ruiz de los Mozos (Pamplona, 1977) tenía claro que quería otra cosa. Corría el año 2003, había probado a ser frutero y repartidor, y anhelaba reengancharse a los estudios. Pero tenía que costeárselos él mismo. Por eso, en la entrevista de trabajo calló su verdadera intención: estudiar una ingeniería en el sobrecogedor silencio nocturno de aquella empresa editorial. Lo que no hizo falta callar, porque aún ni siquiera podía imaginarlo, era que aquel sería el arranque de una larga y prolija carrera académica. Una carrera que lo ha convertido en un referente en bioinformática, ciencia que hoy aplica en su puesto en Nasertic para descifrar problemas biológicos de toda índole.
Pero volvamos por un momento al silencio de aquellas noches. Una vez admitido como vigilante, la primera gran decisión de Ruiz de los Mozos fue elegir una disciplina académica. Recordó entonces su infancia, su fascinación por los experimentos mecánicos, «diseñando pequeños artefactos como ventiladores y luces que se encendían y apagaban». Evocó también su asombro cada vez que hojeaba la gran enciclopedia de la naturaleza que sus padres guardaban en casa, sus cromos de animales, la fascinación que le producía tratar de entender la lógica detrás de la vida.
Por eso optó por la Ingeniería Agronómica, «una opción a caballo entre una ingeniería pura y el conocimiento en biología», que además en Pamplona se impartía en la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Su sueldo como vigilante le permitía asumirlo.
«Tuve un par de asignaturas de biotecnología y me fascinó cómo el genoma encerraba toda la información sobre nosotros»
Como la portera de La elegancia del erizo, Ruiz de los Mozos fue acumulando libros y manuales en su garita y adentrándose cada noche en «la agronomía, los cultivos, la producción animal…», hasta que se dio de bruces con su verdadera vocación. «Tuve un par de asignaturas de biotecnología y me fascinó cómo el genoma encerraba toda la información sobre nosotros, cómo nos hace ser lo que somos y cómo todo está codificado, toda nuestra vida, todos los procesos biológicos», recuerda.
Es recordar aquella revelación y a Ruiz de los Mozos se le enciende la mirada y la lengua se le atropella tratando de explicar su disciplina con un tsunami de palabras. «Es increíble. Todo encerrado en 3.000 millones de letras. Si lo piensas no son tantísimas, ¿no? El genoma humano completo está impreso y expuesto en el museo Wellcome Collection de Londres. ¡En tan solo una estantería de 109 libros!».
LA IMPORTANCIA DE LA BASURA GENÉTICA
Impulsado por esa pasión recién descubierta, Ruiz de los Mozos terminó la carrera y recibió un crédito para cursar un máster en Biotecnología. Con esa ayuda, pudo dejar su trabajo como vigilante y dedicarse en cuerpo y alma a los estudios. En el máster cursó algunas asignaturas de Bioinformática y afinó más si cabe su vocación. «Despunté muy pronto y al final del curso mi profesor me decía que ya sabía más que él de bioinformática. Creo que las noches estudiando solo me curtieron como autodidacta y eso me espoleó. En el máster secuencié mi primera bacteria sin que nadie me lo enseñara». No había duda de que aquel era su camino, y profesores y colegas le animaron a seguir transitándolo con un doctorado.
«No podíamos descifrar los jeroglíficos, pero encontramos la piedra de Rosetta. Aún no hemos hallado algo equivalente a esa piedra en genómica»
Lo realizó en el Instituto de Agrobiotecnología (CSIC, Gobierno de Navarra), y lo hizo, grosso modo, trabajando las células como Oteiza hacía con las esculturas: centrándose en el vacío. «Hasta hace unos quince años, estudiábamos las células centrándonos en lo que conocemos como genes, zonas codificantes que producen las proteínas. Pensábamos que eran exclusivamente esos genes los que dictaban cómo se comportaría el genoma. Pero en los últimos tiempos, hemos descubierto que, en torno a esos genes, hay zonas no codificantes que tienen una importancia crítica». En su doctorado, logró describir un proceso molecular en el que quedaba patente que esa suerte de vacío tenía una función muy especial en la célula. Una prueba de que lo que hasta hace poco se conocía como ADN basura tiene una importancia radical en cómo se comporta nuestro organismo.
Pero aún le quedaba un nuevo salto por dar. Culminado el doctorado, partió a Londres para estudiar un máster en Bioinformática en la University College London. «La línea entre computación y genética es muy fina y me atraían mucho sus posibilidades». Apenas iniciados los estudios, el reputado investigador Jernej Ule se fijó en él y lo incorporó en su laboratorio del Francis Crick, considerado como uno de los mejores centro de investigación de Europa del ámbito biomédico. «Era levantar la mano y tenías cualquier cosa que necesitaras. El primer proyecto en el que trabajé tenía un presupuesto de cinco millones de euros y, el segundo, de siete. No tiene nada que ver con ninguna otra cosa que haya conocido», rememora.
«¿Cómo resumirías lo que hacías en Londres a un profano?», le preguntamos. «A mí me gusta trazar una analogía con la piedra de Rosetta. No podíamos descifrar los jeroglíficos, pero encontramos la piedra y eso nos ayudó a descifrar primero otros dos idiomas y, finalmente, el egipcio. Aún no hemos hallado algo equivalente a esa piedra en genómica. Leemos el código, pero no sabemos interpretarlo completamente. La ciencia básica se ocupa actualmente de eso, de ir haciendo minúsculos avances para tratar de interpretar cada vez más aspectos», especifica.
Ruiz de los Mozos se ocupó de esa ciencia básica en el Francis Frick hasta 2019, centrado en el estudio del ARN. «Digamos que el ADN es como el gran libro de nuestra vida —se apresura a detallar—, el que encierra todos los procesos biológicos que se producirán en algún momento de nuestra existencia. El ARN, sin embargo, es el párrafo o la frase que está leyendo en este preciso instante. La transcriptómica se encarga de analizar esto para tener una fotografía en vivo de los procesos genéticos que se están produciendo», aclara.
LA VIDA EN NASERTIC
Tras varios años en el Instituto Francis Frick, decidió regresar a Pamplona en 2019. Primero desembarcó en el CIMA y, un año después, recaló en el Centro de Secuenciación Masiva de Nasertic, la entidad que integra infraestructuras, tecnologías y servicios transversales desde el sector público contribuyendo al desarrollo de la sociedad navarra. El investigador cambió la ciencia básica por la aplicada. Aunque la extraña, de alguna manera le alivia haber dejado atrás la investigación pura, que describe con una metáfora claustrofóbica. «Era como estar en una habitación a oscuras, palpando alrededor sin saber qué estas tocando y tratando de dar respuestas a preguntas que apenas eres capaz de formular», atestigua.
«Los supercomputadores del CPD permiten secuenciar y analizar un genoma completo a la hora».
En su puesto actual hay muchas más certezas y, sobre todo, soluciones concretas a preguntas perfectamente formuladas, esta vez por otros. En el Centro de Secuenciación Masiva de Nasertic ayudan a resolver retos relacionados con la genómica a entidades sanitarias y centros de investigación valiéndose de la supercomputadora que aloja el Centro de Proceso de Datos (CPD). Inician cada proyecto aislando el material de partida, ya sea ADN o ARN, y lo trabajan para, mediante técnicas muy sofisticadas, recomponer el genoma completo. «Los supercomputadores del CPD permiten secuenciar y analizar hasta 48 genomas en dos días, uno por cada hora», asegura.
«Las aplicaciones son infinitas porque podemos secuenciar cualquier organismo», refiere el investigador. Esto permite resolver problemáticas cruciales y del todo dispares, como detectar una enfermedad genética a un neonato, aliviar enfermedades «que quizá tan solo estén provocadas por una ruta bioquímica que no funciona bien y se puede arreglar», o identificar genéticamente a individuos y sus familiares.
En Nasertic han trabajado en todas estas áreas. También prestaron apoyo al Servicio de Microbiología Clínica del Hospital Universitario de Navarra para secuenciar muestras de pacientes afectados de Covid y mejorar la eficiencia del rastreo y respuesta a la enfermedad. Y todo ello lo hacen, defiende el investigador, prestando un servicio público. Precisamente, visibilizar ese beneficio social es la razón que motiva Navarra-Makers, una iniciativa de Corporación Pública Empresarial de Navarra (CPEN) para arrojar luz sobre casos como el de Ruiz de los Mozos, ejemplos que dejan patente la utilidad del trabajo de las sociedades públicas para el desarrollo de Navarra en distintos ámbitos y que evidencian la variedad de perfiles integrados en la Corporación que dan servicio a la ciudadanía navarra desde sus ámbitos de especialización.
EL FUTURO DE LA MEDICINA PERSONALIZADA
La tarea de Nasertic y el propio Ruiz de los Mozos en las próximas décadas será titánica, puesto que la región se ha marcado el reto de ser referente en medicina personalizada. Y el servicio que prestan desde el Centro de Secuenciación Masiva y Laboratorio de Nasertic será crítico para ello. Pero el investigador es optimista. «Parece mentira porque somos una comunidad muy pequeñita, pero somos uno de los tres hub de secuenciación de España, junto a Barcelona y Galicia. Somos pioneros y desde la Administración se está haciendo un gran esfuerzo porque Navarra lidere la revolución en salud», resalta.
«¿Y descubriremos esa piedra de Rosetta que citabas en el estudio de genómica? Si la nombras es porque, de algún modo, anhelas encontrarla…», le planteamos. El bioinformático duda antes de responder. Es cierto que están dando «pasos de gigante en Inteligencia Artificial«, pero aunque a buen seguro revolucionará otras ciencias más exactas, la biología es tan anárquica («son tantos los efectores y los mecanismos de autorregulación»), que Ruiz de los Mozos no sabe si resolverá las cuestiones cruciales de su campo.
«Son miles de millones de años de evolución, en los que el código genético ha ido transformándose desde nuestros ancestros. Estamos arriba en la jerarquía y nuestro genoma es uno de los más complejos. Intentar descifrar lo que ha pasado en todos estos años quizá no nos lleve el mismo tiempo, pero quizá sí. Y seguramente habrá cuestiones que no podremos resolver nunca», resuelve.
«En cualquier caso —continúa—, yo ya no me dedico a eso. Tendrán que pasar muchos investigadores y muchísimos años hasta que logremos comprender completamente la información contenida en nuestro genoma. En cambio, hoy ya puedo decirle a un niño cuál es la raíz de su enfermedad y, en algunos casos, resolverla…».