¿Alguna vez has estado a dieta estricta? De las que vas seis días a la semana al gimnasio y cuentas calorías como si fuesen los días que quedan para San Fermín. Si lo has hecho, sabrás que a menudo la peor parte no es evitar, sino rechazar esa caña con un trozo de tortilla con la cuadrilla.
Algo parecido pasa cuando eres vegetariano. Tienes que renunciar al jamón, la morcilla, el chorizo… Pero la peor parte no es esa. Cuando pasas por el supermercado junto a la sección de embutidos, ni te percatas de su existencia. La mente, digamos que en defensa propia, se deja de fijar para no torturarse, incluso se pierde el identificador del olfato. Sin embargo, cuando sales una noche de pinchos con los colegas, todo se complica.
Llegas al bar con tus amigos y miras detalladamente a la barra para pedir: chistorra, tortilla con jamón, pulpo a la gallega… La recorres de izquierda a derecha y viceversa con la mirada en busca de algo que comer, mientras el camarero se impacienta y por fin lo ves. Ahí está el único pincho de entre ¿unos cien? que ha superado tu escrutinio. ¡Al fin algo que comer!
Te sientas con los colegas y ves lo que han pedido: erizo con txapela de algas marinas, champiñón relleno de foie cubierto de ali oli… Ellos miran tu plato y preguntan: «¿Lo tuyo qué es?». Y tú respondes con cara de casi pena: «Pisto». Y en ese momento ya no tienes escapatoria, porque lo siguiente que oyes es: «¿Otra vez?»
Esta es la realidad de muchos vegetarianos, que se encuentran con el reto en la calle, no en su casa. En España el porcentaje de vegetarianos sigue siendo bajo, con 1,3% de vegetarianos y un 0,8% de veganos (gente que no consume nada de procedencia animal). En un país donde el jamón es parte de nuestro ADN, renunciar a él es poco menos que imposible para mucha gente.
ALTERNATIVAS EXCLUSIVAS
En 2016 el número de restaurantes vegetarianos se había doblado en tan solo cinco años y España se colocó por encima de la media europea con 6,8 restaurantes de este tipo por cada millón de habitantes. No obstante, aunque los vecinos bilbainos y donostiarras ya encabezan las listas de restaurantes vegetarianos, Pamplona sigue a la cola en número. Eso no hace que no haya lugares en los que poder mirar la carta sin tener que tachar el 80% de la misma.
Es el caso del recientemente abierto Loreak, una pequeña cafetería vegana especializada en repostería casera diaria. Uno de los aspectos más destacables del local es su estética, que presenta un diseño minimalista y cuidado hasta el extremo que destila cariño en cada rincón. Y aunque no seamos golosos, no hay más que mirar las caras de la gente que está disfrutando de sus zumos repostería. Se escuchan maravillas.
Si lo que buscas es un sitio donde comer sin tener que tachar la mitad de la carta, los restaurantes vegetarianos Sarasate y Baratza ofrecen excelentes alternativas. Una de las cosas que más destaca es que, a diferencia de lo que se puede pensar en un primer momento, mucha de la gente que va allí no es vegetariana, sino que busca nuevos sabores. Y allí los ofrecen. Hummus, hamburguesas vegetales, tomates rellenos… la carta no es precisamente pequeña.
DONDE MENOS TE LO ESPERAS
Uno de los lugares más llamativos para encontrar comida vegetariana es una hamburguesería, lugar de culto para los más carnívoros donde hasta las ensaladas llevan doble ración de pollo y beicon. Es por ello que sorprende que lugares como The Good Burguer, Foster Hollywood, La Mudita o Burguerheim cuenten con opciones vegetarianas y veganas en su carta. Y aunque posiblemente no sean una opción por la que se decante mucha gente, a menos que siga una dieta vegetariana estricta, es una forma de no tener que renunciar a una cena con amigos.
Así que la conclusión queda bastante clara. Parece que Pamplona es una ciudad poco preparada para los vegetarianos. Pero eso es algo de lo que vegetarianos y veganos ya son conscientes. Quizás haya pocos sitios donde ir a comer sin tener que mirar solo una parte de la carta, pero si sabes dónde encontrarlos, se puede salir a disfrutar de la gastronomía vegetariana.
Reportaje elaborado por Eduardo Sanz Campoy.