Eduardo Dávila Miura se adentra en la penumbra de la capilla de la Plaza de Toros de Pamplona y coge con sumo cuidado la descolorida estampa de una virgen. “La dejé yo aquí, en 2016”, nos indica, sin poder contener la emoción. Hemos venido para hacerle las fotos de la Entrevista de trabajo que pueden leer a continuación, y mientras la recorremos nos comenta sus gratos recuerdos del lugar donde alcanzó algunos de sus máximos triunfos como torero.
Descendiendo de la estirpe de los ganaderos de los míticos toros de lidia su futuro tenía muchas posibilidades de estar ligado a la fiesta taurina, pero lo que no imaginaba su familia era que iba a estarlo desde el otro lado, podríamos decir. “Por parte Miura somos 15 nietos y soy el único al que le ha dado por torear profesionalmente, en los 176 años de historia de la ganadería he sido el único Miura que me he dedicado a esto”.
“A mi familia no le gustó que un Miura intentase la difícil tarea de ser matador de toros, me pusieron como condición que acabase de estudiar y que si trataba de ser torero que lo hiciera en serio”
Admite que cuando dijo a la familia que quería ser torero “no les gustó, que un Miura intentase la difícil tarea de ser matador de toros les preocupaba porque es una profesión dura, muy exigente, en la que son muchos los que lo intentan y pocos los que llegan”. Tomó la decisión cuando ya estaba estudiando –es ingeniero técnico agrícola– y sus padres le pusieron dos condiciones: que terminase su carrera “y que si iba a intentar ser torero que lo hiciera en serio”. Como aceptó “lo tuvieron que asumir, y a partir de ese momento me apoyaron en todo lo que pudieron”.
Aún y todo, tuvo que vencer reticencias y dudas, “temían que fuera un capricho, y para mí fue una motivación muy grande ir convenciéndoles. Asumí mi carrera con responsabilidad y dedicación, durante los más de diez años que he sido torero, con momentos más altos y más bajos, he intentado vivir para mi profesión”. Por eso, “si miro para atrás creo que no puedo hacerme muchos reproches”.
EL PESO DE UN APELLIDO
Tener el apellido Miura supone una responsabilidad añadida si se emprende cualquier actividad relacionada con el mundo del toro. Tiene un sello de excelencia que obliga a quien lo lleva a estar a la altura que la dinastía mantiene con tanto celo como orgullo. “Eso te marca, claro, lo que vi en mi casa me lo he llevado, o al menos lo he intentado, a mi carrera de torero”. Sospecha que en el fondo “tenían miedo a que hiciera el ridículo”, y por eso “tuve que esforzarme mucho, ni quería ni podía defraudarles”.
Sí que tuvo respaldo en la rama Dávila, donde su tío Sancho, hoy ganadero, también fue torero, “y fue la persona en la que busqué el consejo profesional para encauzar mi carrera”. Con estudios y sin penurias económicas, Eduardo no encaja con la imagen tópica de quien se hace torero como única posibilidad de escapar de la miseria y que asociamos con aquélla frase de El Cordobés: “más cornás da el hambre”. “Sí, rompí el molde”, admite sonriente y con un gesto que podríamos interpretar como esto es lo que hay.
“Decidí dedicarme al toreo con todas las consecuencias, y en el momento en el que vi que no estaba al nivel que me gustaba estar me retiré”
Eduardo Dávila Miura se muestra amable, cortés y hasta cariñoso. Transmite cercanía y sinceridad. “Creo que he sido honesto con mi profesión, y si decidí dedicarme al toreo con todas las consecuencias, en el momento en el que vi que no estaba al nivel que me gustaba estar me retiré”. No se fue con las manos vacías, además del dinero y la fama el toreo le dio unos valores “que me han servido en otras facetas de mi vida. Mira, yo no era un buen estudiante, pero mejoré gracias a lo que iba aprendiendo en las plazas, el toreo me centró en todos los sentidos, de verdad”.
EL MOMENTO DE LA RETIRADA
En 2006 empezó la temporada sin saber que iba a ser la última, aunque reconoce que “venía dándole vueltas”. Fue una sorpresa, Eduardo Dávila se encontraba en un buen momento profesional “pero es importante mirarse dentro, a ti mismo no te puedes engañar, y lo que vi fue que no estaba igual de comprometido, no estaba igual de ilusionado, me faltaba esa motivación especial… Además fui padre y eso me hizo ser más conservador, y por suerte o por desgracia en esta profesión no puedes serlo, uno tiene que salir a la plaza consciente de que allí puede pasar cualquier cosa y a mí me costaba asumirlo”.
“No me importa reconocerlo, habían llegado toreros jóvenes que hacían cosas que ya no me veía capaz de hacerlas, me doy cuenta de que no estoy en ese nivel y de que ha llegado el momento de dejarlo. En la vida o se está al cien por cien o no se está, las medias tintas no valen, bueno en la vida y en todo”, añade en otra muestra de sinceridad.
“El vacío que te deja la retirada es imposible llenarlo del todo, lo que vive un torero delante del toro no es comparable a nada”
Tenía entonces 32 años y la incertidumbre de qué iba a hacer con su vida, aunque “he tenido la capacidad y la suerte de abrirme nuevos caminos, vinculados directa o indirectamente con la tauromaquia, que me ayudaron a llenar en parte ese vacío que te deja la retirada del toreo, que es imposible llenar del todo, lo que vive un torero delante de un toro no es comparable a nada”. Comenta corridas en diversos medios de comunicación, ha sido apoderado y ofrece cursos para el Club de aficionados prácticos, en los que enseñan técnicas del toreo a quien desee practicar con una becerra. Pero su principal ocupación es la de dar conferencias a directivos de empresas en las que transmite “mis vivencias y experiencias en el mundo del toro que son aplicables a otras actividades y a cualquier profesional en su día a día”. Lo que ahora conocemos como un coaching, vaya.
Reapareció, como muchos otros toreros, pero su caso fue muy especial. Lo hizo en 2016, exclusivamente para tres corridas en las que se encerró con seis toros de Miura en las tres plazas más importantes: Madrid, Sevilla y Pamplona. Fue entonces cuando dejó la estampa de la virgen en la capilla de la Plaza. “Para mí fue muy bonito, ya te he dicho que fui torero gracias a la familia, y esto era devolverles un poco de lo que me habían dado”. Dice que todos los recuerdos que tiene de Pamplona son buenos, que siempre estará agradecido a la Casa de Misericordia por la confianza que le demostró y que no llegó a correr nunca el encierro “por miedo, ya ves, te atreves a ponerte delante de un toro y no he sido capaz de afrontar ese momento que me parece maravilloso, único”.
NUEVE CORNADAS, NUEVE
Aunque no tuvo percances muy graves, sí luce las cicatrices de nueve cornadas “pero es algo que asumimos como parte de nuestra profesión”. Le preguntamos cómo es ese instante y responde que “pasa muy rápido y es en un momento de mucha adrenalina, de sentimientos muy fuertes, por eso quizás no eres del todo consciente de lo que te está pasando. Cuando llegamos a la plaza nos transformamos y muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos con lo que hacemos, es esa responsabilidad ante el toro, ante el público la que te hace dar un paso adelante que pensándolo fríamente igual no serías capaz de darlo”.
Pero se tiene que pasar miedo cuando has sido empitonado, ¿no? “Siiiiii, claro, pero la adrenalina te hace reaccionar… Mira, cuando ves que cornean a otro torero piensas que eres incapaz de soportar que eso te pase a ti, y cuando te pasa no es que lo soportes, sino que casi no te duele. Vamos, en ese momento, porque luego ¡vaya que si duele!”, exclama agitando la mano para dar más énfasis a sus palabras
“El instante de la cornada pasa muy rápido y es en un momento de mucha adrenalina, de sentimientos muy fuertes, por eso quizás no eres del todo consciente de lo que te está pasando”
Hablando de temas dolorosos, en este caso para los taurófilos, ¿cómo se ve desde dentro la crisis de la fiesta? Eduardo duda un momento antes de señalar que “diríamos que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero muchas veces caemos en el victimismo. Es verdad que hoy el toreo está atacado desde muchos sectores que parten del desconocimiento de lo que es esto, quizás tenemos parte de culpa porque los del mundo del toreo hemos estado un poco cerrados. Por eso desde que me retiré intento dar a conocer lo que es el toro de verdad, hacemos muchos eventos de empresas en ganaderías para que vean el toro en su hábitat. Creo que al final tenemos que ser optimistas porque tiene mucho arraigo, hay muchísima afición y mientras haya plazas donde se viva el toreo como se vive aquí, en Pamplona, la fiesta tendrá futuro”.
Pero también tiene muchos detractores… “Yo entiendo que pueda gustar más o menos, pero pedimos respeto. A mi hay muchas cosas que no me gustan en esta vida y no se me ocurre ir a verlas. El problema es que nos equivocamos al comparar el animal con el hombre, si hay alguien que quiere al toro somos nosotros, le debemos todo, pero el toro nace para morir compitiendo en la plaza”. Y desde el centro del ruedo mira con nostalgia los tendidos vacíos y la puerta del toril que, dentro de unos días, se abrirá para dejar salir a los Miuras.
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