¿Tiene usted problemas en la piel, para dormir o para respirar últimamente? No se preocupe, no es Covid-19. Pero quizá sea un alto nivel de estrés. Nueve de cada diez españoles estuvieron estresados en algún momento del año pasado, y tres de cada diez lo han estado de forma habitual, según el III Estudio de Salud y Estilo de Vida de Aegon. Cuando la vida cambia de golpe un tiempo prolongado, puede aparecer o aumentar este estado de ánimo, y la crisis sanitaria la ha hecho cambiar una y otra vez: teletrabajo, confinamiento, alteraciones en la dieta y en los horarios, medidas de seguridad y falta de contacto…
La constante preocupación por la propia salud y la de nuestros seres queridos ha impactado, irónicamente, en nuestro bienestar físico y psicológico. Los expertos de Nivea explican que la piel suele reflejar estos eventos de tensión en la vida de una persona, porque es un órgano que está interrelacionado con sistema nervioso. Por eso, han recopilado una lista de señales claras de que debes tomar cartas en el asunto:
1. Aparición de problemas en la piel. El estrés produce desajustes hormonales, como un exceso de adrenalina y cortisol en sangre. Esto debilita nuestro sistema inmunitario, provocando varios problemas cutáneos: rojeces, dermatitis, urticarias y sequedad. Además, una persona estresada tiende a tocarse más la cara y eso puede conllevar irritaciones, heridas e infecciones. Otra consecuencia del debilitamiento del sistema inmunitario es que pueden aparecer herpes, calenturas, dermatitis o psoriasis.
El estrés daña directamente la piel porque produce desajustes hormonales y debilita nuestro sistema inmunitario, provocando problemas cutáneos.
2. Aparición de granitos o acné. Las alteraciones hormonales desencadenan una alta producción de la grasa de la piel, el sebo, que acaba bloqueando los poros y facilita que se produzcan infecciones que causan inflamación, como pequeños granitos o acné.
3. Piel apagada, fatigada y sin luminosidad. El estrés motiva la acción de los radicales libres, las moléculas causantes del envejecimiento. Estas moléculas siempre están presentes en nuestro cuerpo, ya que se generan incluso con la respiración o la luz solar. Sin embargo, cuando hay un exceso de ellas, la piel se desequilibra y envejece de forma prematura, lo que se traduce en arrugas, flacidez, tono apagado o falta de elasticidad. Además, el estrés hace que la piel se vuelva más vulnerable a factores ambientales nocivos, como la radiación UV o la contaminación.
El estrés motiva la acción de los radicales libres, causantes de arrugas, flacidez, tono apagado o falta de elasticidad en la piel.
4. Deshidratación. Cuando hay estrés, la circulación sanguínea se vuelve más lenta, lo que dificulta que el agua y otros nutrientes lleguen a la piel para mantenerla joven, sana y jugosa. La falta de agua en la piel va en detrimento de su elasticidad y la vuelve más propensa a las arrugas y a la flacidez, otro signo de envejecimiento.
5. Caída del cabello. El cabello tiene su propio ciclo vital. Cuando este llega a su fin, el pelo se cae. Sin embargo, no es normal que caiga mucho al mismo tiempo. Este es uno de los síntomas más comunes de un alto nivel de estrés.
6. Dificultades para dormir. Dolores de cabeza y cansancio generalizado y ojeras, otro gran síntoma de estar cansado. Las bolsas bajo los ojos se producen por una dilatación de los vasos sanguíneos, dando un aspecto más oscuro a la piel y haciendo que ésta vaya perdiendo vitalidad y que se vuelva más fina. Asimismo, dormir poco altera el ritmo habitual del organismo y la segregación de ciertas hormonas, como el cortisol, lo que puede acelerar el envejecimiento y empeorar algunas enfermedades.
7. Alteración de la respiración. Cuando estamos estresados, nos cuesta respirar de forma estable y profunda. Esto no solo influye en el control de nuestros estados emocionales, sino que afecta inevitablemente al nivel de oxígeno necesario para nuestros procesos metabólicos y, por ende, a la regeneración celular de todos nuestros órganos.
RECOMENDACIONES
El estrés es una respuesta natural ante una situación de incertidumbre, desconocida o complicada; una herramienta que tiene el cuerpo para activarse en momentos negativos o de amenaza y escapar de una situación. Sin embargo, cuando se convierte en algo habitual en nuestra vida diaria, es más un problema que una solución. Por ello, si detectamos algunas de las señales físicas del estrés, lo más importante es actuar rápido y combatir su origen. Los expertos proponen las siguientes medidas:
Hacer ejercicio con regularidad. La actividad física ayuda a liberar la energía y la tensión emocional acumulada y a destensar los músculos. Y contribuye muy positivamente a la respiración porque aporta oxígeno a nuestro organismo. Los ejercicios aeróbicos de intensidad moderada, como caminar, bailar, nadar o montar en bicicleta, son muy buenas opciones. Realizar ejercicio con una duración de media hora o una hora al día entre tres y cinco veces a la semana es suficiente para ayudar a controlar los niveles de estrés o ansiedad.
Realizar actividades relajantes. Una ducha reconfortante, un baño de burbujas, ejercicios de respiración o relajación muscular, meditación o un momento de lectura. Cada persona es diferente y no a todo el mundo le relajan las mismas actividades; pero, en general, dedicarse tiempo a uno mismo y a las personas que queremos es necesario para que el cuerpo y el alma descansen.
Salir al aire libre para recibir la vitamina D del sol. La piel produce esta vitamina cuando está en contacto directo con la luz solar. Estudios recientes han demostrado que una falta de vitamina D está relacionada directamente con el estado de ánimo. También influye positivamente en enfermedades cutáneas como el acné, la rosácea, la psoriasis o la dermatitis, o con la caída del cabello, cuando no se recibe en exceso.
Abrazarse más. La oxitocina es una hormona que consigue contrarrestar el estrés, tanto psicológico como fisiológico. La oxitocina se libera a través del tacto de nuestra piel, por lo que las caricias, los abrazos y el contacto físico con nuestros seres queridos pueden aumentar su nivel en la sangre.
Dormir lo necesario. La edad determina en gran medida cuántas horas debemos dormir al día. Los adultos deberían descansar entre siete y nueve horas e intentar que no sean menos de seis. No cenar tarde o tomar cafeína poco antes de la hora de acostarse, mantener un horario fijo de sueño y dormir en una habitación con buenas condiciones (temperatura, ruido y luz apropiadas) ayudarán a conseguir un sueño reparador y saludable.
Estar constantemente estresado no es saludable; si perturba las tareas y actividades de la vida diaria, es importante acudir a un especialista.
Llevar una dieta equilibrada. Eliminar el alcohol y el tabaco es el primer paso, así como reducir la ingesta de cafeína. Una alimentación saludable, rica en frutas y verduras, es imprescindible para tener cuerpo y mente sanos.
Mantener una buena hidratación. La deshidratación favorece la circulación del cortisol, la hormona encargada de mantener el cuerpo en tensión. Tener una botella de agua cerca ayudará a la concentración y a rebajar la sensación de cansancio, tristeza y fatiga. Asimismo, la piel es una de las vías por las que más hidratación se pierde, junto con la respiración. Por eso, es importante mantenerla hidratada mediante una buena rutina de cuidados, tanto a nivel facial (limpieza, tónico, sérum y crema) como también hidratar la piel de nuestro cuerpo a diario (por ejemplo, después de la ducha).
Si persiste, acudir a un profesional. Estar constantemente estresado no es saludable y no debemos tomarlo como algo normal. Si el sentimiento de agobio perturba la vida diaria (por ejemplo, si nos impide hacer bien nuestro trabajo o relacionarnos con nuestra familia y amigos) o si dura un tiempo prolongado, lo mejor es tomar medidas o acudir a un especialista. Es importante ponerle remedio para que no perjudique gravemente la salud a largo plazo.