La noticia se ha extendido por la ciudad. Los lugareños salen a la calle para saludar y ver a los extranjeros mientras los estandartes reales bailan al ritmo del frío viento de noviembre. Sobre las murallas, los soldados lucen impolutas sus armaduras, y hay quien incluso ha afilado las alabardas a primera hora de la mañana. Mientras los trompeteros anuncian la entrada de la comitiva, los bufones y juglares ensayan sus números por última vez para no ser el hazmerreír de toda la Corte. Nunca mejor dicho.
Al visitar el Palacio Real de Olite es fácil imaginar cómo sería una recepción de los antiguos reyes de Navarra. Carlos III, El Noble, y su mujer, Leonor de Trastámara, llevan semanas de organización con sus sirvientes para que todo salga perfecto. Es una ocasión importante, ya que no siempre se reciben visitantes tan especiales. «Parientes del norte de Francia, nada menos», pudieron haber dicho mientras se vestían con sus mejores galas. Ya en el comedor, los visitantes toman asiento hasta que un rugido hace que el silencio reine en la estancia.
Un león, nada menos. Puede que Carlos esbozara una sonrisa tras haber causado semejante impresión en sus familiares. O que Leonor le lanzara una mirada diciendo «te dije que te los llevaras a otro lado». Tras apaciguar el revuelo, el monarca acompañaría a sus huéspedes hasta la ventana. Leones, avestruces, varios gamos, linces ibéricos y hasta camellos. Seguramente, El Noble aprovecharía el momento para presumir de cómo atrapó a cada una de estas criaturas mientras su audiencia pensaba en cómo podían replicar semejante espectáculo.
A pesar del grado ficticio que se le pueda otorgar, lo cierto es que esta escena bien pudo haber sido verdad. Así lo trasladan los guías turísticos que trabajan en el Palacio Real de Olite. Precisamente, las expresiones de sorpresa que los visitantes ponen hoy en día al escuchar semejante idea no difieren en exceso de las de los tiempos de Carlos III y Leonor de Trastámara.
El zoológico aumentó de tamaño en tiempos del Príncipe de Viana con jabalíes, lobos, una jirafa, un papagayo y varios búfalos. Y es que el palacio en sí se trata de un monumento complejo gracias al conjunto de torres, pasillos, almenas, jardines, habitaciones y patios que le confieren un aspecto que resalta sobre el resto de Olite. Tras el comienzo de las obras en 1399, pusieron especial cuidado en la adecuación de los jardines, como el Jardín de la Reina, adosado a las cámaras reales; los patios inferiores de los Toronjales y la Pajarera; y amplios exteriores con vides, frutales y exóticas flores.
Destaca el sistema hidráulico que llevaba agua a las zonas verdes. Llegaba a través de conductos desde el río Cidacos y era remontada a la torre del Aljibe por medio de un mecanismo con cangilones para ser distribuida por tuberías de plomo a las fuentes y jardines. Algunos de ellos incluso eran colgantes, aunque también disponía de estanques donde habitaban cisnes.