No veo nada más arriesgado en este momento que poner un hombre en órbita alrededor de la Tierra. ¿Alguna vez han pensado la cantidad de factores que habrá que tener bajo control? Estamos hablando de un enorme trabajo en estadísticas, informes, ratios, …, durante días, meses, ¡años incluso!, para que, al final, todo dependa de un factor tan subjetivo como el del ser humano.
Y, sin embargo, se consigue. ¡Qué tíos! ¿Cómo lo harán? Si atendemos las explicaciones de Pedro Duque, el astronauta español, todo el proceso se apoya en dos pilares fundamentales. El primero, una preparación intensa y muy exhaustiva.
Se asume que la aventura espacial es una actividad de riesgo en el que, “algo” (seguramente llamado “X”), no saldrá todo lo bien que se esperaba en un primer momento. No es fatalismo. Tampoco tiene que ver con algo tan nuestro de escurrir el bulto o “¿quién es el responsable de que esto no funcione? ¡Que le corten la cabeza!”. No. En un entorno tan hostil como el vacío del Universo no se puede perder tiempo ni esfuerzos en esas tonterías. Solo se sabe y se asume que no funcionará. Punto. Ya está. Y, por eso, todos los miembros que forman parte de una tripulación espacial comparten un mismo ímpetu por hacerlo lo mejor posible. La preparación en esa búsqueda de la excelencia se convierte, por lo tanto, en un elemento de motivación en sí mismo para el equipo. Así lo aseguran ellos mismos.
Porque el otro factor crítico de este proceso tiene que ver con una concepción un tanto ‘sui generis’ de la palabra “éxito”. Mientras para el resto de los humanos, el éxito se mide en términos de fama, dinero o proyección social; para un astronauta, el “éxito” se produce precisamente cuando estalla la crisis y, gracias a sus horas de preparación, echa mano de las habilidades que ha entrenado para resolver y superar ese obstáculo de tal modo que no ha puesto en riesgo la vida de sus compañeros ni la viabilidad de la operación. ¿Apasionante, verdad?
Ahora volvamos a la tierra. Al escuchar las explicaciones de Pedro Duque he sentido que lo que hacemos las empresas que practicamos la innovación es algo muy similar a emprender una “aventura”, aunque no sea espacial. Sí. Nuestro simulador es el laboratorio donde ejercitas capacidades, descubres deficiencias, buscas soluciones… Pero es que, además, en ese proceso, cuando surgen las dificultades, buscamos el método más efectivo para seguir adelante sin que ese problema comprometa la viabilidad del proyecto ni suponga ningún riesgo para las personas involucradas en él.
El proceso de innovación se convierte entonces en un proceso de creación, sobre todo. Tú te sientes un explorador. Como el Buzz Lightyear de mis hijos: “Hasta el infinito y más allá”. Ahí estamos. No importa que otros lo hayan hecho antes. Estás abriendo una nueva ruta y eso genera una expectación y, sobre todo, una pasión que actúa como el pegamento. Une a las personas, alinea mentes y corazones en un mismo objetivo. Porque hay expectación y vértigo ante la incertidumbre por lo que estás desarrollando pero, fundamentalmente, hay una convicción de que hay que intentarlo.
En resumen, el proceso de innovación en la empresa es altamente recomendable porque supone un estímulo. Si no lo han probado, les invito de todo corazón a enfrentarse a ello o, al menos, pensar en ello cuanto antes.
Dicho esto, no les voy a negar que, desde luego, no es un camino fácil porque hay que prepararse a conciencia y buscar a las personas idóneas para la tarea. Quizás nuestros equipos directivos no estén preparados para el cambio… Pues bien, ¡preparémoslos! Quizás no tengamos identificado a un líder para el cambio… Bien, ¡busquémoslo! En todo caso, lo que quiero subrayar es que tenemos que salir de nuestra zona de confort, ir a la zona de exploración o de incertidumbre donde sin una metodología probada debemos luchar contra nuestros miedos interiores (el pánico al fracaso, el bloqueo, el ‘qué dirán’, el ‘no se puede ir más allá’, …) porque la recompensa es lo suficientemente atractiva como para dejarla marchar. Imagínese. Usted y su empresa tienen en sus manos encontrar nuevos caminos y experiencias que renueven su estrategia, les hagan más valiosos y, de paso, conseguirán proyectos más importantes (también económicamente).
Sin embargo, no quisiera terminar sin comentarles un ‘pero’ que he encontrado a todo este proceso. Miren. Nos preparamos. Bien. Innovamos y logramos el éxito. ¡Bravo! Objetivo logrado. ¿Seguro? Piensen por un momento. ¿Qué ganan cuando obtienen un tesoro y no lo sabe nadie más que ustedes? Efectivamente, no sé si se habrán dado cuenta pero: ¡necesitamos noticias positivas! Acontecimientos que nos hablen de descubrimientos, proyectos, mejoras… Si de verdad nos creemos que somos líderes en Innovación ¡contémoslo! Porque más Innovación compartida, más crecimiento y beneficio para todos. Nosotros, en nuestra organización, estamos metidos en ese empeño hasta las cejas, ¿quién se quiere unir a nuestro ‘viaje’?