Hay cosas que son “muy de Pamplona”. Tomar el vermú, disfrutar de una ruta de pinchos por el Casco Viejo, anudarse el pañuelico rojo al cuello cuando los Sanfermines tiñen de magia la ciudad… Todo parece latir al mismo compás: el de una emoción que no se explica, simplemente se respira. Los balcones se colman de vida y las calles parecen ensancharse para que quepan más gente, más alegría, más memoria. Entre los brindis y los abrazos, hay siempre una promesa rotunda: “El año que viene volvemos”. El tiempo ha mantenido también el compromiso de Francisco Javier Villar, que no olvida cada una de las veces que ha visitado la Comunidad foral. “Aunque nací en Mallorca, la mitad de mi corazón pertenece a Navarra. Mi padre es de Olite y siempre pasábamos en Pamplona las vacaciones de verano, Semana Santa y Navidad“, relata.
Tampoco olvida el frío de invierno, que “cala hasta los huesos”. Si algo comenzó a crecer en su interior cuando recorría bien abrigado las calles pamplonesas y contemplaba sus edificios y recovecos, era la curiosidad por conocer más de cerca la arquitectura de estos. “Me quedaba embobado. Tal vez esa especie de vocación viniese de las horas que pasaba jugando con los Lego”, reflexiona entre risas.
SU BÚSQUEDA INTERIOR
Sin embargo, un anhelo mucho mayor eclipsó aquel deseo de formarse como arquitecto. A los diecisiete años, comenzó a plantearse el sacerdocio: “Sentía la necesidad de emprender una búsqueda interior. Lo intenté con el deporte, con la música, con la fiesta… Pero nada me llenaba. Y entonces pensé en Dios”.
“El velatorio en Santa Marta fue más recogido. Para mí fue muy emotivo”
Una pregunta concreta sacudía su pensamiento a todas horas: “¿Dónde descansa mi corazón?”. Tras una conversación con un amigo, se animó a visitar durante el verano un seminario. “Quería comprobar si aquel lugar podía percibirlo como mi hogar. Y, si no, tiraría hacia la arquitectura”, apostilla.
Así, decidió entrar en la congregación de los Legionarios de Cristo de Salamanca. “Esos años fueron muy importantes para mí, porque es tiempo para rezar y para pensar si realmente esto es lo tuyo. Y vi que sí lo era”, narra segundos antes de detallar que su próximo destino fue Estados Unidos, donde se formó en disciplinas como la música, la literatura o el arte. Después, fue el momento de aterrizar en Roma, donde estudió Teología y conoció al papa Francisco.
CON EL PAPA
A pesar de que la conversación con el pontífice apenas duró unos minutos, Villar mantiene aquellos instantes “grabados a fuego en el corazón”. Después de hablar sobre sus estudios, nuestro protagonista le preguntó si deseaba más tarde disfrutar de una pizza con él. “Se rio. Dijo ‘solo si nos bebemos una cerveza’. Hablar de tú a tú con él me dejó una impresión buenísima de su cercanía”, rememora con ternura aunque finalmente no llevaron a cabo aquel plan.
Durante su estancia en la capital italiana, sintió que “vivía en una película”: “Salía a correr y de repente me topaba con el Panteón, el Coliseo, la Fontana di Trevi… Era como estar en una burbuja preciosa”.
Pero, de todo lo vivido en Roma, hay un recuerdo amargo que nunca olvidará: el fallecimiento del papa Francisco, que tuvo lugar el pasado abril. Antes de celebrar el funeral en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, se celebró un pequeño velatorio en Santa Marta, donde residía el pontífice. “Se trataba de un contexto más recogido, destinado sobre todo a que los obispos y las personas más cercanas a él pudieran despedirse en un ambiente más íntimo. Tuve la suerte de estar. Fue algo muy emotivo”, destaca.
Ahora es Robert Francis Prevost, bajo el nombre de León XIV, quien ejerce como máximo representante de la Iglesia católica. La opinión de Francisco Javier es firme: “Su currículum es brutal. Es misionero, tiene carrera de matemático, conoce el mundo de la curia romana, el mundo académico romano y americano… Me parece un papa muy interesante”.
SU PRIMERA MISA
Nuestro protagonista fue ordenado sacerdote a principios de mayo, y celebró su primera misa en la capilla de San Lorenzo, a la que acudieron casi doscientas personas. “La mayoría eran familiares y amigos, muchos de ellos navarros. La verdad es que me gusta llevar la esencia navarra allá a donde voy”, reconoce tras declararse, además, hincha de Osasuna. “Lo sentí como una especie de boda. Al comenzar la misa no estás casado, pero cuando termina sí. Fue un momento muy entrañable”, agrega.
Su último hito ha sido su desembarco en Sevilla, donde permanecerá una temporada “apoyando a jóvenes” en el colegio internacional Highlands School. Aunque Andalucía le ha recibido con un “abrazo muy cálido”, Francisco Javier echa de menos su querida Pamplona. De hecho, sus padres le pusieron su nombre en honor al patrón de la Comunidad foral. A sus 30 años, lo cierto es que Navarra ocupa un gran hueco en su corazón. “Pero el lugar más grande lo llena, sin duda, Dios. En mi tiempo libre toco la guitarra. No soy Paco de Lucía, pero me defiendo, y a veces pienso que sería divertido componer para Dios. Algún día lo intentaré”, concluye.
Esta entrevista forma parte de la Estrategia NEXT del Gobierno de Navarra.