Dicen que es de Churchill una frase que dice “un día las mujeres desfilaron por las calles defendiendo sus derechos al grito de “no escribiremos más al dictado”, y diez años después teníamos una legión de mecanógrafas”. Afilada lengua la de Churchill…
Los movimientos de liberación de la mujer y de reclamación de sus derechos, invirtieron muchos recursos y energía en conseguir una igualdad que ha avanzado enormemente en lo formal (aunque todavía, casi un siglo después, sigue sin ser efectiva al 100%), a cambio de un enorme peaje desde la perspectiva de lo esencialmente femenino.
Tradicionalmente, sea lo que fuere lo que hacía una mujer eran “labores” y no trabajos, en muchos casos no remunerados, o mal remunerados, fueran o no profesionales.
Para entrar en ese mundo “de hombres” nos subimos a los tacones, nos apretamos el cinturón y nos lanzamos a ser “más”: más jefa, más dura, más controladora, más… Y nació SuperWoman. Incluso fingimos que las empresas impulsadas por mujeres tienen las mismas necesidades que las de los varones…
Y en mi experiencia no es así.
Hombres y mujeres pensamos diferente, tal como parodió el cómico norteamericano Mark Gungor (Aquí os dejo un enlace: https://www.youtube.com/watch?v=uN3xtjJhc04), tenemos una diferente escala de valores y eso se refleja en el emprendimiento, en su orientación, objetivos y conformación.
Cuando se emprende desde lo más femenino la empatía, el foco en la persona, la vinculación con el entorno, el impacto emocional, el mimo al empleado, al cliente, al socio,…, ocupan un lugar medular en el proceso.
En mi experiencia los escollos del emprendimiento femenino no suelen derivarse de la financiación o de recursos formales. Las estadísticas confirman que suelen ser proyectos de menor envergadura económica y con menor apalancamiento; suelen ser negocios que buscan crecer orgánicamente, y crecer hasta una dimensión que la promotora considere “manejable”. Son mayoritariamente emprendimientos que no soportan grandes estructuras en los que la cooperación y el consejo acortan la jerarquía, y con un fuerte foco en su impacto social.
Los principales escollos, en mi experiencia, se centran en tres aspectos: la inseguridad en una misma (siempre nos falta un curso), la necesidad de tenerlo todo “perfecto” (olvidamos que lo perfecto es enemigo de lo bueno), la dificultad de poner en valor sus propios talentos, y el miedo a dar el salto.
Cuando me hablan de medidas para favorecer el emprendimiento femenino, suelo mirar a ver si los recursos habilitados consiguen o no acompañar e impulsar la confianza en una misma. Cuando una mujer consigue realmente confiar en su instinto, honrar su talento y conectar su pasión con su forma de vida, el negocio surge despacito, primero como forma de vida y luego hasta la dimensión que la promotora desee alcanzar, pero siempre con atención y cuidado hasta al más mínimo detalle de la aventura.
Llevamos muchos años intentando asemejar nuestro negocio y nuestro trabajo al sistema establecido por varones, ya va siendo hora de reconocer esos talentos ocultos que dan lugar a nuevas formas de hacer negocio.
Marta Martínez Arellano
Mentor-Coach de desarrollo de personas y organizaciones por la EASME
Consultora certificada CTT© de Barrett Values Centre y miembro de la Red Internacional de consultores para la Transformación empresarial.