José Luis Blanco, barcelonés “nacido hace ya unos cuantos años”, es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona. “Confieso que siempre había pensado que estudiaría Filosofía o alguna carrera digamos que un tanto abstracta. En el último momento, opté por el Derecho y, cuando empecé, descubrí que había áreas que me interesaban mucho”. Sin embargo, le costó centrarse: “Al principio, creí que iba a dedicarme a la Filosofía del Derecho, que tenía que ver con mis vocaciones previas, pero como formé parte de la primera generación que tuvo acceso al texto de nuestra Constitución, viví una segunda época en la que me orienté hacia el Derecho Constitucional, con planes muy claros de ir hacia la experiencia académica, a la universidad”. Los titubeos acabaron cuando descubrió que el Derecho Mercantil “era el mejor observatorio de lo que ocurría en la sociedad”, y ya no abandonó ese camino.
«Puedo garantizar que no es un estímulo económico el que lleva a asumir las labores docentes».
Continuó sus estudios en Estados Unidos, donde cursó un máster en Derecho en la Yale Law School y realizó el Curso Superior de Arbitraje de CEU-CIAMEN. Al volver, y durante trece años, compaginó su actividad profesional y la docencia, como profesor asociado de Derecho Mercantil en las universidades Pompeu Fabra y en la de Barcelona. Una experiencia “satisfactoria”, que le sirvió para “captar perspectivas distintas” gracias al contacto con los estudiantes. “Es enriquecedor para cualquier profesional. Es verdad que para que la actividad docente sea fructífera tienen que darse algunas condiciones, como que el profesor tenga vocación de serlo. Pero puedo garantizar que no es un estímulo económico el que lleva a asumir ese tipo de labores. Y, sobre todo, que no caiga en la reproducción mecánica de los programas. Eso requiere un esfuerzo que no lo compensa un salario, sino tu vocación y la satisfacción que te produce ver los logros formativos entre los alumnos”.
José Luis Blanco habla con suavidad, apenas usa calificativos o interjecciones y escoge las palabras con precisión de cirujano. Continúa explicándonos que, después, se dedicó plenamente al ejercicio de su profesión. “Primero fui socio mundial de Arthur Andersen, a continuación socio de Garrigues y luego de Cuatrecasas como coordinador nacional de fusiones y adquisiciones. Ya en 2007, abrí en España una delegación de un despacho americano, Latham & Watkins, del que fui socio director hasta finales de 2017”.
«Elegí el Derecho Mercantil cuando descubrí que era el mejor observatorio de lo que ocurría en la sociedad».
Aunque pueda parecer una exageración, ha sido uno de los protagonistas de la historia financiera y empresarial de las últimas décadas en España. Ha participado en los más relevantes procesos de venta y fusión de compañías: trabajó en la formación de Arcelor, la implantación de Repsol en Argentina y Brasil, las desinversiones de Gas Natural tras la compra de Unión Fenosa, varias de las OPAS más destacadas… Dice, dejando escapar una media sonrisa, que no hay que dejarse deslumbrar por la envergadura de las operaciones. “A partir de cierto nivel de experiencia profesional, se aprende que muchas veces la satisfacción está allá donde has podido realizar una aportación de la que puedes sentirte orgulloso”.
Lo dicho, ha trabajado en la élite del Derecho, “lo que tiene la gran ventaja de que te permite ver la profesión desde unos observatorios muy técnicos y en los que se ejerce la profesión con un compromiso muy limpio”. Tras dejar Latham & Watkins, fundó “arrancando desde cero un pequeño despacho personal muy orientado a las fusiones y adquisiciones, que era lo que realmente me gustaba”. Pequeño en sus inicios, porque logró situarlo «en el segundo puesto mundial por facturación y con unos niveles de rentabilidad enormes». Para él, «ha sido una gran satisfacción haber podido conseguir algo así aquí, en España».
Todas y cada una sus actividades profesionales, incluida la pertenencia a consejos de administración de empresas privadas como secretario en su condición de abogado, le han servido “para formarme y aprender”, reflexiona. Y, tras una breve pausa, añade quese queda “con haber contado con la confianza de clientes importantes en operaciones importantes y con el cúmulo de experiencias profesionales y personales que va dejando todo eso y que te da una cierta visión de cómo funcionan las cosas”.
«Me quedo con haber contado con la confianza de clientes importantes en operaciones importantes».
Y llegamos al momento en el que, de manera “imprevista”, le plantearon ser director general ejecutivo del Instituto de la Empresa Familiar. Como nos llamaba la atención ese giro en su trayectoria profesional, le preguntamos las razones. Su respuesta también es llamativa: “La verdad es que el elemento que me determinó a aceptar la oferta fue la situación tan especial de crisis que estamos viviendo, un escenario económico tan difícil en un momento de gran convulsión social, existente o previsible”. Ha dejado un despacho en pleno éxito para pasar conscientemente a otra realidad totalmente distinta, pero ve el cambio como “una oportunidad interesante para tratar de contribuir a definir la realidad actual de las empresas familiares y su evolución para estar en concordancia y a la cabeza de las mutaciones que estamos viviendo en nuestra sociedad”.
También aceptó porque «tenía un conocimiento previo del Instituto al haber trabajado con algunas de sus empresas socias». Y el proyecto le daba la posibilidad «de empezar una segunda carrera profesional, muy distinta a lo que había hecho en la anterior”. Proclama que las empresas familiares son uno de los principales nexos entre la economía y la sociedad, que son un ejemplo de que la pertenencia a un proyecto empresarial a todos sus niveles, desde los directivos hasta los empleados, “debe ser una forma de contribuir a que el mundo se parezca cada vez más a lo que queremos”.
EMPRESA FAMILIAR, EMPRESA CON FUTURO
¿La fórmula de la empresa familiar es válida para hacer frente a la situación en la que nos encontramos? José Luis Blanco cree que sí. “Tienen una serie de rasgos que son muy interesantes en esta tesitura. En primer lugar, una visión de largo plazo vinculada a un compromiso inherente a su naturaleza, que es la voluntad de que a una generación la suceda la siguiente”. Y eso resulta idóneo en un momento en el que predominan valores como la sostenibilidad, “en el que son imprescindibles iniciativas transformadoras de largo alcance, como ocurre con las relacionadas con la digitalización”. También valora el arraigo al territorio de las empresas familiares.
«La empresa familiar es un colectivo que puede liderar el proceso de transformación de la actividad económica».
Tiene un modo curioso de remarcar algunas frases. Dibuja con el dedo índice derecho tres cortos trazos convergentes en el borde de la mesa, sobre la que en otras ocasiones deja caer con suavidad el costado de su mano abierta, como si diera un golpe de karate a cámara lenta. Ahora, al hablar de las empresas familiares, el gesto se repite con mayor frecuencia: “Es un colectivo que puede liderar el proceso de transformación que experimenta la actividad económica. Por alguna razón, vemos a las empresas como focos de resistencia ante los cambios, pero hay cantidad de ellas que ‘motu proprio’, no porque lo imponga ninguna ley, han puesto en marcha procesos comprometidos con el medio ambiente, de reutilización de materiales, eliminación de residuos… Podemos estar ante un movimiento de confluencia de proyectos empresariales que lideren esos objetivos y que contribuyan a generar un empleo de más calidad y mayor implicación con el proyecto”.
Está al frente de una asociación sin ánimo de lucro, que agrupa a las que probablemente sean las cien empresas de economía familiar más importantes de España, con una presidencia que se renueva cada dos años. Y eso hace que deba contar con una dirección “que sea un núcleo duro de continuidad”. Él va a centrar su actividad en torno a tres ejes planteados por el también nuevo presidente de la entidad, Marc Puig, en su toma de posesión: lucha contra el impacto de la crisis, “que afecta directísimamente a muchas de nuestras compañías y no sabemos si todas podrán seguir adelante”; ayudar a las empresas asociadas a cubrir sus necesidades en materia de sostenibilidad y transformación digital, con la premisa de que “no tiene sentido salvar tu empresa en un entorno destruido”; y contribuir a que puedan mejorar y depurar sus procesos internos, sobre todo en el área del relevo generacional y la sucesión.
«No tiene sentido salvar tu empresa en un entorno destruido».
Damos por supuesto que nos va a responder que aún es pronto para preguntarle por su futuro habida cuenta de su reciente incorporación al Instituto, pero lo intentamos.
Para nuestra sorpresa, la contestación no es la que habíamos imaginado. Dibuja un par de veces con el dedo los tres trazos sobre el tablero de la mesa antes de decir, sonriente, que no descarta “formar parte de algún consejo de administración… más adelante”.