Una antigua cruz de piedra da la bienvenida a los visitantes que llegan a Pitillas por el sur, remontando el río Cidacos. Tras ella, en la intersección entre las calles Sol y Occidente, se yergue una tapia de piedra de unos tres metros de alto, que rodea a una singular casona de la localidad. Siguiendo la estela del muro, ya en la plaza Juan Carlos I, aparece la puerta principal del edificio, de madera clara y con una argolla de hierro a la izquierda que, antiguamente, servía para amarrar a los caballos.
Este inmueble bicentenario, conocido como la Casona de Pitillas y operativo como alojamiento rural desde 2017, pertenece a Sagrario Anaut y su hijo, Diego Jiménez, de 57 y 23 años respectivamente. Cuenta con más de 750 metros cuadrados repartidos en tres plantas, además de bodega, patio y jardín. Y, aunque por el momento solo tiene habilitadas dos habitaciones, los propietarios están remodelando otras estancias para ampliar su oferta.
Sagrario Anaut quiere promocionar la casona en el marco de la Vía Carlomagno
La oportunidad de comprarla se les presentó el año pasado. Sagrario es licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid y doctora en Historia por la UPNA, donde trabaja actualmente, mientras que su hijo estudia Economía y Finanzas en la Universidad de Navarra y lleva la gestión económica del negocio gracias a sus conocimientos en emprendimiento. De hecho, trabajó doce meses de prácticas en Bread Free, la startup creada por Daniel Gómez-Bravo y Juan Garrido, y se formó en la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Servicios de Navarra para constituir la sociedad con la que llevan el negocio. “Aunque también he clavado más de un madero”, apostilla el joven entre risas.
LA RECONCIALICIÓN CON CARLOMAGNO
Sagrario tiene un gran apego emocional a la casa y al pueblo debido a que, de pequeña, pasaba las vacaciones con su familia en Pitillas. Aún recuerda el respeto que sentía cuando, de pequeña, veía el inmueble abandonado y caminaba a la sombra de sus muros de piedra durante los calurosos veranos.
Ahora luce un aspecto renovado, que Sagrario quiere poner en valor promocionándolo en el marco de la Vía Carlomagno, a la que pertenece al pueblo. Un proyecto que busca consolidar las raíces europeas comunes y que se extiende por gran parte del Viejo Continente. En España, llega hasta Asturias, Aragón y la Comunidad foral, donde defensores como Sagrario y Diego se muestran convencidos de que puede ser una buena forma de revitalizar la zona.
Y es que Pitillas “está lejos” de los principales núcleos urbanos navarros, e incluso “de otros puntos turísticos como las Bardenas Reales“. “Esta zona rompe con la idea que muchos visitantes tienen de Navarra porque no es verde y es llana. Me gusta mucho enseñarla. En agosto, nuestra casa suele estar al 90 %, y hay quien ha llamado con meses de antelación para reservarla con motivo de las fiestas patronales. En diciembre estuvo todo el mes ocupada, y el grueso de los días festivos de Semana Santa ya están reservados, aunque queda alguno libre”, añade acto seguido.
Sus huéspedes provienen en su mayoría de Madrid, País Vasco, Valencia y Cataluña. “Formalizar la empresa como tal nos llevó semanas, pero el inicio ha sido bueno”, destaca Diego, quien avanza que su objetivo es reformar el resto del inmueble y también el patio, donde prevén organizar eventos familiares de cara al futuro.
RAÍCES DE PIEDRA
La dueña también guarda parentesco con varios de los antiguos dueños: “El primero fue Gregorio Lucus, un agricultor que la mandó construir en 1806. Como adquirió terrenos para criar ganado y cultivar viñas, necesitaba una gran casa con almacén y bodega”. Pero las obras se paralizaron solo dos años después por la invasión de las tropas napoleónicas, y no se retomaron hasta después de la Guerra de Independencia.
“Se agradecía que mi abuelo tuviera ese pequeño sueldo cuando la familia dependía del campo y había que alimentar a los cinco hijos”
A finales del siglo XIX, la familia vendió la casa a Saturnino Iriarte, quien mantuvo la producción de ganado ovino, el cultivo de cereal y las viñas. La finca prosperaba, y de ello se benefició la familia paterna de Sagrario, cuyo abuelo, José Anaut, llevaba a cabo recados para los Iriarte a cambio de ropa y comida cuando era todavía un niño. “Se agradecía que tuviera ese pequeño sueldo cuando la familia dependía del campo y había que alimentar a los cinco hijos”, relata ella.
Iriarte falleció en 1923. Y la casa entró en declive. “Una de sus hijas intentó hacerse cargo de la propiedad, pero como era mujer sufrió bastantes injusticias por parte de algunos vecinos, quienes metían a su ganado en pastar en los terrenos de la finca”, lamenta Sagrario. Carmen falleció en los años sesenta, sus descendientes se mudaron a Estados Unidos y la casa quedó abandonada, por lo que se vendió en 2012.
La adquirió un último propietario que, al mudarse fuera de Navarra, finalmente se la vendió a Sagrario y Diego el año pasado, quienes han llevado a cabo gran parte del proceso de renovación de la propiedad. “La casa había sido desvalijada, pero encontramos pequeñas botellas antiguas de medicamentos y una docena de botellas de vino. La más antigua era de 1937″, apunta Sagrario.