miércoles, 11 diciembre 2024

La curiosa historia del desconocido séptimo kiliki

Entre la multitud vestida de blanco y rojo que llena las calles de Pamplona en los Sanfermines de 1977, una figura destaca sobre todas las demás: el Ribero. Este kiliki, incorporado a la comparsa ese mismo año, fue donado por la Orden del Volatín de Tudela, y aunque su presencia fue breve, dejó una huella en la historia de esta festividad navarra. Gracias a su estilo único y su vara de gomaespuma en mano, añadió un toque de novedad a la tradición. Con motivo de la celebración de San Fermín Txikito recordamos su historia y la de los veinticinco componentes de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona.


Pamplona - 20 septiembre, 2024 - 22:01

El Ribero fue un kiliki vestido de pamplonica donado por la Orden del Volatín de Tudela e incorporado a la comparsa en 1977. (Fotos: cedidas)

11 de julio de 1977. Decenas de personas se agolpan a ambos lados de la calle Mayor de Pamplona. Las risas nerviosas de los niños anuncian que algo grande está a punto de pasar. El redoble de los atabales y las melodías gaiteras se escuchan a la vuelta de la esquina y eso solo puede significar una cosa.

Los Cabezudos, con sus grandes y autoritarias cabezas, lideran la comitiva dando la mano a todo aquel que se la ofrezca. Los cinco fueron creados por Félix Flores en Pamplona en 1890 y representan a personas de raza caucásica y oriental, concretamente, japonesa. Ellos, el Alcalde, el Concejal y el Japonés, portan en la mano un bastón y ellas, la Abuela y la Japonesa, una sombrilla y un abanico, respectivamente. El Alcalde, sin embargo, posee una peculiaridad, ya que sus ojos son móviles gracias a un sistema de contrapesos en su interior. Un detalle que siempre asombra a los más pequeños.

Sin apenas tiempo para reaccionar, el sonido de los gritos retumban en la calle de la vieja ciudad. Las víctimas no son solo los niños, y los culpables se distinguen por sus casacas, chorreras y tricornios de inspiración barroca. Los seis Kilikis también portan grandes cabezas y, además, van armados con vergas de gomaespuma, antes realizadas con cuero o con una vejiga animal, curtida e inflada. Se dedican a perseguir y dar vergazos a todo aquel que les provoque o que, directamente, no se lo espere. De ahí uno de los posibles orígenes de su nombre, que puede traducirse del euskera como “azuzar” o “provocar”. Los kilikis fueron construidos en diferentes épocas y talleres. Coletas y Barbas fueron posiblemente creados en 1860 por Tadeo Amorena; Napoleón y Patata, en 1912 por Benito Escaler; y, Caravinagre y Verrugas, por talleres Porta-Coeli de Valencia en 1941.

No obstante, un pamplonica vestido con ropa blanca y faja, pañuelo y boina roja destaca entre la multitud. Se trata del séptimo y último kiliki de la comparsa, El Ribero, donado por la Orden del Volatín de Tudela, una asociación sin ánimo de lucro creada en 1969 con el objetivo de recuperar algunas de las tradiciones de la cultura tudelana y navarra, ese mismo año. Durante varios Sanfermines será una más de las divertidas figuras de la comparsa pamplonica, pero será retirado poco después debido a su estética diferencial respecto a la de sus compañeros.

Los seis Kilikis portan grandes cabezas y, además, van armados con vergas de gomaespuma, antes realizadas con cuero o con una vejiga animal.

Los seis Kilikis portan grandes cabezas y van armados con vergas de gomaespuma, antes realizadas con cuero o vejiga animal.

Junto a estos, van los Zaldikos (caballitos en euskera) que, al igual que los Kilikis, utilizan vergas de gomaespuma como arma para provocar a la gente. Son seis caballos con sus respectivos jinetes y son los únicos que no tienen nombre, ya que van numerados del uno al seis. Dos fueron realizados en Pamplona por Benito Escaler en 1912 y otros dos en 1941 por el taller Porta-Coeli de Valencia. Los dos restantes ya existían a finales del siglo XIX, pero no queda ningún documento que atestigüe su origen, aunque parece que sería anterior a 1874.

Tras ellos, se acercan a paso lento los imponentes gigantes de la capital navarra, construidos en Pamplona por Tadeo Amorena en el año 1860. Ocho figuras de unos cuatro metros de altura y de entre 56 y 64 kilos de peso, que representan a cuatro parejas de reyes y reinas: Rey Europeo (Joshemiguelerico), Reina Europea (Joshepamunda), Rey Asiático (Sidi abd El Mohame), Reina Asiática (Esther Arata), Rey Africano (Selim-pia Elcalzao), Reina Africana (Larancha-la), Rey Americano (Toko-toko) y Reina Americana (Braulia).

El rey europeo porta un cetro y una espada; la reina, un abanico cerrado; el rey asiático y africano una espada sarracena; Esther Arata, una copa, Toko Toko sujeta en su espalda un carcaj con flechas y un arco, y la última solía llevar un abanico abierto de plumas, pero, desde hace casi un siglo, ya no lo luce consigo. Cada gigante es seguido por una banda de gaiteros, excepto Braulia, que va acompañada de txistularis.

Estas veintiséis figuras de cartón piedra, sin olvidar al desconocido Ribero, son para muchos la esencia de las fiestas pamplonicas. Un espectáculo de música y color que llena de alegría a los más pequeños y a todos aquellos que tienen el placer de presenciarlos durante las Fiestas de San Fermín, la versión “txiquita” de estos el último fin de semana de septiembre, San Saturnino el 29 de noviembre o el Privilegio de la Unión el 8 de septiembre, entre otros.

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