El Banco de Suecia acaba de anunciar la concesión del Nobel en Economía a Oliver Hart y Bengt Holmström, por su trabajo en el área de la Teoría de los Contratos. Como cada año, este ha sido un momento de expectación y celebración para quienes se dedican a la investigación económica. Creo que puede ser también un momento apropiado para algunas reflexiones acerca de esta rama de las ciencias sociales.
La crisis financiera y económica, cuyos coletazos –esperemos que sean los finales- siguen sintiéndose en diversos lugares y ámbitos, ha supuesto un duro golpe para la profesión económica
Por un lado, se ha criticado que fueron muy pocos los economistas que supieron anticipar la crisis, frente a la complacencia en que parecía sumida la mayoría. Una complacencia relacionada además con la segunda gran crítica, en este caso a los planteamientos e ideología que hicieron posible el desarrollo de un sistema económico aparentemente exitoso, pero abocado al estallido que vivimos en 2008. A esto habría que sumar el descontento social hacia las medidas propuestas por economistas y adoptadas por muchos gobiernos como solución a los problemas de la gran recesión.
Estas críticas, evidentemente, no son infundadas. Faltó previsión y sobró confianza en unos postulados que parecían avalados por un periodo de estabilidad y prosperidad. Pero creo que es conveniente clarificar dichas críticas, entre otras razones porque así podremos extraer lecciones que nos sirvan para el futuro
Así, las justas críticas a la complacencia generalizada no deben hacernos perder de vista que las previsiones en ciencias sociales nunca serán un ejercicio de precisión. Una vez conocida la narrativa de los hechos acontecidos, es fácil caer en el error de pensar que las cosas no podrían haber sido de otro modo y que, por tanto, deberían haberse podido prever.
En realidad, debemos hablar de escenarios futuros posibles, de probabilidades asociadas a determinados acontecimientos y de muchos elementos que se identifican como fuente de incertidumbre para cualquier proyección. Es esto, precisamente, lo que ha de exigirse de las previsiones económicas. Porque tan erradas son las previsiones que aseguran que no existe ningún riesgo como las agoreras que anuncian sin género de dudas una próxima crisis, incluso aunque acierten (un reloj parado también da la hora correcta dos veces al día).
Para entender la complejidad de este asunto, conviene recordar, además, que estamos tratando de prever el comportamiento de un agregado resultante de las decisiones de millones de personas. Y la previsión puede afectar al modo en que la sociedad encara el futuro. Un buen ejemplo de todo ello es ese fenómeno conocido como profecías autocumplidas. ¿Qué haría usted si escuchase a algún gurú anunciar la próxima quiebra de su banco? Acudiría presto a retirar su dinero de esa entidad, como lo haría el resto de clientes. Y al hacerlo, crearían grandes dificultades al banco pues, por muy solvente que fuera, seguro que no tendría liquidez suficiente para atender todas las retiradas de fondos. Es decir, por actuar con la expectativa de que el banco tendrá problemas podríamos estar creando nosotros mismos esos problemas que, de otra manera, tal vez no hubiesen aparecido.
En cuanto a las críticas a la carga ideológica de las teorías que permitieron los excesos conducentes a la crisis, no cabe sino aceptar su validez. Incluso aun sabiendo que dichas teorías no eran necesariamente erradas en todos sus puntos. El problema me parece otro. Da la impresión de que a cierta arrogancia intelectual de algunos economistas, se sumó una interpretación interesada y distorsionadora por parte de quienes podían llevar sus ideas a la práctica sin dar demasiadas explicaciones a una sociedad que tampoco insistía en pedirlas.
A pesar de lo que puedan sugerir sus complejos modelos, con gran carga matemática, lo cierto es que la economía tiene más de saber prudencial que de ciencia exacta o experimental
La economía debería servirnos para enfrentarnos mejor a la realidad de la escasez de recursos; y para pensar con mayor claridad en los costes de oportunidad de nuestras opciones (aquello que ya no podremos lograr pues los recursos dejan de estar disponibles en cuanto elegimos asignarlos a un fin). La Teoría de los Contratos premiada con el Nobel es, de hecho, una teoría que aborda abiertamente esa idea, tratando de mejorar disyuntivas y situaciones de potencial conflicto de intereses mediante contratos.
Pero ninguna teoría económica puede decidir por nosotros, como sociedad ni como miembros individuales de la misma.
En este sentido, muy probablemente la crisis surgió de la falta de un auténtico debate entre diversos argumentarios económicos, que hubiese servido para informar las decisiones de la sociedad y su nivel de exigencia con los gobiernos de turno. Ojalá seamos capaces de evitar una repetición de estos errores desde la sana discusión de ideas y el acertado recurso al saber prudencial de la economía.
María Jesús Valdemoros Erro
Economista