Hasta hace apenas unas semanas, había una fachada en la calle San Gregorio de Pamplona que llamaba especialmente la atención. De un verde y rojo vibrantes, el bar Sotiko Aitona parecía saludar a cualquiera que pasara por delante. Hoy, ese mismo local, emplazado en el número 2, se muestra más discreto, con una entrada sobria vestida de tonos pastel. Sin embargo, sus colores de antaño permanecen en esencia, de forma sutil. Y es que La Casa de Fati, que ha abierto sus puertas esta semana, es el primer bar portugués de la zona. Un proyecto fuertemente anhelado por su fundadora, Fátima Martins.
Esta emprendedora nació hace 59 años en Mozambique, país al que sus padres emigraron desde Portugal y en el que vivió junto a su familia hasta que cumplió los diez años. El estallido de la guerra colonial les obligó a regresar al país luso, concretamente a Braganza. Pero Fátima siempre deseó volver al continente africano, sueño que cumplió en 1989 cuando se mudó a Sudáfrica. Allí permaneció tres años, durante los que dirigió un comercio con servicio de bar y comida para llevar con varios empleados a su cargo. «Las tensiones previas a la elección de Nelson Mandela me hicieron volver de nuevo a Portugal por miedo a revivir algunos episodios de mi infancia», relata.
En la Península regentó primero una tienda de bisutería y, luego, una de moda infantil. Pero la crisis de 2008 le impulsó a aceptar un trabajo en Pamplona, donde vivía su hermana, y durante los últimos diecisiete años ha sido la responsable de comedor en el restaurante Don Lluis de San Nicolás. «Siempre quise tener mi propio local, pero las circunstancias de la vida no me lo habían permitido. Ahora es mi momento y he decidido empezar de cero con la ayuda de una amiga y mi hija Elisabete, de 42 años, que es profesora de idiomas en la Universidad de Navarra», explica Martins, quien también tiene un hijo de 38 años en Francia.
OFERTA GASTRONÓMICA
La Casa de Fati, cuya puesta en marcha ha conllevado una cuidada redecoración para crear una cálida y acogedora atmósfera, combina la cocina tradicional portuguesa con la española: «Al vivir a menos de dos horas de Zamora, siempre he convivido con esta mezcla de culturas. La describiría como una comida mediterránea de buena calidad, en la que intento integrar lo mejor de aquí y de allá».
Además de una barra de pinchos muy variada, cuenta con una carta fija. En ella se puede leer en portugués una oferta que incluye bolinhos de bacalhao (croquetas de pescado, puré de patata y huevo fritas), pastels de carne, rissois (empanadillas fritas y rebozadas rellenas de carne o pescado y marisco). A estas se unen las cazuelicas caseras como «La cazuelica de Fati» (una receta casera de bacalao, pimientos y patata panadera), bacalao a bras (pescado desmigado con patata fina, aceitunas negras y especias), callos con garbanzos y una propuesta sorpresa nueva cada día (verduras, legumbre, fideos, arroz, carne…). También prepara francesinha, un sándwich de filete de ternera, jamón york, salchicha fresca, queso fundido, todo ello combinado con una salsa casera y que tiene un toque picante. Sin olvidar las sopas caseras de verduras, pescado, marisco y pollo campero.
«Me gusta trabajar con artículos frescos de calidad, dedico un rato cada día para ir personalmente a comprarlos. Aunque tengo una cocinera que me ayuda, todos los platos conservan mi esencia y se elaboran según mis recetas. Ella me entiende y formamos un gran equipo, solemos compartir tiempo en la cocina para conseguir el mejor resultado», apunta la emprendedora, que comenzó a cocinar el proyecto a inicios de año.
Con capacidad para unos treinta comensales, La Casa de Fati también hará las veces de cafetería y venderá bizcochos, tartas de queso caseras y pasteles de Belém. Asimismo, todavía espera la licencia para poder colocar dos mesas altas en la calle y ampliar su aforo.
«La Casa de Fati es la casa de todos. Siempre me ha encantado recibir en casa a mis amigos y familia. Confío en el proyecto porque lo hago con todo mi cariño y sé que estoy rodeada de compañeras que lo sienten igual. Tenemos la experiencia de toda una vida y nos complementamos a la perfección. Esta calle y el Casco Viejo necesitaban algo así, más familiar, más tranquilo, con un buen trato y dedicación personal. Por ahora estamos muy agradecidos con el recibimiento que nos han brindado los vecinos y nos estamos esforzando en transmitir la cercanía que nos caracteriza», señala emocionada Fátima.