Hace más de un siglo, un empresario catalán, de nombre Fernando Alemany, visitó una feria en París. Allí conoció algo que cambió su manera de comprender el sector del diseño. Se trataba de una técnica que consistía en esparcir pintura con pequeñas ondulaciones, de tal forma que las paredes parecían respirar en diferentes texturas. Aquel método huía de la simetría, creando gotas suspendidas en cascada. Los franceses lo llamaban gouttelette y, cuando Alemany compró la patente, el término se españolizó y pasó a denominarse «gotelé». Aunque hoy muchos busquen eliminarlo de sus paredes, lo cierto es que sigue siendo un testimonio de tiempos donde la estética buscaba algo más que la excelencia. Es un recordatorio de que la belleza también puede nacer de la imperfección.
Después de aliarse con el pintor Wenceslao García y trabajar juntos en proyectos tan emblemáticos como la restauración del Palacio Real o el Congreso de los Diputados, ambos conocieron a un navarro que poseía una constructora. Y decidieron incorporarlo a su equipo: «Este integrante se llamaba Domingo Urmeneta y era mi abuelo. Pusieron en marcha fábricas donde se hacía gotelé en Madrid, Barcelona, Sevilla, Pamplona, Málaga, Cádiz, Salamanca, Galicia, Santander… Había centros de producción repartidos por todo el país», relata su nieto, Txomin Tellechea, segundos antes de anunciar que, cuando los socios se separaron, su abuelo se quedó con las plantas de Málaga y la capital navarra.
Con el tiempo, el centro de Málaga cerró, y la sede pamplonesa, bajo el nombre de Pinturas Colamina, disminuyó la producción de gotelé pero continuó fabricando pintura. «Poco a poco, el mercado dejó de demandar ese producto. Ahora mismo, el gotelé es algo casi nostálgico. Nosotros le tenemos un cariño especial por nuestros orígenes», constata Txomin antes de seguir narrando la historia de la empresa que hoy lidera. Cuando su abuelo falleció, fue su madre, María Fernanda, quien tomó las riendas de la compañía. Y, hace veinticinco años, Txomin siguió los pasos de ella.
UN MILLÓN DE KILOS AL AÑO
Nada más entrar en la fábrica, ubicada en Artica, un olor intenso embadurna el aire. Una eterna retahíla de botes de pintura, apilados unos encima de otros, adornan la nave. Unos metros más allá, varios operarios remueven pintura blanca con una batidora. «Somos el único fabricante de pintura de Navarra. Fabricarla es divertido, es muy similar a cocinar. Se trata de mezclar ingredientes para componer una receta», apunta para acto seguido desgranar el proceso.
Existen dos tipos de pintura: al agua o al disolvente. ¿Su diferencia? La primera es ideal para proyectos interiores que requieren una rápida aplicación y secado, mientras que la segunda resulta más práctica a la hora de cubrir superficies exteriores y objetos que necesitan una mayor durabilidad y resistencia. Después de mezclar resina y seleccionar los pigmentos que tintarán la materia prima, se agregan elementos que aportan diferentes propiedades, como los sulfatos o los carbonatos. La mezcla se completa con diferentes aditivos como antioxidantes, antiespumantes o conservantes. «Una pintura posee unos quince ingredientes distintos. Al día, fabricamos unos 5.000 kilogramos, lo que se traduce en un millón al año», apostilla Txomin, de 55 años.

La empresa navarra trabaja para sectores como la automoción, construcción, agroalimentación o industria.
Los recipientes más comunes son los de quince litros, aunque en Pinturas Colamina se atiende «cualquier tipo de petición». De hecho, trabaja para sectores muy variados como la automoción, construcción, agroalimentación o industria. Así, sus líneas de negocio se dividen en pintura para decoración, mantenimiento industrial, suelo, madera y pintura especial. «Hacemos productos tanto para paredes como para naves industriales, garajes, pistas deportivas o piezas de metal, por poner algunos ejemplos», concreta el gerente de la compañía.
LAS OLIMPIADAS DE PEKÍN
Lo cierto es que Pinturas Colamina posee distribuidores repartidos por todo el mundo. China, Polonia, Panamá, Francia, República Checa, Bulgaria, Estados Unidos… «El Hospital Nacional de Panamá se pintó con nuestra pintura antibacteriana. Y en el edificio donde se alojaron los atletas durante las Olimpiadas de Pekín de 2008 se hicieron unas obras en las que también se usó nuestra pintura», expresa orgulloso.

La compañía tiene distribuidores en China, Polonia, Panamá, Francia, República Checa, Bulgaria, Estados Unidos…
Con diez profesionales en plantilla y unas instalaciones de 1.500 metros cuadrados, la firma navarra también posee una unidad de I+D. En el laboratorio, además de analizar cada lote, se estudia la posibilidad de crear productos nuevos. «Llevamos años innovando. Tenemos pinturas conductoras, aislantes, fotocatalíticas, térmicas… En este sector es muy importante que te guste trastear. El 90 % de las cosas que vemos están pintadas, aunque no nos demos cuenta. Por eso me emociona ser la tercera generación de Pinturas Colamina», sonríe mientras acaricia con la mirada la foto de su abuelo Domingo, que preside la oficina.