Las montañas se desdibujan en el horizonte como si formasen parte de un gran lienzo. Arriba, unas nubes blancas salpican el cielo. Abajo, un infinito océano de árboles acapara nuestra mirada. Para aterrizar en este punto exacto del mapa hemos tenido que atravesar el pueblo navarro de Areso, serpentear entre carreteras estrechas y onduladas y conducir sobre un paisaje que poco a poco se tornaba más vertical. Ya en la cima, parece que el reloj se detiene. «Vivimos en las alturas, pero merece la pena, ¿verdad?», saludan Ramón Alguero y Marta Chivite al escuchar el motor del coche. Un amable border collie, de nombre Kale, se escaquea entre sus piernas y, a todo correr, se lanza a darnos la bienvenida con varios ladridos, implorando que lo acariciemos.
«¿Os apetece un café? ¿Un vaso de agua? ¿Algo de comer?», preguntan al abrirnos las puertas de su casa. Un singular aroma impregna la planta de abajo. Pequeños fragmentos de cuero de diversos tonos descansan sobre una lámina de zinc. Tijeras, botones, alicates… La escena está en pausa, a la espera de que una mente creativa se ponga manos a la obra. «Llevamos más de treinta años confeccionando productos de piel y cuero. Este es nuestro taller», constata Marta justo antes de mostrarnos algunas de sus últimas creaciones.
Mochilas, riñoneras, cinturones, carteras, bolsos, fundas de gafas… Su catálogo es inmenso. «Podemos hacer casi todo lo que nos pidan», defiende con firmeza. Lo cierto es que en este lugar se respiran tres realidades muy concretas: tradición, esfuerzo y creatividad. Así, como si estuviéramos en un pequeño museo, reparamos en cada detalle, muy atentas a las memorias de una pareja que aterrizó en Navarra unida por su amor a la artesanía.
Una donostiarra y un barcelonés que residían en la Comunidad foral. «¿Quién podría haber dicho que acabaríamos juntos? No nos conocíamos de nada», bromea Marta al echar un vistazo al pasado. Los ideales que compartían fueron los «grandes culpables» de que sus caminos se enlazaran. Libertad, autonomía y capacidad de decisión. Con esos tres valores se conocieron, y hoy continúan siendo su seña de identidad. «Queríamos ser los dueños de nuestro tiempo y de nuestro trabajo, así que empezamos a reflexionar sobre nuestro futuro», apuntan con una mirada cómplice.
Ver esta publicación en Instagram
LA CERÁMICA, EL INICIO
En su juventud, a Ramón le «picó el gusanillo» de la cerámica. Tazas, ceniceros, platos, adornos de todo tipo… Entre agua y arcilla, moldeaba ideas que convertía en figuras tangibles. Encontró en el barro un idioma que nunca había hablado, pero que de alguna manera entendía sin esfuerzo. Por eso, cuando conoció a Marta, ambos decidieron buscar un punto en el mapa navarro capaz de brindarles la libertad y la creatividad que tanto anhelaban. Un caserío derruido en Areso, en pleno valle de Leitzaran, fue el destino elegido. Tenían su meta clara: deseaban crear un taller de cerámica.

Habilitar el edificio fue una tarea ardua. «Al principio, ni siquiera teníamos luz. Traíamos el agua del monte que tenemos delante y la canalizábamos. Reformamos la vivienda poco a poco y entendimos que, si queríamos vivir de la cerámica, necesitábamos más infraestructura», expresa Marta. Así que, por el momento, descartaron la idea.
Todo cambió cuando visitaron una feria de artesanía en Bizkaia. Entre los diferentes puestos, se fijaron en uno muy especial. Sentado en su stand, rodeado de productos de piel y cuero, un hombre animaba a personas de aquí y de allá a conocer de cerca sus creaciones. «Nos aproximamos a él y, cuando vio que teníamos curiosidad, nos dio varias pautas por si queríamos iniciarnos en el mundillo del cuero. Por ejemplo nos explicó cómo funcionaba un troquel», rememora nuestra protagonista mientras nos guía hacia la troqueladora que utiliza a diario. «Troc, troc, troc… Así suena la máquina. Por eso, cuando decidimos sustituir la cerámica por el cuero, optamos por el nombre Trok Larrua para el negocio», apostilla.
UN SECTOR «EN AUGE»
A sus 63 años, Marta recuerda bien cuál fue el primer producto que confeccionó. Se trataba de una pequeña cartera. «Me la inventé, pero me gustó el resultado», sonríe. Desde que Ramón se jubiló el año pasado (actualmente tiene 67 años), es ella quien lleva las riendas del negocio. Y, a pesar de que tienen tres hijos, ninguno de ellos continuará con su proyecto. «El taller funciona muy bien y sería una pena que esto se perdiese, pero ellos seguirán su propio camino, no les atrae dedicarse a esto», atestigua.
Marta fabrica «piezas únicas» que trabaja, aproximadamente, durante dos días completos. Empresas de Villatuerta, Valencia, Alicante, Palencia y Arnedo le suministran la piel para confeccionar sus creaciones, que después vende online a través de su web: «Es un material muy resistente, casi eterno. Te puede durar toda la vida».

Trok Larrua se especializa en la confección de productos como bolsos, mochilas, riñoneras, carteras o cinturones.
La pareja ha participado en ferias de artesanía de todo el país. Cataluña, Castilla y León, Huesca, Zaragoza, Bizkaia, Navarra… «Sobre todo vendemos por esas zonas, aunque también hemos vendido alguna cosita en Alemania a través de nuestra web. Desde la pandemia, la gente compra más este tipo de artículos artesanales», explica ella.
Todos los vecinos de la zona «conocen de sobra» Trok Larrua. De hecho, cuando necesitan algún «apaño», como arreglar una prenda de ropa o pegar la suela de un zapato, no dudan en acercarse al taller. «Pocos lo piensan, pero realmente este es un sector en auge. La marroquinería tiene una demanda increíble. Hay mucho trabajo, pero nadie quiere ser artesano y es una pena que se pierda el oficio», suspira Marta para acto seguido recalcar que la artesanía puede combinarse con otros negocios. Por ejemplo, ella también fabrica collares de perro que se venden en clínicas veterinarias.
De vez en cuando, también recibe visitas a su taller. «Hace poco vinieron unos canadienses que estaban de excursión por Navarra», sonríe ilusionada al tiempo que nos muestra una mochila marrón con un estampado floral y dos bolsos de colores. A nuestro lado, Kale olisquea todo lo que su hocico se encuentra. Entre hilos y fragmentos de cuero, se topa con nuestra mano y la empuja, sugiriendo que acariciemos su cabeza. «En este taller la creatividad parece tener vida propia, ¿verdad?», lanza Marta en voz alta.