Cuenta la leyenda que Rómulo y Remo, fundadores de Roma, nacieron bajo un olivo. Miles de años después, en un pueblo que todavía evoca sus lazos con el antiguo imperio a través de un escudo donde puede leerse la leyenda civitas Cascantum municipium romanorum, dos hermanos forjaron su destino gracias a la madera de este árbol milenario. De hecho, ese mismo mensaje en latín adorna también la entrada a la finca de los hermanos Orta, situada en la carretera que atraviesa Cascante, la N-121-C.
Jesús y Enrique, de 70 y 65 años respectivamente, descubrieron su vocación de artesanos antes de cumplir la mayoría de edad. La creatividad que siempre los caracterizó se unió a la necesidad de llevar dinero a casa, lo que les impulsó a fabricar algo tan esencial y común en los hogares como los utensilios de cocina.
Cinco décadas después de iniciarse el oficio, siguen disfrutando cada vez que se adentran en un mar de olivos en busca del tronco perfecto. Su objetivo es dar una segunda vida a algo que para el resto del mundo ya parece muerto. «Contactamos con agricultores de la zona que, tras las podas, nos dejan elegir algunos troncos inservibles. El olivo y el boj son materiales ideales para la cocina, pues no tienen poros y, por lo tanto, no permiten la penetración de bacterias», explica el mayor de los cascantinos.

Al comienzo de su andadura profesional, los comercios locales les sirvieron de escaparate para llegar a sus potenciales clientes.
Al ser artesanal, el proceso resulta complejo. Seleccionar los olivos, cortar tablones para después hacer lo propio con las plantillas prediseñadas, pasar a los tornos y a los vaciados, modelar a mano, lijar, aplicar aceite de oliva y pulir con ceras naturales de abeja. Un trabajo único que se materializa en piezas exclusivas e irrepetibles.
PIEZAS QUE REFLEJAN SU HISTORIA
Con apenas dieciocho años ya contaban con su propio taller y luchaban por ganarse el reconocimiento en un tiempo en el que la artesanía no se consideraba algo «serio». Según Orta, tal era el desconocimiento que ni siquiera existía maquinaria especializada para la madera. «Acudíamos a herreros de la Ribera e intentábamos convencerlos, siempre pagando por adelantado, para que adaptaran las herramientas creadas para el hierro a nuestro trabajo», detalla Enrique.
Al comienzo de su andadura profesional, los comercios locales les sirvieron de escaparate para llegar a potenciales clientes y, más adelante, el turismo les permitió crecer de manera exponencial. «Nuestras primeras ventas fueron en el collado de Ibardin y en Dantxarinea. Al principio subíamos la mercancía nosotros mismos y aprovechábamos para almorzar con los comerciantes», recuerdan con cariño.

Los hermanos Orta son miembros de Napar Bideak, la Cooperativa de los Artesanos de Navarra.
Sus diseños comenzaron a reflejar elementos de su entorno, como la silueta del Moncayo, y se nutrieron de las peticiones de turistas que visitaban su taller. Jesús se inspiró en las tradiciones de otros países para crear productos únicos: «Lo que más me gusta es la creatividad de este arte. Hemos exportado cientos de bandejas gigantes para carnicerías alemanas, así como ensaladeras para el norte de Europa, siendo fieles a nuestro estilo».
UNA TRAYECTORIA UNIDA A LA COCINA
Los años ochenta confirmaron su consolidación, coincidiendo con el descubrimiento de su trabajo por parte de cocineros de la talla de Juan Mari Arzak y Pedro Subijana, a quienes siguieron otros ilustres nombres como Marín Berasategui o Dani García. Hace treinta y cinco años, incluso dieron forma a la tabla de cocina que todavía puede verse en los programas de Karlos Arguiñano. De ahí que hayan adquirido fama internacional. «Si los cocineros se mueven e inician nuevos proyectos, nosotros también. Nuestros productos están presentes hasta en París y Dubái gracias a ellos. Siempre que acudimos a sus ciudades, vienen a saludarnos e incluso se ponen a vender con nosotros en el puesto», remarcan.

Las instalaciones de la empresa que dirigen estos hermanos riberos cuentan con mil metros cuadrados.
Y es que para los hermanos Orta, el fin de semana «significa ferias». Después de tantos años, aún siguen acudiendo a los mercados más importantes del país. «Somos miembros de Napar Bideak, la Cooperativa de los Artesanos de Navarra, ya que consideramos importante entablar contacto directo con la gente», apunta Enrique.
El negocio cuenta con once trabajadores y unas instalaciones de mil metros cuadrados. Además, la llegada de internet también favoreció su proyección al resto de Europa y Estados Unidos. «Aunque al principio la gente no entendía que pudiéramos vivir de la artesanía, nunca nos hemos arrepentido de nuestro oficio. Nos hace muy felices y nos ha dado de comer toda la vida», recalcan mientras hacen hincapié en que, por el momento, no piensan en la jubilación.