Cuando uno accede al Museo Sorolla de Madrid, siente que se encuentra en un espacio cargado de historia. Todo se mantiene más o menos igual a como lo dejó y vivió el genial pintor levantino. Hablamos de rincones, estancias, objetos personales en fin, que trasladan al visitante ocasional en una especie de máquina del tiempo hasta esa España noventayochista que, una vez más, se preguntaba sobre su papel en un mundo en plena transformación.
En ese contexto, la exposición ‘Cazando Impresiones‘, cuyos promotores acaban de anunciar que se prorroga hasta el próximo 3 de noviembre, supone un ejercicio muy interesante, así como una nueva visión sobre la imponente obra del artista que mejor supo plasmar en tela, gracias a sus óleos, la luz del Mediterráneo y sus gentes.
Así es. Tras recorrer la parte más tradicional del museo, en la que nos colamos en el estudio, el patio con su fuente de cerámica en el centro, el comedor y la casa del genial artista, donde están expuestas sus obras más reconocidas por el gran público, ‘Cazando Impresiones’ se sitúa en el segundo piso, convertido para la ocasión en el guardián de los pequeños tesoros que Sorolla retrató tanto en su primera etapa de formación en Italia y París como en sus posteriores épocas de crecimiento y confirmación artística.
En concreto, lo que podemos disfrutar son retratos que Sorolla realizó con el objeto de reflejar casi a vuela de pincel (si se nos permite la expresión) ideas sobre escenarios, luces y personajes que, posteriormente, quedaron retratados en las grandes obras por las que todos reconocemos y conocemos a este pintor.
Si solo fuera eso, ‘Cazando Impresiones’ no dejaría de ser una retrospectiva sin más de este genial artista levantino. Una copia a pequeña escala de lo ya conocido y disfrutado en tantas ocasiones. Sin embargo, para quienes hemos visto esta obra en primera persona nos parece que esa idea es un burdo e injusto resumen de todo lo que aparece en esta muestra.
Porque, efectivamente, ahí están las playas, los niños y las mujeres que también representaba Sorolla. Pero si nos acercamos más a lo que se nos pone delante de los ojos, veremos ese genial trazo que, con una mancha, recoge perfectamente la figura de una persona, o esa sombra que tan bien representa la huella de la ola chocando con la orilla de la playa, o esa luz tan blanca que es tan propia de nuestra zona del Levante y sus playas de arena blanca.
En el caso de ‘Cazando Impresiones’, además, la mirada del artista se completa con otras referencias de sus viajes a Venecia, Biarritz o San Sebastián al principio de su carrera para adquirir las habilidades que tan bien supo explotar. Muy recomendable, en este último caso, uno de esos pequeños retratos, apenas cuatro trazos en el papel, con el que Sorolla refleja la belleza del entrañable paseo de la Concha.
La oportunidad, por lo tanto, está al alcance de todas aquellas almas sensibles que no tengan planes para el fin de semana y que puedan considerar la opción de dejarse caer por Madrid para sumergirse de su riquísima propuesta cultural. Dentro de esta, ‘Cazando Impresiones’ es una alternativa más que interesante y más que recomendable porque, como se recoge en una de sus paredes, resume perfectamente la idiosincrasia de un Joaquín Sorolla que, al realizar estas obras, exclamó: “¡Por fin mis manos han sabido trasladar la riqueza de colores que capta mi retina en lo que es el resultado de 40 años de trabajo!”. Ahí es nada.
Solo por eso merece la pena visitar este coqueto rincón del madrileño barrio de Chamberí, en cuyo centro se eleva como una nave que aguanta el paso y el oleaje del tiempo un coqueto y singular palacete, taller y vivienda de Joaquín Sorolla, ahora museo. ¿Quién puede resistirse ante una propuesta tan atractiva?