Hace apenas unos meses, el Círculo de Empresarios presentaba el libro “Empresarios y Bachilleres. La imagen del empresario en los libros de texto”. Allí se propuso que “…los libros de texto de 4º de Eso y Bachillerato incluyan conocimientos en materia de ética y responsabilidad social empresarial para que ‘alejen’ a los jóvenes de las malas prácticas empresariales que a veces saltan en forma de escándalo de corrupción”.
Al margen de este loable y necesario deseo, la ética empresarial hace tiempo que forma parte de los programas de las Escuelas de Negocios y ocupa el interés investigador de la Universidad (ejemplo de ello es la cátedra de Ética y Economía Empresarial de la Universidad de Comillas). Ni que decir tiene que también es protagonista de abundantes noticias y comentarios. El reciente caso del Popular, entre otros, ha dado pie para ello. En suma, desde la sociedad, se ha extendido a la economía y la empresa el concepto de ética, a veces como necesidad, otras como herramienta y siempre como objetivo…, pero con evidentes titubeos tanto en su definición como en su aplicación.
“La ética debe asumirse como un componente más y estar en igualdad de condiciones junto con el resto de capítulos que forman la estrategia empresarial”, Javier Ongay
La Ética empresarial busca esclarecer los dilemas éticos que se presentan en la vida de las empresas y aportar criterios para la toma de decisiones. Naturalmente, si esto incide en todas las capas de la empresa, es obvio que es más frecuente y de mayores consecuencias cuanto mayor es la cuota de poder. Así, el directivo está, en su día a día, “obligado” a resolver, elegir y solventar situaciones muchas veces teñidas de implicaciones éticas.
Es preciso indicar, antes de personalizar en el directivo, que la ética debe formar parte sustancial de la organización. En otras palabras, debe asumirse como un componente más, en igualdad de condiciones al resto de capítulos, de la estrategia empresarial; es la única manera de evitar que la Ética se quede en mera “estética” maquillada tras algún donativo esporádico a una ONG o el regalo de unas camisetas a algún equipo infantil de futbol.
Si la ética es en la empresa, por tanto, una cuestión estratégica y no anecdótica, debería ser parte del ADN directivo, como la capacidad de análisis, la pasión por el trabajo o el sentido de la responsabilidad con los stakeholders.
El liderazgo ético
Lo mencionado dibuja eso que muchos autores denominan “liderazgo ético”. Dirigir no consiste tanto en saber ordenar como en saber convencer y atraer. Lo que distingue a un líder es su capacidad de influir en el equipo con el que debe alcanzar unas metas, logrando que se compartan energía, metodología y objetivos.
En este sentido, al estudiar la ética empresarial se descubren dos direcciones, expresadas por Steimann y Sherer en su libro “Corporate ethics and manaaement theory”. Una se concreta en un enfoque de cumplimiento (Compliance approach), que se apoya en incentivos y castigos como método para cumplir las normas; el otro es el llamado “de integridad” (Integrity approach) definido por un compromiso consensuado y voluntario con unos valores compartidos. Es esta última la orientación la que parece más interesante y válida.
“La ética es una inversión que, desde la imagen de la empresa se traslada a su cuenta de resultados porque el mercado la reconoce, la valora y la recompensa”
La ética del directivo se soporta, por tanto, en unos valores, más que en unas normas. Este es el primer rasgo que me permito destacar del perfil ético de un directivo. La consistencia profesional e intelectual que se le pide para otros campos, se debe trasladar también al pensamiento y filosofía que ha de regir su estilo ético de decidir y dirigir. Hoy, por si fuera poco, los valores son los anclajes necesarios para mantener la unidad de una organización que está en continuo proceso de transformación.
El segundo elemento, consecuencia ya de la base anterior, consiste en aplicar una visión humanista de la empresa, que contempla a las personas en toda su integridad, más allá de su valor accesorio como “mano de obra”.
Y, por último, el directivo no puede tampoco perder de vista que, así como sobre el resto de áreas de la organización la máxima que debe dirigir sus decisiones estratégicas es la rentabilidad, asumir y aplicar un estilo ético de dirección es también rentable. La ética no es pues, como decíamos al principio, un accesorio sino una inversión que se traslada a la cuenta de resultados y a la imagen de la propia empresa. … Y esto el mercado lo reconoce y lo recompensa.
Javier Ongay
Consultor de Comunicación y Marketing. Formador.