Hace unos días entrevisté a Javier Esparza en la radio. La primera pregunta fue si seguía pensando -como dijo al poco de conocer los resultados electorales- en “configurar una oposición fuerte“. Su respuesta fue que no, que aún no perdía la esperanza de poder formar gobierno como la lista más votada. Antes de terminar, aún tuvo tiempo para llevarse la contraria a sí mismo y reconocer lo que resulta una evidencia: que es casi imposible que UPN siga al frente del Gobierno. Y eso que la entrevista duró apenas tres minutos.
Valga esa anécdota para evidenciar lo que ya se puede dar por hecho: que en Navarra, los próximos años -no me he atrevido a poner los próximos cuatro años- gobernarán los nacionalistas, independentistas y la extrema izquierda bajo cualquiera de los formatos de acuerdo que se manejan.
Es la aritmética política a la que nos encaminamos. Y que, en el caso de Navarra, no se puede decir que haya pillado a nadie por sorpresa. El resultado electoral ha sido el previsible (toda vez que las encuestas, en esta ocasión, han atinado bastante). Solo la irrupción de Ciudadanos -que se ha quedado a apenas doscientos votos del Parlamento foral- podía haber alterado ese panorama. Pero ya dije en esta tribuna que la entrada de los de Rivera en Navarra se me hacía sencillamente increíble. Máxime con la lista mal elegida a toda prisa con la que concurrieron.
Total. Que el resultado era previsible. Que no es lo mismo que decir que todo el mundo lo hubiera previsto. Por ejemplo, el mundo financiero. Desde el pasado lunes no dejo de recibir en mi teléfono móvil mensajes del tipo: “Me dicen que Volkswagen ha paralizado una inversión multimillonaria en Navarra“; o “creo que hay una farmacéutica de tu tierra que ha reunido a toda su plana mayor para ver qué hacen ahora“. Y así por decenas. Algunos de esos mensajes llevan el remite del epicentro del poder económico real.
Seguramente, muchos de esos mensajes sean exagerados; otros malintencionados y algunos simplemente el ruido del revolotear de buitres a la caza de la inversión que se nos pueda escapar.
Pero el temor es real. Y el riesgo también.
Algunos de los que, seguramente, llegarán al gobierno, sabían que su asalto al poder (en palabras del jefe de Laura Pérez, aunque ella reniegue de Pablo Iglesias) iba a levantar suspicacias.
Por eso tuvieron la prevención -también la delicadeza- de visitar personalmente antes de las elecciones algunas de las principales empresas navarras. En esos encuentros discretos les prometieron no alterar el statu quo, no modificar las condiciones con las que esas empresas han creado empleos y generado riqueza. Ahora que todo parece indicar que van a llegar al Gobierno, es de desear que la primera promesa que cumplan sea, precisamente, la que han ocultado durante la campaña electoral.