jueves, 12 diciembre 2024

José Antonio GurucelainEl trabajo de un atleta de alta competición es muy duro. Todos los días debe luchar contra todo lo aprendido. Cada jornada tiene que empezar de nuevo y llevar la contraria a su cuerpo y su cerebro. Unos músculos que le dicen que no es apropiado buscar los límites, un cerebro que manda constantes mensajes de alarma que se traducen en “ten cuidado”.

Sin embargo, los atletas no hacen caso a esos persistentes mensajes, sino que ponen a su voluntad al mando de su cuerpo. Fijémonos, por ejemplo, en los velocistas. Ellos se obstinan en alargar su zancada, clave para mejorar su rendimiento. En cada entrenamiento realizan ejercicios específicos, taloneando y elevando las rodillas hasta el pecho con el objetivo de reaprender.

¿Se acuerdan del llamado “hijo del viento”, Carl Lewis? Lewis parecía volar en lugar de correr. Los grandes velocistas consiguen zancadas hasta un 70 por ciento más largas. El efecto es majestuoso, casi no tocan el suelo. El “hijo del viento” en los últimos 20 metros simplemente flotaba en el aire. Podía ir el último que en esos 20 metros le bastaban para ganar ¡Era increíble!

¡Si él lo hizo tú también puedes! 

Todo lo que conocemos y aprendemos en nuestra educación formal nos predispone contra el cambio de hábitos. La sociedad nos dice que no se puede, no se debe salir fuera de los caminos ordinarios. Desde pequeños nos cuentan fábulas como “El cuento de la Lechera”, que tiene más de 2.000 años, con el objetivo de advertirnos de que no es recomendable mirar demasiado lejos

La mayoría de las cosas que hacemos son mecanismos automatizados que hemos almacenado y repetimos de forma inconsciente. Así, respiramos o subimos unas escaleras sin pensar en cómo hacerlo. Pero, en el propio proceso, hemos automatizado las limitaciones, limitaciones destinadas a protegernos y no dañarnos.

Tenemos que olvidar para aprender de nuevo. 

En realidad, innovar es eso. Debemos descubrir nuevos límites y para eso tenemos que experimentar cosas que nuestra cabeza y el entorno que nos rodea nos invitan a creer imposibles, incluida la actitud social que nos recomienda todo “como siempre se ha hecho”. 

Los niños, aún vírgenes de prejuicios, están aprendiendo los límites y a veces pueden experimentar aquello que nosotros no hubiésemos intentado y consiguen nuestro asombro, pues han superado los límites mentales que nosotros teníamos pre-grabados. Esos límites que recomiendan prudencia para no arriesgar, para no dañarnos, para no salirnos de la norma.

Cuando fui con mi hija de seis años al oceanográfico de Valencia le compré una foca de peluche. Frente a la piscina de las focas y leones marinos, en vez de tocar el cristal o hacer gestos como la mayoría hacemos, su intuición fue enseñar el peluche a los animales a través del cristal. Algo maravilloso ocurrió, un león marino se acercó. Todos pensamos: casualidad.

Entonces, mi hija empezó a mover el muñeco y el León marino lo siguió. Ese hecho insólito atrajo las miradas de cuantos estábamos allí. Se hizo el silencio El animal de casi una tonelada imitaba el movimiento de arriba abajo y de abajo arriba de un peluche de 30 centímetros. Todos sacaron sus móviles, sabíamos que estábamos ante algo extraordinario y queríamos grabarlo para contarlo.

Mi hija vio que el León marino retorcía un poco la cabeza como preguntando qué más hacemos. Se había establecido un vínculo. Luego, mi hija comenzó a girar su foca 360 grados. Los espectadores abrimos los ojos, pensando que no podía ser. Sin embargo, seguimos grabando pues al haber rebasado nuestros límites intuíamos que quizás todo era posible, al menos así lo decía nuestro corazón

Nuestro corazón tenía razón. El León marino siguió la estela marcada por el peluche. El público que allí nos encontrábamos nos acercamos más al cristal como queriendo formar parte de ese hecho insólito. Mi hija estuvo 30 minutos repitiendo aquello para disfrute de los que nos agolpábamos frente al vaso del acuario.

MORALEJA

No nos debe importar que parezca imposible, debemos intentar cosas distintas para obtener resultados extraordinarios. Tenemos que establecer nuevos límites y experimentar nuevas opciones que nos lleven a lugares desconocidos. 

Al fin y al cabo, no hace mucho andábamos en tapa rabos. En realidad, innovar, a pesar de la incertidumbre, está en nuestros genes. Atrévete a descubrirlo.

José Antonio Guruceláin
Director de Innovación CISTEC technology 

 


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