Todas las bodegas presumen, posiblemente con razón, de tener algo que les hace ser especiales. Sus vinos o la forma de elaborarlos es el argumento más frecuente. Algunas también alardean de edificios, de su localización, quizás de su historia… pero muy pocas pueden hacerlo de todo ello a la vez. Bodega Otazu es una, y basta cruzar la puerta para darse cuenta de que ha entrado en un lugar único, porque recibe al visitante una excepcional obra de arte, Ariadna, una escultura de Manolo Valdés. Ya en el interior no habrá ningún lugar en el que, al posar la vista, no descubramos alguna de las piezas que conforman una de las más destacadas colecciones privadas de arte contemporáneo de toda Europa.
No buscamos crecer el cantidad, sino en calidad. Buscamos hacer el mejor vino de España
Otazu es la bodega situada más al norte de España que elabora vino tinto. Situada en el señorío del mismo nombre, a 10 km. de Pamplona y 390 metros sobre el nivel del mar, sus instalaciones y viñedos ocupan un fértil terreno con suelos de diversas características delimitado por las sierras de El Perdón y Sarbil y el río Arga, lo que le dota de un microclima especial. Todo ello hace que sus vinos tengan una complejidad imposible de conseguir en otras bodegas de la región.
¿Más razones que avalen la singularidad? Las hay. Todos y cada uno de los granos de uva que llegan a la bodega proceden exclusivamente de su propia finca, de 110,12 hectáreas, y con ellos producen únicamente 380.000 botellas cada año, “porque no buscamos crecer en cantidad, sino en calidad, buscamos hacer el mejor vino de España”, asegura como si fuera la cosa más normal del mundo Jorge Cárdenas, responsable comercial de la bodega para el mercado europeo, excluido el español, quien asegura que la evolución desde las primeras cosechas augura que, más tarde o más temprano, lograrán su propósito. Las variedades chardonnay, cabernet, merlot y tempranillo dan lugar a una gama de blancos, tintos y rosados de gran personalidad, pletóricos, con sugerentes aromas y fuerte estructura.
Además desde 2009 es una de las 14 bodegas en el país que forman parte del exclusivo club de los vinos de pago, la máxima categoría de calidad y exigencia que puede alcanzar un viñedo y que autoriza a elaborar vinos bajo su propia D.O.P. Pago de Otazu, un sello que garantiza el uso de uva propia para crear vinos personales con una clara constancia de calidad en el tiempo. Para lograr los vinos tintos y blancos de alta gama no se escatiman esfuerzos ni detalles. Son microvinificados en barricas de 225 litros, una técnica que permite la extracción delicada de todos los componentes fenólicos para conseguir vinos suaves y afrutados, y que posibilita elaborar pequeñas partidas de cada zona extrayendo el mejor potencial de cada parcela. Los mejores granos de uva son seleccionados manualmente y se introducen enteros en la barrica, que se coloca horizontalmente y se gira a mano varias veces al día en ambos sentidos con el fin de extraer suavemente aromas, colores y taninos. La fermentación y maderación se consiguen en salas a 4 grados de temperatura durante 10 días y a 30 grados otros 30 días más.
Todos estos delicados procesos se llevan a cabo en una bodega de estilo francés cuya historia se remonta a 1840, aunque existe documentación en el Archivo General de Navarra que demuestra que el rey Carlos III el Noble y su corte disfrutaban con los vinos de Otazu. Fue una revolución que en el siglo XIX se construyera una bodega fuera de un casco urbano. Funcionó hasta 1890, cuando la filoxera arrasó sus viñas.
La familia Penso, de origen venezolano y vinculada a Navarra, buscaba en el territorio foral un lugar para comprar como inversión, y se fijaron en el Señorío de Otazu por su patrimonio: la iglesia románica de San Esteban, del siglo XII, el palomar (¿o torre defensiva?) del siglo XV y el palacio renacentista del XVI, conjunto que se complementa con diversas edificaciones más y otro señorío (el de Eriete, con su propio palacio del siglo XVI y la iglesia medieval de San Adrián) dentro de sus dominios. No era su intención producir vino, pero tras conocer la historia de la finca decidieron, en 1989, plantar viñas.
La Fundación Kablanc Otazu promueve varios proyectos que ensamblan arte y vino
Tampoco tenían el propósito de crear un museo, pero al pasear por el lugar nos topamos con obras tan impresionantes como los inquietantes Guardianes de Xavier Mascaró, unas figuras monumentales de hierro que parecen vigilar lo que pueda llegar desde la Sierra de El Perdón. De Mascaró y de las mismas características es, asimismo, El flautista, concentrado en sacar del instrumento una música que nunca llegará a nuestros oídos. También destaca en el verde y cuidado césped, entre el palomar y la iglesia, El color de nuestras vidas, obra con la que el artista chileno Alfredo Jaar ganó en 2016 el I Premio Internacional de Arte Contemporáneo de la Fundación Kablanc Otazu, un gran proyecto de la familia Penso con el que reafirma su compromiso con el mundo del arte y la cultura. Enfrente está una obra sonora del artista conceptual argentino Leandro Erlich, 80 cilindros afinados alineados al borde del camino al palacio que al ser golpeados consecutivamente por el paseante reproducen la melodía de la Cabalgata de las Walkirias, de Richard Wagner. Y en el prado de la bodega La Obtusa, con la que el artista venezolano Rafael Barrios nos sorprende porque no es lo que parece.
La antigua bodega alberga la mayor parte de la colección y en ella se está habilitando la que será la sede de la Fundación Kablanc Otazu. Obras de artistas reconocidos internacionalmente o que empiezan a serlo, como David Magán, Jong Oh, Luis Felipe Ortega, Ignacio Gatica y Jordi Bernardo, a las que se suman las de Olafur Eliasson, Secundino Hernandez, David Rodriguez Caballero, Anish Kapoor, Ai Weiwei, Jeppe Hein, Tomas Saraceno, Peter Zimmerman, Xavier Mascaró, Manolo Valdés o Juan Uslé se reparten por todos los espacios disponibles. Aquí nos saluda Ariadna, con su tocado de hilos cruzados.
La Fundación promueve proyectos que entrelazan vino y arte, como las botellas diseñadas por el artista venezolano Carlos Cruz-Diez para el nuevo vino Vitral de Otazu, que también ha creado la caja de madera triangular que lo guardará, o los ‘Genios de Otazu’, cuyo primer representante es David Magán, que utilizó barricas para hacer una obra que es una escultura pero de la que solo vemos su proyección y que se en la bodega nueva, y el proyecto fotográfico ‘1 hectárea, una historia’, que reflejará los ambientes del viñedo y sus protagonistas.
Algo conmocionados por todo lo que hemos visto pasamos a la actual bodega, proyectada por el arquitecto Jaime Gaztelu Quijano y por el ingeniero Juan José Arenas, una asombrosa cripta con bóvedas de crucería y arcos rebajados, en la que se alinean filas de barricas que escuchan silenciosas los cantos gregorianos que suenan en este subterráneo en penumbra. Jorge Cárdenas, siempre con naturalidad, asegura que el vino oye y que envejece mejor con el gregoriano. A estas alturas, ya totalmente impresionados, no hace falta que insista para convencernos, sabemos que es cierto. Salimos guiados por el brillo metálico de lo que creemos que es una menina de Manolo Valdés, pero Cárdenas nos dice que se trata de la reina que guarda desde el altar este templo en el que se adora el vino, la Catedral del Vino.