Hace más de dos décadas, una guerra civil sacudió la República Democrática del Congo. Sumida en un torbellino de caos y temor, en busca de refugio, una pareja decidió volar a Pamplona con su hija recién nacida. Años después nacería Jean Paul Mbongo, el tercero de ocho hermanos. De su infancia, recuerda aquellas alegres canciones africanas que su padre reproducía en YouTube, repletas de percusión y voces enérgicas. Casi sin pestañear, contemplaba la pantalla mientras tarareaba y bailaba esas melodías. Hoy nuestro protagonista ríe mientras rememora aquellas anécdotas, y suspira con ternura al reconocer que, sin duda, aquel fue el inicio de su carrera musical.
Los focos le alumbran. Decenas de padres, expectantes, mantienen la mirada clavada en él. Es su turno. “Después del estribillo me toca”, piensa con algo de nervios. Y entonces comienza su solo, y su voz inunda la sala… “Era solo un crío con voz aguda, pero me gustó la experiencia”, admite ahora tras acordarse de aquel villancico que cantó en tercero de Primaria. Precisamente ahí se percató de lo mucho que le llamaba la atención el mundillo del canto, y pronto se apuntó a clases particulares. Pero sonríe con humildad al revelar que no es el único miembro de la familia con dotes musicales. De hecho, sus hermanos pequeños suelen improvisar canciones de RAP. “Yo no soy el niño prodigio. En mi casa la música se vive mucho, quizá por nuestras raíces. Somos una familia normal del Congo”, asegura para Vanity Capital.
Tras escuchar las historias que narraban sus padres, la familia Mbongo al completo decidió visitar África en 2010 (“excursión” que, por cierto, también ha repetido este verano). Ahí, Jean Paul abrió los ojos. “Pensaba que bailaba y cantaba bien, pero llegué allí y aluciné. Todavía me queda mucho por trabajar”, reconoce al recordar las coreografías de los congoleños. Algo que también llamó su atención fue la poca correspondencia que tiene lo que se sube a las redes sociales con la realidad, y la gran diferencia entre las distancias: “Lo que en España está a tres horas en coche, allí está a cinco días, porque en muchas zonas no hay carreteras”.
UNIR POESÍA Y GUITARRA
En su casa, olvidada en una esquina cualquiera, una guitarra cogía polvo. Hasta que un día Jean Paul decidió “probar”. Un acorde por aquí, otro por allá… “Esto me gusta”, pensó enseguida. Entonces sus padres le apuntaron a clases pero, lejos de cautivarle, lo cierto es que le parecieron algo aburridas, así que comenzó a tocar por su propia cuenta. “También escribía poemas, y algo en mi cabeza hizo ‘clic’. Pensé ‘¿qué pasaría si mezclo las dos cosas?’ Ahí empecé a componer”, relata.
Ya en bachillerato, pronto comenzó a reunirse con con sus amigos para “aporrear guitarras y pasar un buen rato”. Iago, Félix, Inazio… Son muchos los nombres que menciona con cariño, pues cada semana compartían infinidad de versos y estribillos. “Gracias a ellos empecé a enseñar mi música”, admite hoy, a sus 23 años.
Y entonces llegó la etapa de la universidad. Jean Paul compaginó sus estudios de Marketing en la Universidad de Navarra con su inquietud por el baile, el canto y la interpretación. De hecho, participó en tres musicales organizados por el centro académico: Newsies, Historias de Broadway y The Greatest Showman. “Le perdí el miedo a cantar en público. Hice conciertos en algún bar, eventos de la universidad, alguna causa benéfica…”, recalca para acto seguido mencionar que, de pronto, uno de sus amigos se aventuró a publicar una canción en Spotify. Aquello le animó, más tarde, a sacar a la luz su primer tema: La Chica del Lunar.
“También escribía poemas, y algo en mi cabeza hizo ‘clic’. Pensé ‘¿qué pasaría si mezclo las dos cosas?’ Ahí empecé a componer”
A esa composición le siguieron otras tantas: No hay nadie más, Ana Iturrama, Tan cerca y tan lejos, Concierto privado… Esta última nombra las fiestas de San Fermín que, como buen pamplonés, tanto disfruta cada julio. Entre carcajadas, desvela que muchas de sus frases surgen a raíz de conversaciones con sus padres o con sus amigos, en las que se quedan hasta las tantas de la mañana deleitándose con unas cervezas. “Hay una que dice ‘solo quiero divertirme, esa es mi pasión’. Viene de broncas que me echaba mi padre desde los cinco años”, apostilla.
UN GÉNERO “POR DEFINIR”
Hace un año, nuestro protagonista recibió una llamada: la discográfica Acqustic tenía un interesante contrato que ofrecerle. Otros jóvenes artistas y grupos como Malmö 040, Hey Kid, Íñigo Quintero o Besmaya, de quienes Jean Paul es amigo, también forman parte de la compañía, y enseguida dio el “sí”. Entonces, decidió cambiar su nombre artístico, y pasar a llamarse JP Mbongo. “Antes me tomaba la música como un hobby, escribía cuando me apetecía. Y eso era un fallo. Ahora me lo tomo muy en serio”, prosigue.
Próximamente, su idea es sacar a la luz un EP y marcharse de gira por España, con su querida Navarra como destino predilecto. Aunque su género está “todavía por definir”, su estilo se basa en la educación musical que ha heredado de sus padres, de sus amigos y de la ciudad en la que vive. “Tengo raíces africanas pero soy de Pamplona. La música negra no lo es solamente por el color de piel, influyen más cosas. También escucho blues, soul… En algunas de mis canciones se ve a un hombre cagándose en todo, y eso es precisamente el blues“, expresa tras añadir que también toca en eventos como bodas, junto a sus amigos. Lo cierto es que, para él, no hay nada que pueda compararse a la sensación de tocar en directo: “Me gusta hacer shows y ver que la gente no sale del concierto como ha entrado, sino mucho mejor. Eso es a lo que aspiro”.