Rodeada de un verde intenso, una borda de piedra se mantiene vigorosa a mil metros de altitud en Abaurrea Alta. El sol, anunciando la llegada de la primavera, deslumbra el lugar, que desprende vitalidad por cada recoveco. En la entrada, una mujer acaricia con ternura a un cabrito, que exhala suaves balidos entre sus brazos. «Beee, beee». «¡’Violín’, saluda a nuestras invitadas!», exclama Areta Lorea con una amable sonrisa.
En un principio, no imaginaba convertirse en ganadera. Pero su pasión por los animales hizo que, a sus 37 años, se lanzase a la aventura. Ahora, al son de los balidos de diecinueve cabras de Angora, coloca prendas de ropa tejidas con su propio mohair sobre una mesa. Calcetines, guantes, fulares, gorros, patucos… Lo tiene todo preparado para que su negocio despegue. Bajo el nombre de Bilobila, está lista para arropar a la Comunidad foral. Entre ovillos de todos los colores, coge aire y revela su trayectoria…
DEL PIRINEO VASCO-FRANCÉS A INGLATERRA
De niña, aunque le encantaban los animales, «no se veía» ejerciendo una profesión relacionada con estos. Todavía recuerda con cariño a su perro, con el que tantas horas pasó en la vivienda familiar, en Pamplona. Junto a él, contemplaba el campo con ojos curiosos, aunque entre carcajadas admite que, por aquel entonces, las vacas le «asustaban un poco».
Con el tiempo, aquella cría de grandes inquietudes se decantó por estudiar Ingeniería Agrónoma en la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Al finalizar la carrera, dejó atrás Pamplona y puso rumbo al Pirineo vasco-francés, a la zona de San Juan Pie de Puerto. «Conocí a algunas personas que se lanzaron a temas agrícolas y ganaderos, y empezó a seducirme la idea de hacerlo yo también», rememora.
Fue precisamente allí, durante una feria agrícola de Bayona, donde se topó por primera vez con la cabra de Angora. Fue casi un «amor a primera vista»: «No son ovejas, no tienen tanto carácter de rebaño. Es fácil crear un vínculo con cada una de ellas, son cariñosas, listas… Enseguida me gustaron». El «flechazo» con estos animales le animó a viajar a Inglaterra, donde se familiarizó con ellos. «En vez de ir a una academia a aprender inglés, me fui a una granja. Aprendí el idioma y también lo que me apasionaba», subraya.
Todavía con el runrún en la cabeza, se replanteó de nuevo instalarse como ganadera en Navarra. «Lo primero que me echaba para atrás era que yo no tenía tierras», lamenta. Pero, tras visitar varias explotaciones, el pasado mes de mayo dio el «sí» y alquiló un terreno en Abaurrea Alta, donde había nacido su padre. Eligió aquella curiosa raza de cabra que tanto había llamado su atención, acogió a diecinueve y puso nombre a todas ellas. Amante de la danza, para muchas escogió términos musicales como ‘Violín’, el cabrito que abre la portada del reportaje, o el pequeño ‘Vals’, que también exhala balidos junto a su hermano.
UN PROYECTO TEXTIL Y GANADERO
«La ganadería es un trabajo muy satisfactorio. Soy feliz con los animales», garantiza Areta mientras contempla con dulzura a sus cabras y acaricia sus mechones blancos. «Quería construir un proyecto textil y ganadero, así que creé Bilobila», detalla para acto seguido señalar que el euskera siempre ha estado muy presente en su vida. De hecho, ‘bilo’ significa ‘pelo’, y ‘bila’ significa ‘buscar’.
«Estamos acostumbrados a usar la ropa un tiempo y tirarla. Esta aguanta el uso. Son prendas que merecen el trabajo que suponen»
Las esquila dos veces al año y envía la materia prima a una asociación ganadera ubicada en Castres, que se encarga de transformar el producto en ovillos y prendas de ropa. «Próximamente, mi objetivo es tejer la ropa yo misma, de forma manual», concreta tras advertir que le gustaría disponer de un local de almacenaje y venta.
En función de la edad y la genética, las cabras generan mohair de distinta calidad. «En general, cada una produce 3,5 kilos al año. Es una fibra muy fina que da mucho calor, protege del frío y regula la humedad. No retiene olores y tiene un aspecto más brillante», recalca.
Aunque los productos «no son baratos», Areta invita al usuario a mirar más allá: «Todos nos tenemos que vestir. Estamos acostumbrados a usar la ropa un tiempo y después tirarla. Sin embargo, esta aguanta el uso. Son prendas que merecen el trabajo que suponen».
Centrada en impulsar las ventas online a través de su página web y en situar localmente su producto, se muestra emocionada con el proyecto. Además, ofrece visitas guiadas a la borda para que niños y adultos puedan conocer de cerca a sus queridos animales. Entre el verde primaveral y los brincos de sus cabras, Areta se pierde en una marea de mechones blancos y pasea rumbo a la felicidad: «Para mí, el placer más grande es mirar a los animales y estar con ellos todos los días».