Recientemente acompañé a una empresa con la que colaboro en comercialización internacional a cerrar sus indicadores anuales. Desde gerencia se exigían indicadores de crecimiento de mercado, crecimiento de clientes, de facturación, de…
Y yo, fiel a mi línea de “agitadora de mentes”, les propuse otros elementos que nos permitieran saber hacia dónde íbamos como empresa. Propuse indicadores de desarrollo de nuevos productos o servicios, de nuevos escenarios laborales dentro de la propia empresa, de nuevas maneras de relacionamiento e implicación del equipo; índices de desarrollo de nuevas vías de comunicación interna, de la eficiencia de las mismas, del desarrollo de otros canales de venta; ratios de implicación y formación del personal para que todos “vendan empresa” allí donde estén…
Me gusta mi trabajo en desarrollo de personas y organizaciones. No comparto la pasión por el crecimiento. Tengo para mí que no hay especie en la naturaleza que crezca sin límite. Toda especie tiene un tamaño y más allá de ese tamaño, deja de ser eficiente.
Todo desarrollo requiere invertir en las únicas monedas que la confianza entiende: ejemplaridad y coherencia.
Y cuando crece -o decrece- por encima de su tamaño óptimo, todo organismo debe reordenarse, reubicar sus recursos, para capear el temporal hasta poder ajustar su tamaño. Es al hacerlo cuando evoluciona.
Es en esa reorganización, en esa nueva asignación de recursos cuando se puede innovar, cuando nos abrimos a colaborar, a hacer las cosas de otro modo, cuando es posible dar luz a nuevas realidades.
Confío, porque la experiencia me ha regalado ejemplos memorables, en el potencial infinito de desarrollo tanto de personas, en su aspecto personal y profesional, como de las organizaciones.
Dentro de las organizaciones, tendemos a seguir caminos trazados. Con frecuencia hay resistencia al cambio. Desde el imperio de las ISO y la obsesión por la eficiencia, hemos tratado de borrar el error y entronado la repetitividad como mantras de la organización.
Pocos enemigos más poderosos del desarrollo que el “esto es así”, “sólo así funciona”, “no me vengas con inventos”, “no vamos a arriesgar”, o el “siempre se hace/hizo así”… (La lista sigue, pero creo que todos podríais completarla). Pocas cosas destruyen más el compromiso y las ganas de un buen profesional que los caminos trillados, el “no te pago para eso”, el “ya te diré yo cómo tienes que hacerlo”…
Todo desarrollo requiere reconocer de forma humilde y autocrítica que se pueden hacer las cosas de otro modo. Admitir, un tantito de riesgo, de posibilidad de aprendizaje en iniciativas que a lo mejor no arrojan el resultado esperado, pero que con casi toda probabilidad nos proporcionarán jugosos aprendizajes. (Ya lo dice el dicho: “a veces se gana, a veces se aprende”).
Todo desarrollo requiere la colaboración abierta y honesta de elementos que comparten su creatividad, su capacidad creadora. Dice Harari en su libro “Sapiens” que el éxito del homo sapiens radicó en su capacidad de idear escenarios que aún no existían, y en colaborar con muchos individuos alrededor de un objetivo.
LA CONFIANZA COMO FACTOR CLAVE
Todo desarrollo requiere reconocer de forma humilde y autocrítica que se pueden hacer las cosas de otro modo. Admitir, un tantito de riesgo…
Creo que éste es también la clave del éxito en el desarrollo de nuestras organizaciones. Es imprescindible idear escenarios aún inexplorados, y ponernos a trabajar codo con codo para hacerlos realidad. Nadie tiene todas las respuestas.
Si buscamos desarrollar un equipo o una organización pensando que lo sabemos todo, pretendiendo dar siempre a nuestros profesionales la receta de cómo hacer las cosas, no sólo estaremos perdiendo grandes dosis de talento y toneladas de creatividad, sino que iremos poco a poco perdiendo fuelle, deshilachando su compromiso.
El desarrollo en las organizaciones exige confianza en la capacidad de las personas que forman parte de ellas. Requiere invertir en confianza con las únicas monedas que la confianza entiende: confianza y coherencia. La coherencia de dar primero, de pedir compromiso comprometiéndonos primero, de vivir realmente los valores que decimos que sustentan nuestra organización. Y confiar en que la otra persona nos retribuirá con la misma especie.
El desarrollo de las organizaciones requiere compartir objetivos, ser abierto y franco con nosotros mismos, confiar en nuestros propios recursos y en los de nuestros compañeros, para aportar un Valor único y especial a nuestro mercado, mientras permanecemos muy atentos a lo que el mercado nos demanda. Es la única manera de no darles “siempre más de lo mismo”. Y esto, no sólo produce crecimiento, sino innovación, compromiso, ilusión y ganas.
Marta Martínez Arellano
Desarrollo de Personas y Organizaciones
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