Somos unos románticos empedernidos. Somos capaces de vivir una existencia tan anodina (del trabajo a casa y vuelta) que cualquier cosa que se salga de la rutina diaria atrapa nuestros sentidos al tiempo que despierta nuestra imaginación. Si lo miramos fríamente, no ha habido un momento en toda la historia de la Humanidad en el que mayor haya sido la demanda de grandes historias por protagonizar y experimentar como el que vivimos en estos momentos.
En este caso, la buena noticia es que uno de esos relatos lo tenemos aquí mismo, a las puertas de nuestra casa y tiene que ver con el misterio que rodea a una de esas figuras que, con el paso del tiempo, no hacen más que acrecentar su fama y poder de atracción. Hablamos de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, los caballeros templarios.
A medio camino entre la leyenda y la realidad, sus miembros constituyeron una de las órdenes militares cristianas más poderosas de toda la Edad Media. Su influencia fue de tal calibre que tuvieron entre sus principales cometidos la salvaguarda de los peregrinos ante las múltiples amenazas que les acechaban en sus rutas a Jerusalén o Santiago de Compostela e, indirectamente, la salvaguarda de algunas de las reliquias y tesoros más importantes vinculados con la existencia de aquel que era conocido como ‘el hijo del carpintero’ y que llevaba por nombre Jesús de Nazaret.
Pues bien, la tradición asegura que en la Basílica-Santuario de la Vera Cruz, en Caravaca de la Cruz (Murcia) se encuentra desde el siglo XII el ‘Lignum Crucis’ esto es, parte de la cruz utilizada en el martirio de Jesucristo y que habría llegado a ese lugar de la mano de nuestros protagonistas.
El primer y gran atractivo con el que parte el Camino de la Vera Cruz, por lo tanto, es que estamos ante una auténtica ruta templaria. Así, partiendo desde San Juan de Pie de Puerto, nos podemos imaginar con nuestro yelmo y nuestras túnicas blancas marcadas con esa gran cruz roja templaria que siempre hemos deseado vestir mientras compartimos con el Camino de Santiago el mismo recorrido hasta que en Puente La Reina nos desviamos para seguir por Artajona, Larraga, Castejón y Tudela (entre otras localidades navarras) para continuar por los antiguos dominios de los reinos de Aragón (Zaragoza y Teruel) y Castilla (Cuenca), Valencia, Albacete y desembocar en la región de Murcia, meta final de una ruta que ronda los 870 kilómetros de distancia.
Dicha distancia la podemos hacer de muchas formas. Los expertos aseguran que la mejor es a pie, pero no se puede descartar la posibilidad del caballo o la bicicleta puesto que se trata de paisajes que invitan a disfrutar al máximo de nuestro contacto con la naturaleza. Por cierto, quienes puedan sentir cierto reparo a la hora de afrontar la aventura, la ruta está bien marcada y referenciada desde hace años, con lo que perderse no es una posibilidad.
No obstante, dejando de un lado la parte más ‘deportiva’, la realidad es que el Camino de la Vera Cruz se completa con una de las ofertas históricas, gastronómicas y culturales más ricas que uno pueda encontrar. Empezando en Navarra, ¿quién puede renunciar a disfrutar del mítico Cerco de Artajona y su innovador sistema de recogida de aguas? ¿Quién puede escaparse de las tentadoras oportunidades gastronómicas que ofrece la rica huerta de Tudela? O, si nos fijamos más adelante del camino, ¿nos podríamos atrever a rechazar ese merecido descanso con una buena charla aderezada con una ración de jamón de Teruel o esa copita de vino de La Mancha?
Mención aparte, por supuesto, merece el destino final de nuestra travesía. Caravaca de la Cruz es la quinta ciudad santa de la cristiandad, tras Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana. Su visita, aparte de garantizarnos cada siete años la indulgencia papal, nos permitirá disfrutar de la enorme riqueza patrimonial y paisajística que solo puede poseer este enclave estratégico situado en el noroeste de la región de Murcia. Así, a la ya mencionada Basílica del Real Alcázar de la Vera Cruz, habría que unir pequeños tesoros como las rutas por otras parroquias que pueblan el centro de la localidad o, ya en su exterior, las Fuentes del Marqués o la Ermita de la Reja. De la primera, diremos que es un lugar natural que te sorprenderá por su belleza paradisiaca y colorida que se torna diferente en cada estación del año.
Mientras que de la Ermita de la Reja, situada en la parte mas recóndita y menos conocida de Caravaca, tendrás una de las mejores instantáneas de la ciudad. Un escenario ideal para concluir reflexionando en torno a la filosofía de vida que ofrece ese mítico lema templario que asegura: “Haz lo que puedas… Con lo que tengas y en donde estés… Pero siempre llévanos a la Gloria”.