Todos los fines de semana, Humberto Espinosa solía reunirse con sus primos en casa de su abuela. Risueños, correteaban por los pasillos a toda velocidad, ideando constantemente algún juego nuevo o alguna «trastada». En el salón, dos canarios de colores canturreaban armonías al son de melódicos pío pío, acaparando toda la atención de los niños, que los observaban como grandes «fans».
Bogotá fue el lugar donde nació y creció. La nostalgia al mencionar su tierra se refleja en su mirada. «Mi infancia fue muy feliz», atestigua con ternura. A los trece años, una curiosa afición, que todavía hoy mantiene viva, comenzó a provocarle una profunda curiosidad. Sentado en el sofá frente a la televisión, solía admirar una y otra vez películas de artes marciales. Absorto, contemplaba asombrado a Jackie Chan realizando movimientos secos y concisos con el cuerpo. Y, después de visualizar Karate Kid, le «picó el gusanillo». «A veces, en casa, jugábamos a pegar a las almohadas. Más tarde, me apunté a clases», rememora con una sonrisa de oreja a oreja.
Nuestro protagonista realizó varios test en el colegio para escoger una carrera universitaria. Los resultados sugerían que, tal vez, la opción más pertinente fuese el ámbito de la ingeniería. Pero Humberto hizo caso omiso y se decantó por estudiar Negocios Internacionales en la Universidad de La Sabana. A sus cuarenta años, no puede evitar sonreír: aquella etapa fue «maravillosa». De hecho, incluso se encargó de crear un equipo universitario de kárate. «Normalmente, los monitores de las actividades solían ser profesores. Cuando todos los monitores nos teníamos que reunir era interesante porque yo era el único alumno», ríe.
LA LLEGADA «APOTEÓSICA» A PAMPLONA
Al finalizar la carrera, se decantó por ampliar su formación con un MBA en Administración y Finanzas. Las dudas llegaron al escoger el destino donde hacerlo: «Mis amigos querían irse a Australia, pero rechacé la oportunidad. En su lugar, escogí España». Y así, casi sin conocer la existencia de Pamplona, aterrizó en la capital navarra.
Recuerda su llegada a la Comunidad foral como «apoteósica». Después de pasar unos días en Madrid, se subió a un autobús y aterrizó en la estación de Yanguas y Miranda. Era la hora de comer y la calle estaba completamente desierta. «¿Me habré equivocado de parada?», pensó. Miró a un lado y a otro. No veía ni personas paseando, ni coches circulando. «Venía de Bogotá, donde somos millones y millones de habitantes. Me sentí como en el desierto», rememora entre carcajadas.
«¡Había escuchado hablar sobre gente loca que corre delante de una manada de toros, pero no sabía que eso pasaba precisamente aquí!»
Poco a poco, descubrió las comodidades que aúna una ciudad pequeña. Tenerlo todo a diez minutos, poder ir a pie a cualquier parte… Vamos, que se dejó sorprender por el encanto de Pamplona. Aunque, si algo realmente le sorprendió, fueron los Sanfermines: «¡Había escuchado hablar sobre gente loca que corre delante de una manada de toros, pero no sabía que eso pasaba precisamente aquí!».
Al terminar sus estudios, realizó prácticas en la firma navarra Fude. Allí, se encargó de coordinar información para el desarrollo de proyectos entre la delegación de España y la de China. Cuando la etapa como becario llegó a su fin, la compañía le ofreció permanecer como consultor júnior y, tras sopesarlo, dio el «sí». «Mi intención era regresar a Bogotá cuando terminase el MBA, pero decidí quedarme. Sentía que aquí lo tenía todo», suspira.
CONOCER EL SECTOR VITIVINÍCOLA
Más tarde fichó por Bodegas Vega del Castillo como Export manager. La firma necesitaba un profesional que liderase el ámbito de la exportación, y apostó por Humberto. En un principio, se encargó de la zona de Asia y América y, más tarde, también de Europa. «Lo más gracioso de todo esto es que yo no tenía ni idea de vinos cuando entré», reconoce sincero.

Antes de aterrizar en Compresores Redín, Humberto desarrolló su trayectoria profesional en Fude y Bodegas Vega del Castillo.
Con el tiempo, acudió a varias ferias vitivinícolas. Profesionales de aquí y de allá le ofrecían copas de vino para que descubriese diferentes olores y sabores. Humberto aproximaba la nariz y, despacio, respiraba. «Huele a maracuyá y a guanábana», llegó a responder ante la mirada extrañada de quienes lo rodeaban. Hoy recuerda aquella etapa con especial cariño, pues pasó más de cuatro años potenciando sus sentidos del gusto y del olfato y aprendiendo «muchísimo de un sector precioso».
Entonces se topó con Compresores Redín, compañía navarra especializada en el suministro y mantenimiento de sistemas de aire comprimido y refrigeración industrial. Y, de nuevo, cambió de rumbo. «Buscaban un comercial para la zona de la Ribera, y enseguida acepté», narra justo antes de remarcar que, al poco tiempo de comenzar a trabajar en la empresa, sufrió un accidente haciendo kárate que le impedía moverse demasiado: «Me rompí el ligamento cruzado con un salto. Aun así, en Compresores Redín apostaron por mí. Y siempre me he sentido muy agradecido por ello».
Poco a poco fue adquiriendo más responsabilidades hasta convertirse en director comercial de la firma y, hace ocho años, en director de Operaciones. Un cargo que desde 2023 compagina con la Gerencia: «Estoy encantado de estar aquí, en Compresores Redín, creciendo personal y profesionalmente».
CRECER MÁS DE UN 18 % EN FACTURACIÓN
Automoción, alimentación, empresas siderúrgicas… Lo cierto es que el aire comprimido se utiliza en diferentes industrias. Cuando acudes al dentista y te sientas ese característico sillón inclinado, a la espera de que el experto analice tus dientes, algunos de sus artilugios necesitan aire comprimido. «Por ejemplo, ese aparato que sopla con fuerza utiliza nuestro producto», apunta Humberto antes de concretar que las ruedas de un vehículo también se hinchan con sistemas de aire comprimido.
En concreto, Compresores Redín se encarga de la venta, el alquiler y el mantenimiento de esos sistemas de aire comprimido. Su sede, ubicada en Berriozar, contiene una curiosa «reliquia» que Humberto enseguida nos descubre. «Este es el sistema más antiguo que tenemos», desvela al mostrarnos un llamativo artefacto de hierro, colocado en un rincón. Intrigados, contemplamos de cerca su superficie, en busca de su fecha de fabricación: 1915. «Mira, si os fijáis, tiene ahí, en pequeñito, una esvástica. Sería de algún cliente. Si se le hace una buena limpieza, seguro que todavía funciona».

Humberto Espinosa combina los cargos de director de Operaciones y gerente en Compresores Redín.
Fundada en 1937, la compañía navarra ya acumula 87 años de trayectoria. Presente en los mercados de Navarra, País Vasco y Cantabria, el pasado abril anunció un acuerdo de colaboración con Worthington Creyssensac, uno de los principales fabricantes de aire comprimido a nivel mundial. Con esta alianza, Compresores Redín prevé «expandir su área de actuación» y aumentar su facturación hasta un 18 % anual: «De hecho, cerraremos 2024 un poco por encima de ese 18 % que habíamos planteado inicialmente. Worthington Creyssensac tiene un equipo muy bueno y nuestras sinergias funcionan».
«Cerraremos 2024 por encima de ese 18 % que habíamos planteado inicialmente. Worthington Creyssensac tiene un equipo muy bueno y nuestras sinergias funcionan»
Con más de 1.500 clientes al año, la firma navarra suministra cinco tipos distintos de compresores: lubricados de tornillo, lubricados de pistón, oil free de tornillo, oil free de pistón y oil free centrífugo. La diferencia entre ellos se basa en el uso. «Los compresores de pistón, por ejemplo, se utilizan para poco consumo. Si quieres darle un uso más continuo, tendrías que usar un compresor de tornillo», detalla.
Los filtros, agrega acto seguido, son claves en los sistemas de aire comprimido. «Estos sistemas actúan como un aspirador gigante que absorbe aire. Pero ese aire contiene impurezas. Para nosotros es muy importante garantizar la calidad del aire que suministramos», matiza justo antes de mencionar su gama de enfriadoras industriales. Por ejemplo, la industria agroalimentaria y el sector biosanitario utilizan estos dispositivos, que extraen el calor del agua y reducen su temperatura para proteger un producto.
Ilusionado tras desgranar el recorrido de Compresores Redín, nuestro protagonista desvela que, para llevar las riendas de una empresa, resulta fundamental encontrar un «ratito de paz». Por eso, el kárate sigue siendo su mayor aliado. «Empecé de niño y, desde entonces, no he parado. Soy cinturón negro», expresa risueño. De hecho, su hija Carla, de cinco años, ha heredado también la pasión por las artes marciales. En muchas ocasiones, incluso acuden a clase juntos: «Las risas están aseguradas. ¡No sé quién es más terremoto de los dos!».