Hablamos de Julián Lara Vella, quien explica que “tal y como reza en la leyenda que tenemos al inicio de la carta, ‘El Cocinillas’ y sus platos son un guiño a la familia, a mi infancia… los aromas de cocina, el gusto por la gastronomía y la mezcla de sabores italianos, morunos, franceses, españoles… son los recuerdos de la abuela, mis recuerdos de Memé»
Situado desde 2010, año redondo, en la calle San Joaquín del emblemático barrio madrileño de Malasaña, en El Cocinillas se puede disfrutar desde los platos de claro origen italiano como la burrata atemperada con gambones al ajillo, o las flores de calabacín rellenas de calabaza y escamorza, hasta un aún de almadraba encebollado, o un ‘tagine’ de pollo con limón confitado y aceitunas, plato de origen marroquí que tan bien sabe preparar Lara.
Y es que en su caso el origen familiar es el que imprime el carácter de su restaurante. “Este es el origen y el impulso, es la base”, asegura Julián Lara, quien añade: “en mi familia la cocina es y ha sido muy importante. Es un lenguaje, es una unión. Y es lo que intento transmitir”.
Lara ha vivido en una mezcla de culturas que ha enriquecido su propuesta culinaria, que como él explica viene del origen de su familia materna: sicilianos que emigran a Casablanca (Marruecos) y finalmente se establecen en la Costa del Sol. “La primera pizzería que hubo en el Marbella de los sesenta era de mi abuelo”, indica con orgullo. “De ahí nuestro contacto con la hostelería”.
DE LOS INTERIORES A LOS FOGONES
Sin embargo, su primera opción, aunque resulte sorprendente, no fue la cocina y ‘rompe’ con esa tradición familiar. “Yo me vengo a estudiar a Madrid en el 99 Arquitectura de Interiores y después de algún Master, practicas, trabajos… me doy cuenta de que quiero hacer algo”, relata. Y es cuando aflora su auténtica vocación y pasión. “Y ese ‘cocinillas’ que siempre he llevado dentro se materializa en la calle San Joaquín. Y aquí es donde trabajamos por trasladar nuestra pasión por la cocina a nuestros clientes”.
En ‘El Cocinillas’, a una carta de platos fusión cuidada con mimo, le acompaña una decoración cálida protagonizada por el color blanco y los muebles de anticuario restaurados, que crea una atmósfera perfecta para una comida de pareja, amigos o familia. No en vano estamos hablando de un decorador de interiores seducido finalmente por la cocina.
¿Y los postres? A los más golosos os hemos dejado con la curiosidad. ¿Qué tal una mousse de tiramisú con suspiro de café helado, o unos pancakes de dulce de leche, nutella y helado de vainilla, o…? La elección la dejamos al gusto del comensal. Eso sí, nos permitimos una recomendación: reservar.