Dicen quienes lo conocieron que nuestro protagonista siempre estuvo en constante evolución. Que tuvo el empeño de entender todos los procesos necesarios para elaborar el mejor proyecto posible de acuerdo con las condiciones del lugar, las dimensiones, etc. Francisco Javier Sáenz de Oíza, del que celebramos el centenario de su nacimiento, practicaba la austeridad (ahora los modernos lo llamarían ‘optimización’) tanto en su vida como en sus obras. Así, o usaba los materiales que tenía más a mano combinándolos de la mejor forma posible o, también, su genio le llevaba a transformar edificios para aprovecharlos al máximo. Vamos, que para sus brillantes ideas todo le servía y de todo se aprovechaba.
Ahora, el Museo ICO en su exposicion ‘Sáenz de Oíza. Artes y Oficios’ quiere recorrer el lado más íntimo y personal del que fuera Premio Nacional de Arquitectura en 1945, apenas un año después de haber terminado su carrera. Para ello, plantea al visitante cinco espacios compuestos en su mayoría por piezas inéditas en las que se quiere reflejar los cinco estados de conocimiento del que, en 1993, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, uno de los más prestigiosos de nuestro país.
En nuestra vista al mundo personal del maestro nacido en Cáseda en la que disfrutaremos de un completo repertorio de planos, cuadros, esculturas, maquetas, cerámicas y objetos de muy diversa índole, la primera parada que nos recibe, justo a la entrada del museo, lleva por título ‘El Oficio de Aprender / El arte de Enseñar‘. Aquí, una miscelánea de objetos y piezas nos ayudan a comprender sus orígenes y los primeros pasos en su aventura americana y en la Universidad donde fue catedrático y director de la Escuela de Arquitectura. Fruto de esta primera época llegan las primeras construcciones: las Escuelas de Batán, en Madrid; la Facultad de Ciencias, en Córdoba o; el posterior e imprescindible campus de Arrosadía de la Universidad Pública de Navarra.
Todo ello surgido a partir de su propia creatividad y de sus magníficas maquetas de madera, corcho o cartulina que ahora también podemos contemplar y que le llevaron a definirse como “un hombre de segueta“, en referencia a esa pequeña sierra que se suele usar para realizar trabajos de marquetería de la que nuestro Sáinz de Oíza era un consumado y extraordinario especialista.
‘El Oficio de habitar / El arte de Construir‘ es el segundo espacio de la exposición y en él todo gira en torno a las ideas que el autor tenía sobre el concepto ‘Casa’. Efectivamente, para Sáenz de Oíza estamos hablando de algo mucho más importante que un simple inmueble donde vivir. Hablamos de intimidad y de confort. Tal y como él mismo decía: “La casa es el habitáculo para dormir de un hombre que produce, trabaja, vive y se relaciona con lo que le rodea. La significación del contenedor queda en un segundo nivel”.
Todas esas propuestas quedan reflejadas en los inmuebles proyectados y construidos por encargo como la de Lucas Prieto (Talavera de la Reina, 1960), la de Arturo Echevarría en la urbanización La Florida (Madrid, 1972), Villa Fabriciano en Torrelodones (Madrid, 1987) o las viviendas sociales que desarrolló en la capital de España a mediados del siglo pasado y cuyos bocetos forman ahora parte de la retrospectiva organizada por el Museo ICO.
Probablemente, la tercera estación de nuestra visita sea la más intimista y la que mejor retrata la vertiente más espiritual de Oíza con la construcción. Llegamos a la parte titulada ‘El oficio del alma / El arte de evocar‘ donde nos detenemos en la colaboración establecida con otro ‘gigante’ como fue Jorge Oteiza en la ampliación de la Basílica de Aránzazu. Aquí la retrospectiva gana en interés puesto que lo que hasta ahora era solo arquitectura se enriquece con otras disciplinas que dotan a la exposición de un carácter integrador del que ya no podremos despegarnos hasta el final de nuestra visita.
Así, por ejemplo, con el cuarto espacio ‘El oficio de creer / El arte del mecenazgo‘ llegamos a los años 60 y 70, una etapa de enorme creatividad explosiva que quedó reflejada en el edificio madrileño de Torres Blancas, sin duda, el más emblemático y el que mejor resume toda su trayectoria artística. En ese momento su actividad se acelera de forma exponencial gracias a la colaboración con artistas de la talla de Palazuelo o Sistiaga y al apoyo y la protección que le proporcionan los Huarte, su principal mecenas y valedor en esa época.
La muestra en el Museo ICO se completa con ‘El oficio de Competir / El arte de Representar‘ donde aparecen las propuestas e ideas presentadas en los diferentes concursos arquitectónicos a los que concurrió porque eran abiertos o, en su caso, porque le invitaban a que participara. Sus proyectos vinculados al Palacio de Festivales de Santander, el Centro Atlántico de Arte Moderno CAAM de Las Palmas de Gran Canaria o la torre del Banco de Bilbao, en Madrid, entre otros, son el eje conductor principal de esta última parte dedicada a la figura de Francisco Javier Sáenz de Oíza. Un genio, pero por encima de todo un hombre que nos legó para la eternidad sentencias como aquella en la que afirmó tajante que: “Sin libertad no hay obra de arte” y que reflejan perfectamente el espíritu y la idiosincrasia del genio creador que merecía una retrospectiva como la que podemos disfrutar hasta el 26 de abril en la calle Zorrilla, número 3, de Madrid. Si pueden, ¡no se la pierdan!