Volver a Valladolid es volver a visitar a ese viejo amigo con el que has compartido cientos de aventuras y recuerdos a lo largo de tu vida. Es sentir de nuevo la historia de esta vieja villa castellana, pero también la gastronomía del lechazo. Incluso la música del mítico ’20 de abril del 90′ de los Celtas Cortos, que más de una vez bailamos en nuestras noches de bares y fiesta. También ese sol de invierno en una de las terrazas de la plaza Mayor, acompañado de una copa de Rueda; la Semana Santa y su Sermón de las Siete Palabras; o esas tardes de rivalidad futbolera blanquivioleta en un estadio con fama de provocar pasmos y pulmonías.
Todo eso y más es nuestra querida Valladolid, protagonista involuntaria de nuestra historia. Por eso es de justicia volver la vista hacia ella en este 2020 y dirigir nuestros pasos al encuentro de este viejo amigo, hoy en plena celebración del año Miguel Delibes. Efectivamente, su hijo predilecto, maestro con mayúsculas de periodistas y de la lengua castellana o española, conmemora el centenario de su nacimiento y una década desde que nos dejó huérfanos de palabras y de historias.
Por ese motivo, su fundación ha promovido un amplio programa de actividades, que van desde la lectura de sus obras hasta teatro y una pequeña ópera pasando por exposiciones, congresos, homenajes, reediciones, audiolibros, conciertos, ficciones radiofónicas y cómics. La celebración desbordará la propia Valladolid y tendrá eco internacional. Porque todo es poco para lo que se merece este gigante inmortal, autor de obras que siempre nos acompañarán como ‘El príncipe destronado‘ o ‘Cinco horas con Mario‘.
Sin embargo, en nuestro particular homenaje nos hemos permitido la osadía (si nos lo permite el maestro) de ponernos en sus zapatos para recorrer una vez más su ciudad natal, Valladolid, y recrear con él algunos de sus espacios e historias más importantes.
Como si fuera una máquina del tiempo, vemos protagonistas de otra de sus imprescindibles obras, ‘El hereje’ (Premio Nacional de Narrativa), para recorrer la Valladolid del siglo XVI, capital del imperio en el que no se ponía el sol bajo el reinado de Felipe II y escenario de los autos sacramentales que inspiraron a nuestro eterno colega de ‘El Norte de Castilla‘.
Todos los sábados, a partir de las seis de la tarde, nos adentramos en el Valladolid de la corte, de la mano de Cipriano Salcedo. Vino al mundo en 1517 cerca de la plaza de San Pablo, epicentro de la vida política en la época.
En los alrededores, Delibes representa el mundo de los letrados -a través de Ignacio Salcedo, oidor de la Real Chancillería como nos recuerda una placa en el palacio del Licenciado Butrón, ubicado en la plaza de las Brígidas- y de los nobles y ricos comerciantes -en la plaza de Fabio Nelli-.
Encontramos la siguiente parada obligatoria en la plaza de la Trinidad. El texto nos indica que allí se encontró en su día el Hospicio de la ciudad, institución que en el siglo XVI estaba a cargo de la Cofradía de San José de los Niños Expósitos y lugar donde estudiaba Cipriano Salcedo. Muy cerca se encontraba la Judería de Valladolid, donde los Salcedo instalaron su almacén de lanas, un negocio de exportación que determinó su prosperidad económica y su contacto con las corrientes luteranas que venían de Flandes.
Convertido en hereje, Cipriano se erige en discípulo de un personaje histórico, el doctor Cazalla. Sin dejar la antigua judería, encontramos el convento Santa Catalina de las monjas dominicas, implicadas en el proceso contra este predicador; o la capilla de los Condes de Fuensaldaña, hoy parte del Museo Patio Herreriano, donde se enterró a su madre, doña Leonor Vivero. En la actual calle del Doctor Cazalla estuvo la casa de doña Leonor, epicentro de las reuniones clandestinas que organizaba su hijo.
La última etapa de la novela aborda los grandes autos de fe, fiel a su acontecer histórico. Los condenados acudían a la ceremonia, celebrada como un festejo más, en la plaza del Mercado, hoy plaza Mayor. Iban vestidos con corozas en la cabeza y sambenitos en el pecho.
Al finalizar, los reos penitenciados volvían a la cárcel y los demás eran montados en borriquillas y llevados, a través de la calle Santiago, –hacemos un alto en su iglesia, donde el doctor Cazalla predicaba cada viernes- al ‘quemadero de la villa’ (plaza Zorrilla), a las afueras de la ciudad. Allí se enfrentaban al garrote vil o, incluso, a ser quemados vivos. Al acabar el macabro acto, se recogían las cenizas y se aventaban, queriendo borrar así todo rastro de aquellos a los que la Inquisición había condenado.
Con esta ruta ‘hereje’, Valladolid mantiene viva la memoria inmortal de Miguel Delibes. De ahí que también sea recomendable desviarse del recorrido y acercarse en señal de homenaje hasta su casa natal, en el número 12 de la calle de Acera de Recoletos. Allí luce orgullosa una placa que representa un membrillo y recuerda una de sus frases, fenomenal epílogo para nuestro relato de hoy: «Soy un árbol, que crece donde lo plantan». ¡Feliz aniversario, maestro!