Artieda, una localidad situada a siete kilómetros de Lumbier en dirección a Aoiz, cuenta con un edificio cuyas proporciones destacan en un pueblo tan pequeño. Levantado hacia 1920, primero fue un colegio de los agustinos y, tras un intento fallido de convertirlo en una residencia geriátrica, en 2002 se transformó en un hotel y spa que incluso disponía de un pequeño campo de golf. El establecimiento cerró sus puertas seis años después y, desde 2013, acoge la ecoaldea Arterra Bizimodu, una comunidad integrada por un grupo de personas que alquilaron el edificio con derecho a compra y lo acondicionaron para hacer realidad su proyecto de una sociedad más sostenible y solidaria.

El número de personas que forman parte de la ecoaldea es variable. En estos momentos son una treintena, cinco de ellos menores, a los que hay que sumar los voluntarios, habitualmente entre diez y doce. Unas cifras considerables si se tiene en cuenta que el resto de censados en Artieda son 50 y que no todos viven en sus casas.

En la huerta también trabajan voluntarios adscritos al programa Erasmus Plus.

En la huerta también trabajan voluntarios adscritos al programa Erasmus Plus.

Además, suponen un alivio para la comarca que más sufre la despoblación en toda Navarra. En concreto, es uno de los nueve nueve núcleos de población de Urraúl Bajo, que en 1940 sumaban 1.004 habitantes y hoy 305. No le va mejor a su vecino Urraúl Alto, que en sus diecisiete núcleos ya solo contabiliza 144, cuando en 1940 contaba con 688.

Arterra Bizimodu, que funciona con la fórmula del cohousing, llegó después de otros proyectos como el de la comunidad de Lakabe, que fue la pionera. En la ecoaldea de Artieda, cada unidad familiar cuenta con su apartamento y tiene espacios y servicios comunes que gestionan entre todas. Cada una posee también su propio trabajo y abona el alojamiento a Arterra Bizimodu, ingresos que junto a los procedentes de los talleres y cursos que imparten sirven para pagar el alquiler del edificio y los gastos comunes. Conviven un ascensorista, el editor de una revista (Ecohabitar); la encargada de la oficina central de la Red Europea de Ecoaldeas (GEN), que tiene aquí su sede; personas que trabajan online; o un agricultor que cultiva con métodos estrictamente ecológicos los terrenos sobre los que, en su día, se extendía el campo de golf del hotel.

Adrián Areta: “El sector primario está muy envejecido, en Holanda hay gente joven que se dedica a la agricultura ecológica”.

El agricultor es Adrián Areta, un donostiarra e hijo de pamploneses, que acaba de cumplir 35 años y que ha puesto en marcha el proyecto Baratzan Blai. Lo define como “un modelo de asociación entre agricultores y consumidores”. “Además de producir alimentos locales y de temporada, el objetivo principal es crear comunidad alrededor de esta huerta”, precisa. Sus cultivos abastecen a Arterra Bizimodu y a quienes, previa suscripción, reciben una cesta de verduras en su domicilio cada dos semanas. Por el momento, las distribuye en Pamplona y en la capital guipuzcoana. En ese marco de formar una comunidad, “existe la posibilidad de cosechar las verduras en la propia huerta por un precio más reducido” y cualquiera puede visitarles para conocer y aprender cómo se producen los alimentos y “disfrutar de un día en el campo”.

Las verduras, que se cultivan con estrictos métodos ecológicos, se abonan con estiércol de caballo.

Las verduras que se cultivan en la huerta abastecen la cocina de Arterra Bizimodu.

Areta es ingeniero agrónomo por la UPNA y se trasladó a Holanda con una beca Erasmus. Allí hizo un máster en agricultura ecológica y trabajo dos años en una granja con 100 hectáreas de terrenos de cultivos ecológicos. “Aprendí mucho, tenía formación técnica pero poca práctica y trabajar en el campo fue como una revelación“, asegura a Navarra Capital. Al comparar los sectores primarios dice que el navarro, y por extensión el español, “está muy envejecido“. “En el holandés hay más gente joven que se dedica, sobre todo, a la producción ecológica”, sostiene. En 2015 regresó con su compañera holandesa, Fanny Van Hal, que se había hecho cargo de la oficina central de la GEN, y ambos se integraron en Arterra Bizimodu.

“Había unas huertas que la gente de la comunidad cultivaba en su tiempo libre. Y, como yo me quería dedicar a eso, les hice una propuesta económica que fue aceptada. Me cedieron los 3.000 metros cuadrados que, más o menos, ocupaba el campo de golf”, indica Areta al tiempo que lamenta cómo la tierra fue molida y apisonada para eliminar cualquier irregularidad en el césped, lo que dificulta su posterior uso agrícola.

Anteriormente, el edificio albergó un hotel y un colegio de los agustinos.

Anteriormente, el edificio de la ecoaldea albergó un hotel y un colegio de los agustinos.

Comenzó poco a poco, ha ido amortizando la inversión “y todo ha ido creciendo sin necesidad de créditos, reinvirtiendo“. Dispone de un pequeño invernadero donde ha instalado viveros de diversas plantas y ha plantado diferentes variedades de tomate, pepinos, calabacines, pimientos… Las abonará con estiércol de caballo y protegerá de las plagas sin usar productos químicos. “Aunque la producción es equiparable a la ecológica no tengo la certificación, voy a solicitarla sobre todo porque vemos interesante poder acceder a tiendas de productos ecológicos y para eso necesitaría el certificado”.

“Estoy tramitando la certificación ecológica porque veo interesante acceder a tiendas especializadas”.

El reparto de cestas es quincenal y se realiza de junio a diciembre, cuando hay cosecha. Los suscriptores pagan la cuota que eligen a partir de unos límites máximo y mínimo: “El concepto es el de la economía solidaria. Quienes más pueden aportar compensan a los que no pueden tanto”. Además de Areta, trabajan en la huerta voluntarios adscritos al programa Erasmus Plus, jóvenes de 18 a 20 años de cualquier país europeo con motivación e interés hacia la agricultura ecológica.

En invierno, cuando no hay tanto trabajo en la huerta, produce cerveza -con los residuos de su elaboración se generan biogás y biofertilizantes-. Y, durante todo el año, colabora en las tareas comunes de Arterra Bizimodu, que incluyen la organización de las actividades, cursos y talleres que imparten o el mantenimiento del edificio. A la vista de experiencias que han precisado años de obras, con el consiguiente retraso en la puesta en marcha del proyecto, la comunidad optó por un alojamiento que no necesitara ser reconstruido o, al menos, que no precisara de una rehabilitación costosa.

Los integrantes de la ecoaldea, según detalla Areta, están tramitando la compra del inmueble.

Los integrantes de la ecoaldea, según detalla Areta, están tramitando la compra del inmueble.

Ahora, sus integrantes están tramitando la compra al propietario, el promotor del hotel, al tiempo que negocian su financiación con entidades de banca ética. Una y otra gestión “van por buen camino”, apunta Areta, quien se congratula por la buena convivencia con los vecinos de Artieda y destaca la efectiva contribución de las ecoaldeas y otras iniciativas similares en la difícil tarea de evitar la despoblación rural.