El viento, el sol, el agua y la biomasa produjeron el año pasado el 44 % de la demanda de electricidad en España. Sin emitir un solo gramo de CO2, ese gas de efecto invernadero que produce cambio climático. El otro 56 % salió de centrales nucleares que utilizan uranio enriquecido y de centrales térmicas que queman carbón, derivados del petróleo o gas natural. Combustibles fósiles todos de precio volátil y cuya quema produce…sí… gases de efecto invernadero, ergo calentamiento global.
Los científicos de todo el mundo llevan décadas alertando sobre el grave problema que el cambio climático supone para la humanidad: incremento del nivel del mar (el calentamiento está dilatando el agua de los océanos, con su correspondiente impacto sobre la primera línea de playa), derretimiento de los glaciares alpinos (con impactos sobre la biodiversidad de ecosistemas que son muy frágiles y riesgo de graves inundaciones laderas abajo), merma de los casquetes polares (con sus correspondientes impactos ecosistémicos) e incremento de los fenómenos meteorológicos extremos (incendios en Siberia). Fenómenos que son cada vez más frecuentes (el Atlántico Norte ha vivido en 2020 la mayor cantidad de huracanes jamás registrada en esa zona en una temporada) y cada vez más violentos (54,4ºC de temperatura el último 16 de agosto en California, la más alta nunca antes registrada).
La generación de energía es la principal fuente de emisiones de CO2, y las fuentes limpias –renovables-, la gran vacuna contra el cambio climático. Eso ya lo sabe todo el mundo y, a estas alturas, solo los más fanáticos de entre los negacionistas miran a otro lado.
“El cambio se está acelerando en algunos territorios hasta alcanzar velocidades de vértigo”.
Sí, el consenso ya es global en lo que se refiere a que hay que sustituir las fuentes sucias de electricidad (la nuclear de residuos milenarios y los precursores del CO2: el carbón, el petróleo y el gas natural) por kilovatios verdes, por energía eléctrica generada con el viento, con el sol, con el agua.
Las naciones más avanzadas del mundo llevan un par de décadas ejecutando esa transición: la que nos ha de sacar de las minas de uranio y los pozos de crudo para conducirnos al aire libre de las renovables. Y el cambio se está acelerando en algunos territorios hasta alcanzar velocidades de vértigo. Europa se ha propuesto, con un gran Pacto Verde (el denominado ‘Green Deal’) liderar esa carrera. Y España es ahora mismo, junto a Alemania y Reino Unido, el buque insignia de esa flota de naciones UE que quiere encabezar la transición. Lo estamos haciendo: promoviendo como nunca antes el autoconsumo por doquier e impulsando el despliegue de grandes parques eólicos y fotovoltaicos en muchos eriales y solares de la España vaciada. Pero están empezando a surgir tensiones.
Colectivos sociales y organizaciones ecologistas alertan: “Queremos renovables, sí, pero responsables; hay que conciliar la transición energética con la conservación de la naturaleza”. La Administración está en el ojo del huracán, criticada por unos (por no agilizar lo suficiente las tramitaciones administrativas de las nuevas instalaciones); criticada por otros (por no ser lo suficientemente garantista – conservacionista).
Ecologistas en Acción acaba de publicar un documento en el que propone un orden de prioridad para la ubicación de los nuevos parques eólicos y solares que, según esta ONG, deben ser instalados (siempre lógicamente que haya recurso) primero en suelo urbano o industrial consolidado; (2º) en suelo urbanizable (urbano o industrial), sin valores ambientales relevantes; (3º) en zonas de suelo rústico o no urbanizable afectadas por actividades mineras y extractivas, vertederos u otros usos intensivos del terreno… Y así, hasta diez categorías. Sí es posible -sostienen- continuar desplegando potencia renovable sin mermar el patrimonio natural. Y no es posible ejecutar la transición a la velocidad que demanda la urgencia climática
-alertan otros- colocando solo placas solares sobre los tejados de las casas de la urbanizaciones de las periferias urbanas.
“La tecnología está. Barata. Disponible. Y las soluciones, también”.
Hace falta más potencia limpia y más deprisa. Porque el cambio climático ya está aquí, y aquí va seguir estando durante décadas. Lo único que podemos hacer ahora es frenar su creciente inercia. Naciones Unidas señala esta década (2020-2030) como la ventana de oportunidad que tenemos para ello. La gran industria, las ciudades, sus formidables cinturones metropolitanos y el vehículo eléctrico que viene van a necesitar mucha energía. Y hay que producirla. Ya. Limpia. La tecnología está. Barata. Disponible. Y las soluciones, también.
Hay consenso en que la vacuna del cambio climático son las renovables y hay ganas de buscar soluciones. Las hay en la administración, las hay en la empresa y las hay en la sociedad civil (ahí están los ejemplos). No siempre va a ser fácil. Y habrá tensiones. Pero, si hay voluntad, sí se puede. Lo que hace falta es eso: valentía y voluntad. En empresas que deben ser socialmente responsables, en administraciones que también deben velar por el interés general y en una sociedad civil que debe estar a la altura del reto al que se enfrenta. Sí, valor y voluntad para escuchar al otro. Para encontrar juntos la ruta, los caminos, que nos han de conducir -porque así lo demanda la urgencia climática- del 44 % en el que estamos al 100 % necesario, cada vez más necesario.
Antonio Barrero
Redactor jefe de la revista ‘Energías Renovables’