sábado, 20 abril 2024

Érase una vez… Joseba de Echarri

¿Qué tienen en común la persona que atiende un quiosco de helados, un escritor de cuentos infantiles que recorre los colegios, el batería de un grupo musical, un vendedor callejero de castañas o el responsable de una empresa de cerramientos para terrazas y porches que crece exponencialmente? Si ha pensado que nada, se equivoca. Porque Joseba de Echarri ha sido o es todo eso, e incluso más cosas. Ahora dirige un negocio que no deja de crecer y ya piensa en el momento no lejano en el que lo relevará su hija.


Pamplona - 2 abril, 2022 - 00:02

Joseba de Echarri es un empresario de éxito, al que muchos conocen por su puesto de castañas. (Fotos: Ana Osés)

Joseba de Echarri es el director general de Proyectos Echarri, una de las empresas navarras que experimenta un mayor crecimiento en los últimos años y cuya actividad se centra en la venta e instalación de cerramientos para terrazas y porches con cortinas de cristal. Un trabajo que cada año, durante tres meses y medio, deja en manos de su gerente para dedicarse a algo tan diametralmente opuesto como la venta de castañas y a otras actividades que han ido naciendo alrededor como las visitas a centros escolares. Allí narra las aventuras del enanito Fermín que, a su vez, han dado lugar a una colección de cuentos que está a punto de incorporar su quinto libro. «Hay clientes que, cuando me ven vendiendo castañas con la cara negra de carbón, piensan que es mi hermano gemelo. Tengo que decirles ‘¡oye, que soy Joseba!'».

Nació en Pamplona, pero la familia se marchó a Barcelona para regresar cuando él tenía 12 años. «Estudié más bien poco, la EGB y un grado medio de delineación. Pero para estar donde estoy ahora, con casi 70 personas a mi cargo, he seguido formándome. Mi hija, que me suplirá aquí espero que pronto, está preparada. Ha estudiado lo suyo más un máster».

Con ese «donde estoy ahora», se refiere a la dirección general de su empresa. Pero para llegar hasta ahí es necesario conocer su trayectoria, tan singular que puede parecer inverosímil. Tocó la batería en cinco grupos pamploneses de los 80. El último, Kojón Prieto y los Huajolotes. Fue, asegura entornando algo los ojos, la mejor época de su vida. «Hasta que me casé, justo el día que cumplía 30 años, pretendí vivir de la música. Durante el viaje de novios decidí dejarlo, aunque me esperaban para seguir tocando con los Huajolotes. Y, como no tenía otra cosa que hacer, me puse de castañero. Así empezó todo». Le pedimos que nos explique cómo le dio por ahí, a lo que responde abriendo las manos: «¡Por pura necesidad! ¡Tenía que vivir de algo! No sabía qué era un castaño, no había comido una castaña en mi vida». La idea le vino de un amigo que las vendía. «Probé suerte y me encantó. Me moriré ahí. En la empresa me jubilaré, pero mientras me aguante el cuerpo seguiré en mi esquina. Llevo treinta años allí».

«Voy a jubilarme en la empresa, pero mientras el cuerpo aguante seguiré vendiendo castañas».

Intentó instalarse en el Casco Viejo, pero se topó con una ordenanza que limita la venta de castañas a los lugares donde ya se ha hecho antes. «Y como siempre he sido bastante guindilla, me fui al Archivo Municipal y encontré que las licencias más antiguas de venta de alimentos en la vía pública son de castañas. Hay de 1600 y pico. Y vi que en el lugar donde estoy, en el cruce de Cortes de Navarra y la avenida de San Ignacio, hace… pfff y durante más de cien años hubo un puesto. Así que fui al Ayuntamiento y les dije que me tenían que dejar. Conseguí instalarme».

Todo en su vida está regido «por el universo». No es que se le ocurran las cosas, sino que le suceden. «Me vino a buscar la directora del colegio Castillo de Maya para que diera castañas a los críos. Y, cuando llegué, me dijo que repartir castañas sin más… que les contara un cuento. ¡Cuenta un cuento, como si…! El horno me lo hice yo con forma de casetica y mi mujer le pintó un enanito. Aquel día estaba lloviendo, así que llevaba paraguas y me dijo ‘enanito, paraguas, ¡móntatelo!’. Así nació el enanito Fermín y, a los tres años, empecé e escribir cuentos. El primer año fui a dos colegios y ahora ya tengo todas las fechas, sin un hueco en todo el próximo otoño. Voy por Navarra, parte de Álava y La Rioja. Son 20.000 niños al año. Ahora se los cuento a los hijos de los que me escuchaban cuando empecé». Eso ha dado origen a una serie de libros ilustrados por César Oroz, de los que en breve saldrá el quinto volumen.

Entre otras cosas, es un cuentacuentos que recorre los colegios de Navarra, parte de Álava y La Rioja.

Entre otras cosas, es un cuentacuentos que recorre los colegios de Navarra, parte de Álava y La Rioja.

Durante los meses que ejerce de castañero, va por las mañanas a los colegios y, si el negocio lo requiere, se da una vuelta por la oficina antes de comer. Desde las 15:30 y hasta las 21:30 está en su puesto, también los sábados. El domingo por la mañana vende en el mercadillo de Landaben y, por la tarde, vuelta a la esquina. «En tres meses y medio, meto la jornada laboral de Volkswagen vendiendo castañas. Ja, ja, ja. Pero es algo que me ha dado muchas satisfacciones».

Las castañas son para el otoño. ¿Y los otros ocho meses? «Lo primero que se me ocurrió para el resto del año fue montar un chiringuito de helados Frigo junto a la plaza de Toros«. Pero no se limitaba a venderlos: «Me contrataron los de Frigo para que formara a los que montaban los quioscos porque puse cacharros alrededor para que los críos jugaran. Me fue bien. En dos años pagué la entrada de mi casa de la Rochapea. Es que me entrego a tope en todo lo que hago«.

EN UN JARDÍN

Pero estaba siempre en la calle. «Y tampoco me apetecía, así que pensé en un trabajo que pudiera compaginar con las castañas, porque eso es lo primero». Entonces hizo un curso de jardinería del Ayuntamiento de Pamplona. «Y con dos personas más monté Jardines Echarri. Empezamos a diseñar y hacer jardines, incluso japoneses. Había mucho trabajo porque entonces se estaba montando Gorraiz. Las cosas fueron muy bien, compré esta nave (en la que tiene lugar la entrevista, ubicada en el polígono de Mutilva) y buscando la sostenibilidad instalé los primeros céspedes artificiales de Navarra».

«Estamos en una fase expansiva. Para 2025 esperamos pasar de los 30 trabajadores actuales a más de 250».

Amplió el catálogo a los porches de madera y, de forma natural, el negocio fue evolucionando al cerramiento de esos espacios. Y de ahí, a los de terrazas, áticos o balcones. A eso se dedica Proyectos Echarri, que ya ha cumplido veinticinco años. «Descubrí la casa Lumon, que es finlandesa, líder mundial e inventora del sistema de cortinas de cristal. Por cierto, va a montar una fábrica entre Zaragoza y Pamplona para el sur de Europa. Yo quiero que sea aquí». Según destaca, la calidad de los productos Lumon la sitúan muy por encima de sus rivales. «Sus patentes de hace más de veinticinco años son las que ahora fabrica la competencia».

Proyectos Echarri, cuya nave se encuentra en el polígono de Mutilva, ya ha cumplido veinticinco años.

Proyectos Echarri, cuya nave se encuentra en el polígono de Mutilva, ya ha cumplido veinticinco años.

Para demostrarlo utiliza como trampolín uno de los cristales que coloca en los cerramientos, sobre el que salta mientras ríe al ver nuestra cara de asombro. «Lumon garantiza sus piezas de por vida», dice al volver a sentarse en la silla. Hace dos años firmó un contrato decenal, que concluirá después de que se haya retirado, para la distribución, venta, comercialización e instalación de sus productos. «Soy el único en todo el mundo que lo tengo en exclusiva. En el resto es directamente Lumon la que actúa. Y trabajo en Navarra y el País Vasco». Así, se ha hecho con el 80 % del mercado de los cerramientos en la zona, que también instalan en establecimientos de hostelería «de un cierto nivel». «Nosotros no ponemos de esas chabolas de plástico y cuerdas que se ven por ahí, hacemos cosas especiales».

Sin poder contener la sonrisa, nos revela que la compañía está doblando la facturación anualmente desde hace cinco años. «Hace tres hicimos 1,5 millones. Al siguiente, 2,5. En 2021, hemos pasado de los 5, y este esperamos llegar a los 10 millones de euros. En Finlandia flipan con nosotros». Paralelamente, la plantilla ha crecido hasta las setenta personas. «De ellas, veintinueve están directamente empleadas por Proyectos Echarri. Mañana seremos treinta porque se incorpora otro. Pero estamos en una fase expansiva y la idea es que para 2025 seamos más de 250. Y, con los satélites de alrededor, unos 400 o 500. Esto es muy serio porque detrás de cada trabajador hay una familia. Por eso está mi hija a tope en el ESIC para que se quede con todo este marrón. Bueno, que está bien encauzado y esto ha venido para quedarse. No es una moda».

Además, la empresa instala cortinas de cristal en edificios de nueva planta que las incluyen ya en el proyecto arquitectónico, como ocurre en varios bloques de Ripagaina: «Promotores y constructores lo incorporan porque lo reclaman los que van a comprar su casa». Esa es la gran virtud de sus cerramientos. En verano se abren y, cuando llega el frío, se vuelven a cerrar transformando el espacio en una estancia confortable.

«Si de algo me siento orgulloso es de que he hecho todo en su momento y a la edad que correspondía».

No ha trabajado nunca por cuenta ajena. Y nos preguntamos en voz alta si estamos ante un emprendedor o un aventurero. Responde que «un mix, y un poco inconsciente«. Ma non troppo, porque acto seguido hace una acotación. «Suele decirse que no eres un buen empresario hasta que te arruinas, pues yo no me he arruinado. Hombre, soy bastante segurola, pero puede pasarme mañana porque estoy en una expansión que da vértigo. Por eso digo que tengo un punto de inconsciente. Para ser empresario tienes que serlo un poco. A mí nadie me manda meterme en esta. Con las castañas y un par de cosas más yo sería feliz, pero… me va el lío». La creciente necesidad de espacio le ha llevado a hacerse con varias naves próximas a la sede del negocio, que se identifican con grandes banderolas en el exterior. «Eso me viene de la música, del espectáculo. Ja, ja, ja».

Joseba de Echarri salta sobre uno de los cristales que instala su empresa.

Joseba de Echarri salta sobre uno de los cristales que instala la empresa para demostrar su gran resistencia.

Está claro que sus vivencias son muchas y tan variadas que darían para escribir un libro. «Monté Radio Paraíso con los Ustárroz, con 18 años organicé catorce autobuses para ir a Donostia a ver a los AC/DC y luego volvimos solo con dos porque la gente se perdió por La Concha». Y su familia podría inspirar otro, porque su padre dirigió el periódico ‘Arriba España’.

«Y mi abuelo Xavier era consejero de Información en la embajada de España en Portugal, luego director de ‘La Vanguardia’… Además, mi tío Miguel montó el festival de cine de San Sebastián. Eran de la Falange. Puso de redactor jefe de ‘La Vanguardia’ a mi padre, que después dirigió las revistas ‘Barrabás’ y ‘El Papus’. Yo nací en una familia pija, pero cuando mi padre dejó a mi madre y volvimos a Pamplona ¡pasé más hambre! Dormíamos tres en una cama y no nos daba un duro. Para casarme, tuve que pedir un crédito. Me he hecho a mí mismo a la fuerza, nadie me ha regalado nada», relata.

Sentimos la tentación de seguir indagando en su pasado, pero de alguna forma hay que ir poniendo el punto final. No queremos hacerlo sin volver a su faceta musical. ¿Olvidada del todo? «Nooo. Tengo un chiringuito aquí abajo, con una batería montada que te puedes morir. Está hecha a mano por un lutier y es la mejor que he tenido en mi vida. Ahí tengo también el equipo de sonido de la sala grande del Carlos III. Me lo regalaron los del cine porque guardo una muy buena relación con ellos… Es que son treinta años de mancharles la moqueta con castañas», señala tirando de ironía.

De vez en cuando ensaya con otros músicos, «pero la gente quiere actuar después, tiene esa manía». «Por eso les advierto: ‘Si montáis un bolo, os quedáis sin bajera de ensayo y sin batería’. Es que eso de salir a tocar con 60 años… Si de algo me siento orgulloso es de que he hecho todo en su momento y a la edad que correspondía. Ves por ahí cosas que dan penita».

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