Javier Garro es un hombre relevante en su sector. “Pero si me llegan a decir que iba a parar en una cadena hotelera cuando empecé en el IESE, no me lo habría creído. Me veía en una multinacional y haciendo carrera fuera de España”, reconoce con la sinceridad y sencillez que mostrará a lo largo de toda la entrevista. Su carrera profesional se fue perfilando gracias a una serie de casualidades que nos va revelando con gran sentido del humor.
Nació en 1962 y vivió en Tafalla hasta que, tras cumplir cuatro años, su padre trasladó su consulta de odontología a Pamplona. Se licenció en Derecho en la Universidad de Navarra antes de marcharse a Barcelona para estudiar un MBA en el IESE. “Ya no volví. Tengo un magnífico recuerdo de mi juventud, a pesar de que los años de la Transición fueron duros. Y con las castañas que había en Pamplona… Conservo muy buenos amigos del colegio con los que todavía me veo, muy buenos amigos de la universidad. Quedo con un grupo de siete todos los años para jugar al Risk en algún hotel rural perdido por ahí. Lo del Risk es una excusa porque, en realidad, estamos 48 horas con que tú me quitaste aquella novia… ¡Te hubiera matado…! O te acuerdas de la gamberrada que hicimos o que nos fuimos a no sé dónde”, nos cuenta sin poder contener las carcajadas.
“Si me llegan a decir que iba a parar en una cadena hotelera, no me lo habría creído. Yo me veía en una multinacional y fuera de España”.
Su trabajo le hacía vivir a caballo entre España y Colombia y, cuando podía, regresaba a Pamplona para visitar a su madre: “Soy superamigo suyo. Tiene un sentido del humor que ojalá lo tuvieran otros. Me lo paso muy bien con ella”. Los continuos cambios de continente no han desdibujado su perfil pamplonés ni su pasión por Osasuna… pero de eso hablaremos más adelante.
Cuenta que sus compañeros del IESE “estaban destinados a trabajar en banca de inversión, con nombres en inglés, o en grandes consultoras. ¡Estaba Bruno Entrecanales, el hijo del dueño de Acciona! Y lo de los hoteles era como de segunda división”, comenta con cierta ironía y ninguna acritud. Javier Garro también tuvo ofertas de muy importantes compañías como L’Oreal, por ejemplo: “Al salir del IESE tenías trabajos para elegir, pero fui de los pocos que busqué un empleo”. No tenía claro a qué se iba a dedicar. “Sí sabía que no quería ser dentista como mi padre. Además del previo de Derecho, hice el de Medicina porque no me atrevía a decirle que no, ya que era un hombre con carácter. Y cuando le dije en septiembre cuál era mi decisión, hizo como que no le importaba. Pero claro que le importaba, ¡y mucho!”, rememora.
“Mientras mis compañeros del IESE hacían prácticas en grandes empresas, yo pasé el verano en la recepción de un hotel y subiendo maletas”.
Con esa opción comenzó a encarrilar un perfil profesional que se definiría al acabar el primer curso del IESE, porque ese verano trabajó como recepcionista en el Hotel Calderón, de NH: “Fui un heterodoxo porque mientras los demás estaban en grandes empresas y consultoras, yo me dediqué dos meses a subir maletas”. Garro no sospechaba que su futuro iba a estar ligado al del dueño de aquel hotel, Antonio Catalán, “que tenía entonces cuarenta y pocos años y trece hoteles en su cadena NH”. El Calderón era el más importante, y ese trabajo veraniego le permitió conocer el negocio “desde abajo, porque por la recepción pasa todo”. Y la experiencia le gustó. Cuando en julio de 1988 terminó el segundo curso del MBA, Catalán, a quien ya conocía personalmente, le llamó para ofrecerle la dirección de otro de los hoteles insignia de la cadena: el Sanvy madrileño. “Al mes cambió de idea y decidió ponerme a su lado como adjunto a la presidencia”, relata.
Aceptó el puesto. “Siempre tendré que agradecérselo a Antonio Catalán”, subraya. Entre otras cosas porque pudo ser protagonista de algunos de los momentos históricos de NH, como la entrada del grupo inversor Cofir, lo que le permitió conocer a gente “como los Albertos; a Gúrpide, que era el vicepresidente del Banco de Bilbao; a los Benedetti… Fue una suerte increíble poder estar en esa empresa y en ese momento. Llegué con 25 años, aún era una compañía pequeña. Y, de repente, entra un fondo de relumbrón y mete en la caja el dinero que permitió la expansión gorda que hizo la cadena aquellos años en España. Cuando entré eran trece hoteles y me fui a principios de 1994 con setenta”.
Estuvo seis años en NH y se marchó, tras ser su secretario general y director de Marketing, junto a dos compañeros, Marisol Turró y Benjamín Sanz, para fundar la sociedad Sercotel (Servicios Comerciales Hoteleros). Su idea era prestar servicios comunes a hoteles independientes y a pequeñas cadenas. “Había cubierto una etapa y la verdad es que estaba sopesando dos ofertas que había recibido de Canal Plus y BMW Ibérica. Pero Marisol me convenció para poner en marcha el proyecto de unir hoteles independientes a los que daríamos fuerza comercial, como el Ercilla de Bilbao, el Conde Duque de Madrid, el Astoria de Valencia… Hoteles buenos, renovados, pero que estaban solos y carecían de la fuerza comercial que da el pertenecer a una cadena”.
“Llegué a NH con 25 años. Aún era una cadena pequeña con trece hoteles, y me fui seis años después con setenta”.
No entraban en la gestión de los establecimientos y la idea fue un éxito: “Fundamos Sercotel con 3 millones de pesetas y el primer año ya facturamos 57. El cliente nos veía como una cadena de hoteles independientes, cada uno con su estilo y todos de calidad. Los de NH eran clónicos, nosotros hicimos una campaña con el lema ‘Hoteles con personalidad’ porque los había más clásicos, más modernos, más vanguardistas… De alguna forma, dimos la vuelta al argumento de NH”. Hacia el año 2000 pasaron a operar algunos de esos hoteles, como el Oriente de Zaragoza: “Sabíamos cómo llevar la parte comercial. Pero, además, veníamos de una cadena donde hacíamos todo, así que nos reforzamos en la de operaciones con la incorporación de un equipo potente”.
EL SALTO A AMÉRICA
Garro, además de trabajar en Sercotel, había sido nombrado consejero del área hotelera del grupo corporativo Landon, el ‘family office’ de la familia Gallardo, dueños de los laboratorios Almirall y Prodesfarma y décima fortuna de España. “Les asesoré en el alquiler de dos edificios suyos a la cadena Ayre, propiedad de la familia Matutes y de El Corte Inglés”. En 2005, entraron en el capital de Sercotel: “Y gracias a eso pudimos crecer más rápido en el área de operación porque la nuestra era una empresa de servicios sin activos ni contratos de alquiler, donde lo que valía era el talento de la gente. Con Landon pudimos volcarnos en alquilar hoteles que, a veces, requerían un aval o una pequeña inversión”.
El siguiente paso era la expansión internacional. “Pero ahí llegó la crisis, hubo un parón y la aplazamos hasta 2013”. Hasta julio contaban con veintidós hoteles en Colombia, México, Panamá. “Y tenemos uno en Quito, en Ecuador. Estuvimos cuatro años en Cuba, pero la experiencia no fue muy buena, no es que perdiéramos dinero, pero sí el tiempo”. Javier Garro era el responsable de Sercotel en Sudamérica, de ahí que viviera medio año en Bogotá y el otro medio en Barcelona. En este sentido, las circunstancias familiares le ayudaban porque está divorciado. ¿No se cansaba de esos saltos continuos de un continente a otro? “Es que me gustaba mucho lo que hacía. Creo que cuando haces algo que te gusta, lo haces mejor. A mí nadie me obligó a ir a Colombia, fui voluntario porque creía que lo podía hacer bien y me llenaba lo que hacía”. Eso sí, después de tanto viaje también necesita descansar. “Lo que no hago en agosto es coger otro avión para irme de vacaciones. He ido a Menorca muchos años, pero me quedaría en el Baztan o en cualquier otro lugar en el que pueda llevar una vida tranquila, sin compromisos sociales y con la gente que me apetece. En agosto me regalas una vuelta al mundo en los mejores hoteles y no la acepto. Ja, ja, ja”.
“Para que el sector hotelero vuelva a los números preCovid habrá que esperar a 2022, tal vez 2023”.
El pasado 27 de julio, la prensa económica publicaba la noticia de que los tres socios fundadores de Sercotel Hotel Group vendían sus acciones, por importe del 32 % del capital, al Grupo Corporativo Landon, que con la operación asume el 100 % de las participaciones. Otra oportunidad que no ha dejado pasar. Garro explica que, en realidad, es algo que tenían planeado a un par de años vista o tres. “Pero la pandemia lo ha acelerado”. Sostiene que Sercotel “iba muy bien, ganaba siete millones al año, y volverá a ir aunque este año acabará con pérdidas, como todos. Para volver a los números preCovid habrá que esperar a 2022, quizá a 2023”. Le preguntamos si tenemos que felicitarle por haber vendido las acciones en unas circunstancias tan complejas para el sector. Y responde sonriente que “ha sido un buen acuerdo”. El futuro puede llevarle de nuevo a Sudamérica: “Quiero rentabilizar los contactos y el conocimiento que tengo de aquel mercado. Ya tengo alguna oferta”. ¿Del sector hotelero? “¡Claro!”.
Mientras tanto, y si el coronavirus lo permite, tal vez pueda volver a El Sadar. “Si puedo, no me pierdo un partido de Osasuna. Tengo tres hijos que han nacido en Barcelona, y los dos chicos son osasunistas a muerte”. En su familia el fútbol es una religión. De hecho, su padre sucedió a Fermín Ezcurra en la presidencia del club tras haber permanecido diecinueve años en la Junta Directiva del club. “Mi madre ve cinco partidos en la tele los fines de semana. ¡Menudo mono tenía cuando se suspendió la Liga! Yo iba a El Sadar con los abonos de mi padre y tenía al lado a un señor muy conocido de Pamplona, que era el tío más pesimista del mundo. Empezaba el partido y él se liaba a protestar porque Bustingorri la había pasado para atrás y empezaba a decir que nos iban a meter tres. Me cambié de localidad porque, entre lo nervioso que me ponía y aguantar a aquel cenizo, es que no podía soportarlo”, recuerda riéndose de nuevo con ganas. Cuando estaba en Bogotá, también seguía al equipo. “No siempre podía verlo porque son seis horas de diferencia. Pero cuando lo hago, como además llevo 33 años fuera de Pamplona, me emociona mucho más”.