No había vuelto a El Cairo desde poco antes de estallar la Revolución egipcia de 2011, conocida como la Revolución de los jóvenes, tras el llamado Día la Ira. Cuando estoy en la ciudad de las ‘mil mezquitas’, el primer mediodía procuro subir a la Ciudadela de Saladino, por la colina de Mokattam. En lo más alto de esta imponente fortificación, la ciudad se despereza a sus pies, como una alfombrada terracota de apretadas callejuelas, afilados y elegantes minaretes y terrazas que parecen ensambladas.
Siempre densa en emociones, entre sus costuras encuentro la ciudad serena, la del silencio total. Desde la mezquita de alabastro, al medio día, la llamada a la oración sobrecoge. Hoy se ven, a lo lejos, la silueta difusa de las pirámides. En este collage habitado por más de 20 millones de ‘almas’, imagino la encarnación viviente de la Bagdad de las mil y una noches. En Bagdad nunca la hallé.
La contaminación, el sol y el polvo del desierto forman una nebulosa que castiga la piel. Quema. Desciendo al caos febril de la metrópoli. Frenazos, bocinas, humo. Y más humo. Y mucho ruido, mucho. El pulso se acelera. Siempre experimento la misma excitación, el mismo riesgo inminente de ‘descarrilamiento‘. ¿Es real o un sueño lúcido?, me pregunto. Lo mejor es dejarse llevar.
La cafetería Groppis de la plaza Midan Tallar Harb está cerrada. Su salón de té era una institución en El Cairo, uno de los más elegantes de la ciudad. Me gustaban sus castañas bañadas en chocolate. Y sentir el tiempo detenido a la par que el mío, en un ambiente olores gastados… a tabaco rancio.
Los pasos arrastrados y lentos de un anciano camarero, de espalda arqueada hacia atrás, como un junco, me recordaba a uno de mis abuelos. Entrañable.
A sur de esta plaza, el Café Riche, una leyenda en la ciudad, merece una visita. Conserva su estilo clásico. Durante el siglo XX fue escenario de importantes encuentros de escritores, intelectuales, revolucionarios.
Vuelvo después del anochecer, cuando las infinitas lenguas de coches desaparecen y la ciudad, de repente y sin avisar, muda de piel. Entre las callejuelas cercanas a la plaza Midan Tahir, próxima al edifico de la Liga Árabe, en los cafés con terraza de media tarde, los cairotas hacen un quiebro a la vida cotidiana. En la calle peatonal Sharia Saray al-Ezbekiyya, los kebabs siempre me han parecido exquisitos.
Cerca, la torre del hotel Seminamis Intercontinental, en la cornisa del Nilo, está iluminada. La primera vez que visite está ciudad, cuando el país se podía recorrer por carretera y sin escolta, estaba en construcción. Años más tarde he podido disfrutar de su confort y de la animada vida cosmopolita de su lobby. Infinitamente más excitante que la terraza del Nile Hilton, vecino del Museo Egipcio, siempre llena de extranjeros gritones.
Este hotel es ahora el lujoso Ritz Carlton. Tiene una deliciosa cafetería-pastelería, no excesivamente cara para el trato regio que dispensan al cliente. Muy recomendable. Sobre todo al atardecer, cuando la cornisa del Nilo, a escasos metros, se llena de paseantes. Y de vendedores ambulantes. Y de miradas furtivas. Y de abrazos clandestinos. Y de barcas que cruzan orillas, entre luces de colores que serpentean en el camino.
Hace años que no subo, de día, a los pequeños botes que recorren el río… Un paseo hipnótico entre torres acristaladas y palacetes de fachadas afrancesadas.
Toca armarse de valor y cruzar los 6 carriles que, en todas direcciones, simulan circuitos de carreras de coches. Hay que jugarse ‘el tipo’, nunca mejor dicho.
Atardece en la calle Al Moez. En la vieja medina islámica, el Mausoleo Qalawun es una de las joyas arquitectónicas de El Cairo. Entre callejuelas laberínticas, palacios y madrassas se llega a mezquita de Al Hakim. Es viernes y hay un hervidero de gente.
Al lado, en Khan Al-Khalili, uno de los mercados más famosos de Oriente Medio, hay cafés entrañables: el más famoso es El Fishawi, conocido como el Café de los Espejos. “Cenaré un pichón relleno en uno de los restaurantes al lado de la Mezquita de El Hussei”, me sugiero. Y de postre, ’Om Ali’, un rico hojaldre horneado en un baño de crema batida y frutos secos. Delicioso.
En El Cairo, cuando la noche aparece todo se mueve a cámara lenta. Hoy, y ayer, y antes de ayer, las tiendas están más vacías que de costumbre. Desde la revolución de los jóvenes, el silencio en la ciudad del ruido es, en ocasiones, atronador.