Me había jurado que no volvería a pisar esta ciudad en verano, el espeso y sofocante calor adquiere una dimensión tan dramática que invita a huir. Una soflama que dura lo que la fuerza de una gaseosa en un vaso de cristal. Pero entiendo que el otoño o primavera aportan serenidad y matices a muchos viajes. Roma es uno de ellos. Además, se evita llevar una botella de agua soldada a la pinza de los dedos, que se vacía a la velocidad del rayo, además de ahogar los presupuestos más ajustados.
«Dear Pérez Germán: Thank you for choosing BDB Luxury Rooms & Flats for your journey in Rome«. Así comenzada el mail que me envió Luca a finales de octubre de 2017. La casualidad, y una oferta irresistible, hicieron que me alojará en una hermosa casona situada en el número 38 de Via Margutta, un espacio jalonado de conexiones cinematográficas y literarias. Se encuentra a escasos 300 metros la Piazza de Spagna, paralela a Via del Babuino, de aceras hiladas con escaparates que enseñan precios prohibidos.
Y también, a los pies de las suaves lomas del monte Pinico, el mismo donde la hermosa señorita Miller paseaba con el refinado norteamericano mister Winterbourne, en la novela ‘Daisy Miller’, de Henry James. Desde lo alto se ve la imponente Piazza del Popolo; y a lo lejos, entre tejados desnivelados, la cúpula de san Pedro destaca.
Si el alma existe y deja rastro, entonces puedo afirmar que, durante unos días, fui vecino de Picasso, Gentilini, Maccari, Fazzini, Montanarini, Severini, Guttuso, Burri, Mafai, Puccini, Federico Fellini y Giulietta Masina o Mastroianni. ¿El motivo? En al algunas de sus casas, pintadas de ocres y texturas rojizas, vivieron o las frecuentaron estos personajes.
En el número 51 de la calle del arte, como también se la conoce, la princesa Ann (Audrey Hepburn) y el periodista Joe Bradley (Gregory Peck) tenían su ‘refugio’ en la película ‘Vacaciones en Roma’.
La adoquinada Via Margutta invita a pasear sin el desasosiego que generan otras calles. Es hermosa, tranquila y rezuma una atmósfera relajante. Sin ruidos. Después de la segunda guerra mundial, algunos artistas deciden crear el Centro Pitori di Vía Margutta; una asociación visible a través de los stand que instalan importantes creadores.
En este barrio nada barato, es posible comer un buen plato de pasta fresca y deliciosas salsas por 4 euros. ‘El Pasticcio’, en vía della Crocees, prepara pasta fresca para llevar o comer de pie en el mismo establecimiento.
ABSORTO
Cuando las calles pierden la prisa de las gentes y las vetustas callejuelas parecen más grandes, decido perderme; o mejor dicho, juego a perderme. En el camino, los imponentes palacios romanos, muchos convertidos en museos, como el barroco Barberini o el Doria-Pamphilj, deslumbran. De la Fontana de Trevi al Quirinal, las callejuelas se enredan. Cualquier heladería merece un respiro. Ofrecen bocados fríos y cremosos de placer.
Habrá días para disfrutar de sus deliciosos cafés; un espresso, al comenzar el día, en el Antico Caffé Grego; o un cappuccino, en el Caffé della Pace.
Avanzo sin rumbo. Al girar en una de las esquinas de la Piazza della Rotonda, el mausoleo de Agripa me pone en mi sitio. Sin titubeos. Nada en Roma me deja tan absorto. Nada. Ya lo dijo Miguel Ángel: «Diseño angélico y no humano«.
Su construcción se llevó a cabo en tiempos de Publio Elio Adriano (126 d.C.), un emperador amante de la civilización griega y un apasionado de la arquitectura.
Me viene a la cabeza, entonces, la fascinación que me produjo el personaje helenizado que construyó Marguerite Yourcenar en su obra ‘Memorias de Adriano’. El libro recrea una figura preñada de ambigüedad mental y sexual, adicto a los cultos orientales.
EL RÍO
Sin agua no hay vida. Y Roma no fue una excepción: el río Tíber fue clave en su nacimiento. Para el viajero, seguir su curso y atravesar sus puentes le permiten llegar a muchos destinos. El puente de San Angelo invita a apoyar los brazos y mirar en todas las direcciones, antes de llegar al Vaticano.
La fachada de Maderno, la cúpula de Miguel Ángel, o la Plaza de Bernini sobrecogen. Sí. Pero, en esta ocasión, llego con un objetivo principal: disfrutar sin prisa de la Piedad del Vaticano. Respiro hondo y me dejo llevar.
«Ni se te ocurra sentarte. Nos acaban de cobrar 22 euros por dos cervezas, a la vuelta de la esquina, cuestan uno«, me advierten dos amigas con cara de susto en la piazza Narvona.
Es lo que tiene sentarse en uno de los lugares más bellos de la ciudad; siempre animado. Una primera fila en las fontanas dei Quattro Fiumi, del Moro y del Nettuno, bien lo valen.
Detrás de la iglesia de Santa Agnes, entre apretadas y serpenteantes calles, es posible tomar una cerveza o un refresco por un euro. Palabrita del niño Jesús. Al lado del restaurante ‘Baffetto‘.
Ubicado en la vía del Governo Vecchio 114, este establecimiento es una de las mejores opciones de la ciudad para disfrutar de una buena pizza, por unos 10 euros. Mi preferida, la vegetariana con flor de calabaza. Aún sueño con ella. Y si no hay sitio, las sirven para llevar: así, cualquier esquina del entorno la podemos convertir en el comedor más sugerente.
ROMA ES LA LUZ
En el barrio del Transtévere, sus calles conservan su antiguo trazado medieval. El que fuera un barrio pobre, se ha convertido en un lugar de culto para muchos viajeros.
Hay restaurantes donde se puede disfrutar de una buena y asequible cocina casera. Solo hay que abandonar las calles más turísticas y preguntar a cualquier vecino.
Vuelvo al curso del Tíber. El atardecer es una buena hora para pasear entre las basílicas, los templos, la Curia del Senado, la Tribuna de oradores o la Casa de las Vestales del Foro romano. Y subir al Palatino, ruinas de la residencia real. Al lado, el Coliseo impacta, sobre todo 5 minutos antes de su cierre, cuando la ausencia de muchedumbre lo hace más mesurable. La luz desfallece; entonces, impone.
Al lado, el Arco de Constantino requiere un respiro; en unos de sus relieves Marco Aurelio reparte pan entre los pobres. Trato de imaginar estos influyentes escenarios en todo su esplendor, con animación social: «Estaban coloreados, seguramente resultarían algo horteras«, me dice un amigo, más fascinado por la forma de vida de aquella civilización que por sus pedruscos.
El soufflé de lo hipnótico se vino abajo. Decido respetar la pátina del tiempo y disfrutar de las piedras castigadas por los elementos.
“He visto parte del resto del mundo, es brutal, cruel y oscuro, Roma es la luz”, dice Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) en la épica ‘Gladiator’, película dirigida Ridley Scott.
Para los antiguos, Roma ya era un lugar de belleza y placer. «Y corrupción y depravación» me recuerda un amigo a la vuelta. «Tampoco ha cambiado tanto la cosa…», añade.