«La pandemia representa una oportunidad inusual y reducida para reflexionar, reimaginar y reiniciar nuestro mundo». Esta frase de Klaus Schwab generó repercusiones en el pasado Foro Económico Mundial. Está claro que las empresas tienen el desafío de ofrecer productos y servicios sostenibles y asequibles, en definitiva de democratizar la sostenibilidad. Ahora bien, ¿es posible?
Hace un mes, hablé con una directiva del sector de la moda, que puso encima de la mesa precisamente esta cuestión: la democratización de la moda sostenible. La moda sostenible es aquella que cuida el impacto social (empleados, clientes, proveedores), es respetuosa con el medio ambiente y es económicamente viable.
De alguna manera, cuando ZARA llegó a nuestras vidas comenzó una nueva era en los armarios de nuestras casas y en nuestros outfits. Vestir bien dejó de ser algo asociado a un poder adquisitivo alto y se democratizó la posibilidad de ir a la moda, de acceder a ropa bonita a un coste asequible.
Eso, que se prometía un negocio maravilloso, ha empezado a generar sospechas en la opinión pública debido a temas relacionados con el coste social y el impacto medioambiental. Como hemos comentado en esta tribuna Eugenia Clouet y yo en otras ocasiones, la triple cuenta de resultados es necesaria en toda empresa de hoy. Y los impactos reputacionales de no tenerla en consideración pueden ser costosos para la viabilidad futura de una corporación.
«Tenemos un dilema con la que han denominado algunos como fast fashion, ya que parece que no es sostenible en cuanto al impacto social y al medioambiental».
Ahora mismo, tenemos un dilema con la que han denominado algunos como fast fashion, ya que parece que no es sostenible en cuanto al impacto social y al medioambiental.
Encima de la mesa ya hay preguntas como ¿qué sucede con esa cantidad de ropa que usamos solo una temporada y desechamos?¿Cómo eliminamos ese tipo de materiales llenos de polímeros de difícil reciclaje? La realidad es que no es tan fácil hacerlos desaparecer y los residuos crecen. Por otro lado y, para ser justos, una de las características de estas empresas es que no producen temporadas enteras, sino que van sacando producto en función de la adecuación al público. Esto ha sido una ventaja competitiva en la pandemia, ya que ha hecho posible que hubiera un menor impacto en pérdidas y disminuyera o se ajustara la producción a las necesidades reales.
Por tanto, quizá podamos trabajar en innovar, de modo que este tipo de empresas aprovechen esta última característica que hace posible la sostenibilidad económica, que reduce producción si no es necesaria, que ajusta el tipo de ropa en función de las necesidades del cliente (no es lo mismo un mundo con mucha vida social que un mundo confinado en casa). Y -a la vez- que asuma el reto de que los materiales que usen y el tipo de relación con su cadena de valor sean respetuosos con el medio ambiente, no comprometan los recursos de la siguiente generación y sean responsables socialmente.
De la misma manera que esto está encima de la mesa con el sector de la moda, podemos pensar en el resto de sectores. ¿Es trasladable a otros? Pienso que sí, por ejemplo, en el sector de la automoción de Navarra. ¿Qué se hará para que comprar un coche eléctrico no tenga un coste tan alto como el que tiene ahora? ¿Realmente seremos capaces de democratizar la sostenibilidad? ¿Cómo podemos acercar productos y servicios que velen no solo por el impacto económico y ambiental, sino sobre todo por el social?
Isabel Olloqui
Directora de Desarrollo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra