Como un proyecto “más emocional que racional”. Así define Miguel Canalejo su decisión de retomar la actividad bodeguera que su familia inició, hace 150 años, en Ayegui, aunque posteriormente se desvinculó del mundo del vino. Fue en 2001 cuando comenzó a dar los pasos que le conducirían, en septiembre de 2006, a inaugurar las bodegas Pago de Larrainzar y a poner en el mercado su primer vino.
Le acompañan en esta aventura empresarial sus hijos Miguel e Irene Canalejo Lasarte, “hacer algo con ellos me hacía ilusión, y también hacerlo en mi casa de siempre, dando continuidad ahí a la presencia de nuestra familia”. La finca de Ayegui, junto al Monasterio de Irache, acogió una pequeña bodega fundada por su bisabuelo, Luis Larrainzar, “de modo que soy la cuarta generación en torno a la viña, lo teníamos en nuestro ADN”.
Contradiciendo su propia filosofía, en este caso no le impulsa el ánimo de lucro: “Siempre he pensado que las empresas tienen que ser rentables y esto en algún momento lo será, pero los horizontes temporales son otros, los de lo que está próximo a la tierra son siempre muy largos, nada que ver con la tecnología, que ha sido mi mundo y ahí es todo inmediato”. En Pago de Larrainzar las cosas se hacen “poco a poco, con cariño y profesionalidad” porque de esa forma, asegura, “al final siempre sale todo bien”.
«Mi objetivo es hacer el mejor vino posible y después darlo a conocer, que es lo más difícil»
Sus planes son “hacer el mejor producto posible en ese viñedo y después darlo a conocer, que es la parte más difícil porque se trata de crear una marca a partir de una bodega pequeñita, de 100.000 botellas al año de las que más de la mitad se venden fuera de España, eso cuesta mucho tiempo, mucho esfuerzo, no tenemos recursos para invertirlos en publicidad, marketing…” Como confía en la calidad de sus vinos, se muestra convencido de que se popularizarán gracias al boca a boca, a las buenas críticas y puntuaciones que ya reciben en las revistas especializadas “y por qué no, a los premios”, como el Viñápolis 2016 a la innovación concedido por Navarra Capital.
La bodega produce vinos de pago, máxima categoría que puede obtener un viñedo y que permite contar con Denominación de Origen Protegida propia. Es un selecto club de calidad del que forman parte otros tres productores navarros y diez más en el resto de España. Pero ha tropezado la burocracia: “Conseguimos que Navarra y España nos dieran el carácter de vino de pago, sin embargo esperamos desde hace 4 años a que la Unión Europea le dé su visto bueno, en estos momentos tiene retenidos ocho pagos, estamos ahí Cirsus y nosotros, y desde Bruselas nos siguen pidiendo información, documentos… Podríamos vender en España ya, hoy, con una etiqueta que en vez de poner Navarra pusiera Larrainzar, pero fuera no, para eso necesitamos el permiso de la Unión Europea”.
¿Merece la pena tanta espera? “Es importante conseguirlo porque nos caracteriza mucho, ser una bodega que solo produce vino de su propia bodega es diferente de otras bodegas, al controlar todo el proceso de producción tienes mucha más seguridad en cuanto a la calidad, consigues con más facilidad contar cada año con vinos de calidad, el resto dependen de sus proveedores de uva”, asegura Miguel Canalejo.
Pago de Larrainzar se inspira en los chateaux franceses y se nutre de sus propias viñas
Pago de Larrainzar se inspira en los chateaux franceses partiendo de la clave de que para hacer un buen vino debes contar con una tierra y un clima que permitan disponer una buena uva, “esa es la base sobre la que se asienta todo el proyecto”. Al nutrirse de sus propias viñas y con el fin de evitar la posibilidad de quedarse sin producción si un año va mal para una determinada variedad plantaron cuatro, dos autóctonas (garnacha y tempranillo) y dos foráneas (cabernet y merlot) “de modo que siempre tendremos algo que va a funcionar”.
Habla con orgullo de su viña, que ocupa el lugar donde estuvo la de los monjes benedictinos del Monasterio de Irache. “En el año 1500 y pico construyeron una tapia de casi cuatro metros que rodeaba todo el viñedo, a eso es a lo que los franceses llaman un clos, que hace que se cree un microclima y que la vid no acuse tanto los cambios de temperatura. Mi abuelo ya hacía vino allí en 1890, pero en los años 70 vendimos la bodega de la familia, Bodegas Irache, y dejamos el negocio hasta que yo lo retomé en 2001. Sabía que de ahí iba a salir buen vino, seguro, que iba a funcionar, y lo ha hecho”.
Al preguntarle por los proyectos, Miguel Canalejo responde rápidamente: “Conseguir lo del vino de pago, eso es lo fundamental, y automáticamente pondremos D.O. Larrainzar en nuestras etiquetas”. Luego vendrá una campaña de comunicación basada en la singularidad, con el objetivo de “salirnos de la masa, que es lo que buscamos quienes hacemos vinos de alta gama”.
En cuanto a los vinos, Pago de Larrainzar también está haciendo monovarietales, “con 14 vendimias ya conocemos muy bien nuestros viñedos y de vez en cuando un año el merlot, por ejemplo, es excepcional. Pues en vez de meterlo en la mezcla del pago hacemos unas pocas botellas de éste. Son temas que no son de volumen, son más de prestigio. Hace dos o tres años tuvimos el mejor cabernet de España según Peñín, eso quiere decir que algo estaremos haciendo bien, ¿no?”.