“Papá, mamá, quiero ser agricultora”. Con estas palabras, Irene Nonay comunicó a la familia su intención de dedicarse al campo. Por aquel entonces ejercía como farmacéutica, una profesión que aún le gusta y de la que no se ha desvinculado del todo. “Todavía hago alguna guardia”, confiesa. Pero hace unos dos años y medio, tomó la decisión de ponerse al frente de la explotación sacada adelante por su abuelo y cuyos protagonistas son unos almendros que han echado raíces en el Parque Natural y Reserva de la Biosfera de Bardenas Reales: “Me daba pena que nadie siguiera con ella”.

La decisión de Nonay no cogió por sorpresa a su familia y tampoco a su grupo de amigos. “Mis padres se lo tomaron muy bien porque saben que siempre me ha gustado el campo”, les agradece. Y es que esta joven de 28 años ha “mamado” el entorno rural. Ya de bien pequeña tiene recuerdos ayudando a su familia en los cultivos que hoy dirige. “En concreto, me encanta cultivar árboles”, asegura. Tanto es así que, en febrero de 2020, plantó unos nuevos almendros que ampliaron la explotación. “También cultivo brócoli y cereal”, puntualiza.

“Los agricultores jóvenes somos gente formada, con ganas de vivir en un pueblo y trabajar la tierra”.

No obstante, cuando comparte su profesión con personas desconocidas despierta cierta incredulidad. “A mi madre le dicen por la calle que cómo una señorita farmacéutica va a ir al campo. Y a mí también me preguntan por qué me dedico a esto si he estudiado”, ejemplifica.

Por este motivo, la joven agricultora empezó hace un tiempo a buscar ideas para visibilizar que en su sector hay jóvenes y también mujeres. De hecho, recuerda que antes las abuelas iban a trabajar al campo en todos los pueblos. “La mía decidía lo cultivos que se ponían cada año en la explotación”, rememora.

Nonay plantó más almendros en febrero de 2020 para ampliar la explotación de su abuelo.

También pone en valor cómo los jóvenes están ayudando a modernizar la agricultura. “Hay una tecnología e innovación increíble. Somos gente formada, con ganas de vivir en un pueblo y trabajar la tierra”.

MÁS DE 3.000 SEGUIDORES

Precisamente, hace alrededor de un año se le ocurrió abrir una cuenta de Instagram para dar a conocer su trabajo. Sus más de 3.000 seguidores disfrutan a diario de cuidadas imágenes, en las que son testigos de cómo crecen las almendras, de estampas familiares de ovejas con sus retoños o de fotografías que muestran el aspecto más salvaje de las Bardenas Reales, como la de un zorro buscando la sombra. “El feedback es muy positivo”, asiente satisfecha. Y no es la única red social en la que triunfan sus historias. De hecho, en Twitter ya acumula más de 10.000 seguidores.

Tanto es así que ha puesto en marcha una página web, con tienda online, para hacer frente a la demanda de sus alimentos. “Muchas personas me preguntaban cómo podían adquirir mis almendras”. Así explica la razón por la que decidió buscar una vía de venta directa. “Espero poder incluir, poco a poco, más productos”, vislumbra.

Hace alrededor de un año abrió una cuenta en Instagram, donde ya la siguen más de 3.000 personas.

Nonay subraya, no obstante, que la profesión tiene sus luces y sombras. Pero ella se queda con lo positivo: “Estar en contacto con la naturaleza todo el día es muy gratificante y, cuando salen los cultivos adelante, te sientes muy satisfecha”.

“Nosotros no regulamos los precios y llega un momento en el que los agricultores seguimos cobrando lo mismo que hace treinta años”.

Pero los agricultores también están sometidos a la incertidumbre climatológica. En ese sentido, la joven se muestra aliviada porque no se vio afectada por las recientes inundaciones sufridas en la Comunidad foral.

“Puedes tener unos brócolis estupendos, a falta de días para recogerlos, y perderlos en un momento por un desastre de estas características, que ni siquiera eres capaz de controlar. Se echa a perder tu trabajo de todo el año”, resalta.

Pero, además, hay otro problema que parece preocuparle más: los precios. “Nosotros no los regulamos y llega un momento en el que los agricultores seguimos cobrando lo mismo que hace treinta años”, lamenta porque en contraposición “no dejan de subir el gasoil, los productos fitosanitarios, la maquinaria, los abonos o la simiente”. Y esta situación la inquieta especialmente: “Aunque te guste mucho tu trabajo y lo realices encantada de la vida, al final del día tiene que ser un medio de vida rentable”.

En un frío día y con el campo embarrado, Nonay vuelve de podar los almendros. Insiste en que su profesión es “bonita y sacrificada” a partes iguales. “Si hay trabajo, sea sábado, domingo o festivo, hay que ir porque el campo no entiende de esas cosas”.

Su abuelo falleció hace varios años y no llegó a verla ejercer de forma profesional: “Estaría muy contento y orgulloso de mí”. Se muestra convencida de ello porque en su casa creció en la igualdad “total y absoluta”, algo que agradece a toda su familia. “Nunca me han dicho que no puedo hacer algo”.