Nunca un nombre describió mejor una realidad. Porque Eduardo Llop y Valentina Hernández son dos buenos amigos que trabajan en algo que sienten como propio, que les apasiona y con lo que hacen disfrutar a los demás. Solo hay que escucharles hablar de lo que ha sido este primer año de su restaurante «Les Amis», y de sus proyectos para concluir que estamos ante dos personas que están muy próximas a lo que se puede definir como un «estado máximo de felicidad y satisfacción».
¿Y qué ocurre cuando te encuentras en este momento? Pues que todo te sale bien. Eso es, precisamente, lo que está pasando con «Les Amis», que en su primer año ha superado todas las expectativas. Para empezar, la de sus promotores. Efectivamente, este restaurante no sería lo mismo sin Valentina y Eduardo (o viceversa, que para el caso es lo mismo). Como ellos mismos comentan se entienden, se complementan, dialogan casi sin necesidad de decirse nada. «Eduardo es como mi alma gemela», asegura Valentina. Y, añade, «nos une el trabajo bien hecho y la honestidad. Nos ponemos al servicio y ya. No hay roces ni competencia ni rivalidad porque somos muy generosos». «En realidad, el nombre de ‘Les Amis’ viene de esa afinidad que surge entre nosotros en torno al mundo de la gastronomía», aclara Eduardo.
Así que, si la dirección de orquesta está afinada (como ocurre aquí), la «sinfonía culinaria» de «Les Amis» está asegurada. Vamos con esa partitura. Para empezar, que no falte una buena base de «cocina francesa revisada y contemporánea«. Eso es lo que nos ofrece este establecimiento de la calle Pozoblanco (número 20), y algo más. Platos con gusto y cariño donde se dejan notar las influencias orientales (japonesas) y peruanas (¡lógico si se tiene en cuenta que el chef es de Lima!) sin olvidar el toque imprescindible del cacao, presente en todos los postres. «Soy un enamorado del chocolate y en ‘Les Amis’ es la base de nuestra pastelería», detalla su chef.
A todo lo anterior hay que añadir varios ‘extras’. Para empezar, una carta de vinos jugosa. «Su singularidad y accesibilidad invita a comentar, a conocer, a probar y hurgar», asegura Valentina, que se formó en la Escuela de Sumilleres de Barcelona, lo que marcó en gran medida su posterior trayectoria profesional.
¿Suficiente? Pues aún hay más, porque quien se aventura a introducirse en ‘Les Amis’ puede estar viviendo (sin saberlo) una «experiencia única» gracias a las exquisitas miniaturas, pequeños bocaditos conocidos como ‘las minis’, que el chef Eduardo recomienda «fuera» de la carta. ¿No ha oído hablar de ellas? Pues es toda una sensación. Como son propuestas del chef nunca sabes a ciencia cierta qué te vas a encontrar. Bueno. Mejor. Solo sabes una cosa: que están riquísimas y ante eso no hay nada más que decir. «A veces no son las mismas y eso nos da mucha agilidad y vivacidad», aseguran desde «Les Amis» con un cierto toque de misterio e incógnita.
¿Y el resultado? Pues casi magia o como explica Valentina: «Me ha sorprendido muy gratamente el grado de emoción que demuestran nuestros clientes. Estás en la sala y compruebas que están comiendo y, al mismo tiempo, están comentando cuándo volver, con quién venir, a quién traer o a quién regalarle nuestra experiencia».
La verdad es que da gusto charlar con Valentina y Eduardo (o viceversa). Se les ve felices y con ganas. Así que les pedimos que nos digan su plato favorito en «Les Amis». Les cuesta un rato porque reconocen que el ‘plato estrella’ de su restaurante es el rodaballo. «Eduardo trabaja muy bien el atún y todas sus preparaciones», afirma su compañera con cierto orgullo. También está la opción del solomillo Rossini, «un clásico». Sin embargo, Valentina elige «el steak tartar por su extrema dificultad y por ser aparentemente una preparación rabiosamente simple» mientras que Eduardo se deja guiar por sus raíces y prefiere «el cebiche por el atún y las aceitunas verdes que le acompañan».
Nos vamos ya y nos da un poco de pena, la verdad, porque la sensación de «buen rollo» que hemos percibido durante todo este rato, así como la propuesta que nos plantea «Les Amis» hace que uno quiera (como en la canción de San Fermín) «más y más y más». A ver si es verdad que, sin quererlo, acabamos de descubrir todo un tesoro, el último y más novedoso templo gastronómico de Pamplona.
«Está claro. Tendremos que volver para terminar de resolver este misterio, ¿no Holmes?». «Elemental, querido Watson».