En el silencio verde del bosque, cuando el viento agita las copas y la tierra huele a pino y ceniza, aún se escucha su nombre. Luis María Armendáriz —o simplemente Luis Mari, como lo conocen sus compañeros y amigos— dejó el uniforme hace ya siete años, pero nunca ha dejado del todo su oficio. Porque ser bombero forestal no es una profesión que se abandone al colgar el casco: es una forma de mirar el mundo, una manera de caminar por la vida. Y nadie lo ha encarnado mejor que él.
Este jueves, en un acto cargado de emoción celebrado en el Molino San Andrés, en Villava – Atarrabia, Luis Mari recibió un galardón por «toda una vida dedicada a la protección de nuestros bosques». En la sala principal, junto a su mujer y su familia más cercana —visiblemente emocionados—, una decena de compañeros quisieron estar presentes, devolverle una parte del cariño y el respeto que él sembró durante casi 40 años de servicio.
Un reconocimiento que forma parte de la iniciativa ‘Hay otra forma de conservar nuestros bosques’, impulsada por Laboral Kutxa y Navarra Capital, y enmarcada en la celebración del Día Internacional de los Bosques. Pero el foco de la poco primaveral jornada estuvo sobre él: un hombre discreto, de sonrisa fácil, que ha vivido en carne propia lo que significa enfrentarse cara a cara con el fuego.

De izda. a dcha., Mikel Benet, Luis María Armendáriz y Pello Bayona, en la entrega del reconocimiento. (Fotos: Víctor Ruiz)
Historias que aún se cuentan entre cenizas y café
Luis Mari ingresó al cuerpo en los años 80, empujado por el ejemplo de su hermano mayor, Ismael, también bombero. Combinándolo siempre con una vida de trabajo en la agricultura y la ganadería —otra forma de cuidar la tierra— se convirtió en una figura imprescindible en la lucha contra incendios forestales en Navarra. Con el tiempo, y tras pasar por casi todas las áreas del territorio, también se alzó como referente para las nuevas generaciones. Era el primero en llegar, el último en marcharse. Y sobre todo, «era el que nunca perdía la calma», matizan varios de sus compañeros (y amigos): “Cada vez que nos metíamos en una situación complicada, sabíamos que si Luis Mari estaba allí, algo bueno iba a pasar”.
Uno de los momentos más impactantes de su carrera ocurrió en 2002, cuando el helicóptero en el que viajaba quedó enganchado a un cable en plena operación en Estella, y el aparato sufrió un accidente. Luis Mari, que iba en la parte trasera, llegó a ver el cable, lo avisó, pero ya era demasiado tarde para maniobrar. Milagrosamente, se rompió por un empalme y, a pesar de la espectacularidad del suceso, todos lograron salvarse. “Aquello me dejó varios días sin dormir”, confesó durante el homenaje. Para colmo, ese mismo día, de vuelta a casa, se salió de la carretera por el estrés acumulado. ¡Pero no contó nada en casa! ¡Ni mu! Su familia se enteró al día siguiente, leyendo el periódico.
Esa anécdota, narrada con una mezcla de humor y humildad, arrancó sonrisas y lágrimas entre los asistentes. Porque en Luis Mari conviven el hombre sereno y el héroe discreto. Nunca buscó reconocimientos. Pero su legado es tan profundo que era imposible no rendirle homenaje.

De hecho, quienes mejor le conocen cuentan que «en más de una ocasión también quedó atrapado con su equipo en incendios donde la situación se volvió crítica»: «Enfrentó momentos de gran peligro, en los que la temperatura y el humo hicieron que la supervivencia dependiera de decisiones rápidas y de la experiencia adquirida». Historias a las que él resta importancia. «De eso mejor no hablar», exclamó en varias ocasiones durante el reconocimiento.

Luis Mari ingresó al cuerpo en los años 80, empujado por el ejemplo de su hermano mayor, Ismael, también bombero.
Más allá del fuego
Y es que Luis Mari no sólo combatió incendios. También enseñó, apoyó y acompañó. Participó en rescates en zonas rurales, limpió cortafuegos, y caminó kilómetros de monte con el objetivo de prevenir lo que otros apenas intuían. Siempre con un profundo respeto por la naturaleza, por los árboles y los animales, por la tierra que lo vio crecer.
“Proteger los bosques es vital. Y sí, creo que estamos avanzando, pero ojalá podamos adelantarnos más a los incendios que vengan”, declaró en el acto, con una mezcla de esperanza y realismo.
Porque a Luis Mari no le gusta mucho hablar de sí mismo. Pero cuando lo hace, sube el precio del pan. De ahí que la suya no fue una carrera profesional, fue una misión de vida. Su historia es el relato de una vocación, de un amor profundo por la tierra y por la gente que la habita. En sus palabras, en su mirada y en el cariño de sus compañeros, se refleja algo más grande: la huella imborrable de alguien que ha vivido con coraje, entrega y humanidad. Y hoy, aunque ya no lleva el uniforme ni duerme con el teléfono encendido por si suena la alarma, sigue siendo bombero. Porque los bosques aún lo recuerdan. Y sus compañeros también.

El reconocimiento forma parte de la iniciativa ‘Hay otra forma de conservar nuestros bosques’, impulsada por Laboral Kutxa y Navarra Capital.