Es humano. Si nos sale algo mal necesitamos un culpable, y lo más sencillo es responsabilizar a quien se enfrenta al problema. La soledad del que decide es enorme. Haga lo que haga, alguien siempre se sentirá afectado o agraviado. Hoy, esa figura denostada por todos la representan nuestros políticos ante la crisis del Covid-19.
Pero ese enfoque es, bajo mi punto de vista, erróneo. Si queremos evitar crisis futuras, no debemos analizar las decisiones que se toman “durante”, sino las que se tomaron “antes de” y nos llevaron a esta situación. Decía Margarita del Val, inmunóloga y viróloga de CSIC, en una reciente entrevista El País, que había que auditar las decisiones tomadas. Puede parecer muy simple, pero no lo es en absoluto.
Las decisiones se sustentan en el aprendizaje. Pero, ¿cómo generar aprendizaje de lo que todavía no ha ocurrido? La respuesta está en la importancia de crear un modelo de detección temprana de los problemas, que nos permita atajarlos en cuanto aparezcan y no cuando ya tenemos el agua al cuello, así como adquirir el conocimiento para tomar decisiones de forma acelerada cuando las crisis se manifiestan.
Vayamos con el primer punto: el modelo. Lamentablemente, Europa no es capaz de identificar epidemias y mucho menos pandemias, por algo tan sencillo como que los datos hospitalarios no se cruzan. En treinta años, ninguna subvención ni ley comunitaria han impulsado este tipo de trazabilidad. ¿Consecuencia? El sistema no lo detectó a tiempo. En enero y febrero, el Covid-19 ya estaba entre nosotros, pero en números pequeños y de forma dispersa. Eso impidió acotarlo. Ahora ya vamos tarde. Y, además, parece que no hay reacción. Estados Unidos, que tampoco está mucho mejor, ha empezado desde mayo a cruzar algunos datos de la ocupación de camas. Es momento de tomar decisiones similares.
“Lamentablemente, Europa no es capaz de identificar epidemias y mucho menos pandemias, por algo tan sencillo como que los datos hospitalarios no se cruzan”.
¿Y cómo tomar decisiones de forma acelerada? Esto sí que les toca de lleno a nuestros políticos, pero no por porque sean responsables de lo que está ocurriendo, sino porque debemos prepararnos para el futuro, que es lo que no hicieron otros políticos décadas atrás.
El Estado está diseñado para resolver temas macroeconómicos y sus asesores son analistas del impacto de las medidas a tomar en cada momento. Las autonomías están más pegadas a la actividad, pero se dedican a favorecer y regular la actividad empresarial y ciudadana y no a trabajar las capacidades del país.
Uno de los factores que ha impedido una mejor respuesta es que nuestra Administración desconoce nuestras propias capacidades. En muchos casos, se ha buscado fuera lo que perfectamente podríamos haber resuelto por nuestra cuenta si hubiera existido un mejor sistema de transmisión del conocimiento, que se encuentra en el sector privado, en las empresas. Solo cada compañía conoce todas sus capacidades y, ante una necesidad concreta, debemos decir abiertamente nuestras necesidades y esperar a que nos llegue esa información. ¿Y por qué ese cuello de botella? Porque no hay un modelo que permita hacer llegar las buenas ideas a nuestros políticos para que estos puedan decidir mejor.
En mi opinión, el Gobierno debería tener un comité que se reúna con dos o tres empresas que lideran cada sector (bancos, automoción, energías, textil…), así como con expertos sanitarios especializados en las áreas de atención e investigación. La labor de todos ellos no sería la de aportar sus propias ideas, sino la de canalizar las que reciban. Porque si tienes una buena idea, la compartes y esta llega al lugar adecuado y en el momento justo, se genera el conocimiento preciso para acometer el problema.
El papel del Gobierno, que es la única entidad con una visión global de la crisis, no es pensar cómo solucionar el problema, sino decidir qué conjunto de buenas ideas aplica de forma coordinada y en qué momento. Su función debería ser la de liderar, en fin, para que toda la población forme parte de la solución. No como ahora, que lo que hacemos es despotricar en las redes sociales porque se hace o se deja de hacer una cosa u otra. Dejemos de protestar y formemos parte de la solución. Construyamos ese sistema futuro de comunicación que agilice la transmisión de las buenas ideas.
“Nuestros políticos no son los culpables de lo que está ocurriendo ahora, pero sí tienen la enorme responsabilidad de preparar el país para futuras crisis”.
Ahora afrontamos una crisis de dimensiones globales y consecuencias desconocidas. Vivimos el presente y está bien. Sin embargo, nada hemos hablado de las intoxicaciones alimenticias masivas o de las evacuaciones globales de las ciudades ante una catástrofe imprevista. ¿Quién nos asegura que no podemos sufrir una explosión como la que azotó Beirut este verano? Nadie ha dicho, por ejemplo, que durante dos semanas la capital libanesa se quedó sin una plaza hospitalaria hábil. ¿La causa? Que todos sus hospitales eran exteriores y que, al estar expuestos, quedaron inhabilitados por la explosión. En Israel, por el contrario, tienen hasta 2.000 plazas hospitalarias bajo tierra para evitar las bombas. ¿Y si lo de Beirut nos pasara a nosotros? ¿Podríamos afrontarlo con garantías?
Creo, efectivamente, que hay que ponerse a trabajar. Nuestros políticos no son los culpables de lo que está ocurriendo ahora, pero sí tienen la enorme responsabilidad de preparar el país para futuras crisis. Si lo hacen, serán otras generaciones quienes los recuerden como los padres de los planes anticrisis y seguro que lo celebran y ponen sus nombres a las calles. Porque, entonces, habremos asumido lo más importante: aprender para no volver a sentir impotencia.
Jose Antonio Gurucelain
Director de Innovación de CISTEC Technology